Antisemitismo

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Ser juez y parte es complicado. En ocasiones no hay remedio. Escribir sobre antisemitismo, desde mi judeidad laica, conlleva sesgo. No hacerlo, cuando hay motivos para expresarlo, es inadecuado. En un mundo fanatizado como el de hoy, cualquier movimiento contra los ultras, por mínimo que sea, es necesario. Cavilar sobre la fanatización del mundo, ese Mal que crece, contagia y recorre el mundo, es imprescindible.

Todos los fanatismos destruyen. Los yihadistas, al matar, representan el culmen del Mal. Los desmanes y atrocidades de la “nueva” organización terrorista cobijada por la ideología yihadista, el denominado Estado Islámico de Irak y Levante son una advertencia de los alcances de la fanatización del mundo. Los judíos haredim (casi) no matan, pero, al igual que los miembros de otros grupos extremistas como los de El Yunque, desprecian y maltratan a quienes no actúan y piensan como ellos. Al humillar no se mata pero sí se coarta la posibilidad de vivir con dignidad.

La fanatización del mundo tiene más de un origen; el mal uso de las religiones es el principal. La miseria, y la corrupción e impunidad política son también bazas para esa fanatización. El antisemitismo siempre ha servido para expiar culpas y atemperar fracasos. El deicidio: el asesinato de Dios- cometido por los judíos es el mito más antiguo; no pocas Iglesias siguen transmitiendo a sus fieles esa idea. En la actualidad, el deicidio ha sido sustituido por otra postura más pragmática, más acorde con los vaivenes económicos; la dominación del mundo por judíos es eslogan contemporáneo. El antisemitismo, o la judeofobia, es un mal endémico; el término judeofobia es más adecuado ya que excluye a otros pueblos semitas. En pocos días se pueden recabar ejemplos de judeofobia provenientes de orígenes disímbolos. Comparto algunos, todos recientes.


Jean-Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional, partido francés de “extrema” derecha, para expresar su enojo contra los artistas que reprueban la conducta de su partido, advirtió al cantante Patrick Bruel, de origen judío: “La próxima vez le pasaremos por el horno” (en obvia alusión a los crematorios nazis). En mayo 24, un acto terrorista en el Museo Judío de Bruselas, perpetrado por un presunto yihadista, acabó con la vida de cuatro personas (se presume que en Europa hay más de 2.000 yihadistas desde el inicio de la guerra en Siria). En Crimea, como parte de la crisis entre Ucrania y Rusia, en algunas sinagogas se colgaron pancartas culpando a los judíos. En México, en la página web del Centro Nacional para la Prevención de Desastres, en abril, se daba la bienvenida al visitante con una cita de Hitler. “La Naturaleza no conoce fronteras políticas: sitúa nuevos seres sobre el globo terrestre y contempla el libre juego de las fuerzas que obran sobre ellos” . La cita se eliminó días después; nadie pidió disculpas. La amalgama previa es amplia: combina prejuicios de tipo religioso, étnico, racial y cultural.

Ernesto Sábato, luchador social, presidente de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de las Personas, escritor, no judío, planteó en Apologías y Rechazos (Seix Barral, 1979), en el ensayo, Judíos y Antisemitas: “Como bien dice Sartre, el antisemitismo es una pasión, pero ningún antisemita admitirá que procede sino por razones. No obstante, y violando el principio de contradicción” el antisemita dirá sucesivamente “y aun simultáneamente- que el judío es banquero y bolchevique, avaro y dispendioso, limitado a su ghetto y metido en todas partes. Es claro que en esas condiciones el judío no tiene escapatoria. Cualquier cosa que diga, haga, o piense caerá en la jurisdicción del antisemitismo”.

Los sucesos antes señalados confirman la idea de Sábato: el antisemitismo, la judeofobia es un Mal endémico al cual se recurre cuando es necesario encontrar culpables o explicar tropiezos. La amenaza es evidente: la fanatización carece de límites. De no frenarse, nos engullirá.

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