¿Aprenderemos de la historia o estamos condenados a repetirla?

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En el año 67 a.C., con la muerte de la reina Salomé Alejandra, la edad dorada de la dinastía asmonea colapsó en una sangrienta guerra civil. Salomé Alejandra había logrado mantener la estabilidad y la prosperidad en Judea, equilibrando hábilmente a los fariseos y saduceos, además de salvaguardar la independencia del reino mientras navegaba con cautela entre las superpotencias regionales. Sin embargo, con su fallecimiento, las viejas rivalidades resurgieron y la lucha entre sus hijos, Hircano y Aristóbulo, se convirtió en un conflicto brutal.

Hircano, el hijo mayor, ascendió inicialmente al trono, pero su hermano menor, Aristóbulo, lo consideró débil y tomó el poder por la fuerza. Esto desató una guerra civil que desgarró Judea, con ambos hermanos buscando aliados externos para inclinar la balanza a su favor. Hircano se alió con los nabateos y con un ambicioso funcionario idumeo llamado Herodes, mientras que Aristóbulo se apoyó en facciones judías leales a él.

El prolongado conflicto cobró un alto precio, pero los verdaderos beneficiados fueron los enemigos de Judea, especialmente los romanos, quienes aprovecharon la situación para someter al reino bajo el control imperial. La lucha interna llevó a la pérdida de la soberanía judía, y la independencia no se restablecería hasta el siglo XX.


Han pasado más de dos mil años, pero la lección sigue siendo dolorosamente relevante. Los acontecimientos del 7 de octubre de 2023 sacudieron al pueblo de Israel, que estaba sumido en profundas divisiones internas. El debate sobre la reforma judicial había polarizado a la sociedad israelí como nunca antes. Sin embargo, en cuestión de horas tras el brutal ataque de Hamás, esas diferencias se desvanecieron: Israel se unió como un solo pueblo frente a un enemigo despiadado.

El 8 de octubre fuimos testigos de una Israel diferente: unida, resiliente e invencible. De repente, las disputas políticas pasaron a un segundo plano ante la necesidad urgente de defender la nación. Voluntarios acudieron en masa a las zonas de combate, las donaciones llegaron desde todas partes y todo el país se movilizó para apoyar a los soldados, los rehenes, los heridos y los desplazados.

Sin embargo, con el paso del tiempo, vemos cómo volvemos a caer en patrones históricos que recuerdan a la guerra civil asmonea. Apenas semanas después de un frágil alto el fuego con Hamás, el discurso público ha regresado a disputas amargas sobre reformas, legislación e intereses políticos. Las luchas de poder entre la coalición y la oposición han resurgido, y la atmósfera se siente cada vez más fragmentada. ¿No hemos aprendido nada?

Las redes sociales están llenas de retórica venenosa, con cada facción acusando a la otra de traicionar los valores nacionales y de provocar el caos que llevó al 7 de octubre. Una vez más, estamos olvidando una dolorosa verdad histórica: nuestros enemigos no esperan que resolvamos nuestras diferencias, simplemente esperan que seamos lo suficientemente débiles como para atacar de nuevo. No les importa quién apoyó la reforma judicial y quién se opuso a ella. Nos ven como un solo pueblo, y a veces, nosotros mismos necesitamos recordarlo.

Sin embargo, aquellos que tienen la mayor responsabilidad de reconocer esta realidad—nuestros líderes—siguen actuando como si nada hubiera cambiado. En lugar de fomentar la unidad, los miembros de la Knéset, tanto de la coalición como de la oposición, están avivando las llamas. No trabajan para reparar las divisiones, sino para profundizarlas, impulsados por una desesperada búsqueda de “me gusta” y compartidos en redes sociales. En lugar de liderar hacia la reconciliación, enfrentan a ciudadanos contra ciudadanos, alimentando un fuego ya ardiente y convirtiendo la unidad nacional en una herramienta política barata.

Es hora de un nuevo liderazgo, uno que priorice el bienestar del pueblo por encima de todo. Un liderazgo abierto a nuevas ideas y que no tema tomar decisiones audaces. Un liderazgo que una en lugar de dividir, que busque el bien común en lugar de victorias mezquinas. La verdadera unidad no significa uniformidad, sino la capacidad de aceptar perspectivas diversas y encontrar puntos en común. Necesitamos líderes que escuchen a todos los sectores de la sociedad, sin distinción de religión, etnia o antecedentes, y que construyan un verdadero hogar nacional. Líderes que sirvan al pueblo en lugar de servirse a sí mismos, tanto en la coalición como en la oposición, y que actúen con un sentido de deber y responsabilidad. Líderes que aprendan de la historia, tanto de sus triunfos como de sus fracasos, y que nos guíen hacia un futuro de esperanza, prosperidad y seguridad. Un futuro que merecemos.

Itamar Tzur es el autor de “La invención de la narrativa palestina” y un académico israelí especializado en la historia de Medio Oriente. Posee una licenciatura con honores en Historia Judía y una maestría con honores en Estudios de Medio Oriente. Como miembro sénior del Foro Kedem para Estudios de Medio Oriente y Diplomacia Pública, aprovecha su experiencia académica para profundizar la comprensión de las dinámicas regionales y los contextos históricos.

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