Shtisel: una serie para profanos llenos de nostalgia

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Dos judíos haredíes viajan en tren llevando, con extremo cuidado, un rollo de la Torah. Una mujer se acerca y se inicia una conversación. Le pregunta al mayor de ellos, el rabino Shulem Shtisel,si puede besar la Torah. Esta mujer, judía y laica, ha comenzado el camino del retorno, baal teshuvá.

Este cuadro, esta imagen de la mujer judía iniciando el movimiento de retorno a la fe, que es a la vez recuperar un estilo, una forma de vida olvidada, aquella que cultivaron fielmente los padres de sus padres… eso es Shtisel, la aclamada serie israelí que recientemente ha tenido a bien rescatar Netflix.

La serie narra el drama de la familia Shtisel, y aquí por familia debe entenderse una realidad más amplia y rica que el tipo clásico de familia nuclear burguesa occidental. Pues la familia Shtisel es la comunidad de familias reunidas en torno al padre (a la guía y autoridad del padre), incluyendo también a los antepasados, a la honra del apellido, a las tradiciones. Todo ello en el marco de la comunidad espiritual del pueblo judío reunido en torno al estudio de la Torah y la práctica de la Halajá que santifica el mundo.


La historia en sí, esto es, la trama, no destaca particularmente. Se trata de los conflictos cotidianos del amor, la fidelidad, la soledad, el desempleo, la posibilidad de desamparo, etc. Cuestiones universales que entretejen la vida de cualquier sociedad. Sin negar que la narrativa esté bien construida y resulte consistente, la historia podría trasladarse sin problemas a cualquier otra realidad social fuera del marco haredim y funcionaría igual de bien. Pero lo que destaca en Shtisel es, precisamente, el marco religioso. Los actos más cotidianos, como beber un trago de agua o cruzar el umbral de una puerta, vienen acompañadas de una bendición o un gesto cargado de simbolismo como puede ser un beso que toca la Mezuzá, uniéndose de este modo al corazón orante del pueblo Judío, el Shemá.

El tratamiento de este marco religioso es el verdadero tesoro de la serie. Estamos acostumbrados a ver películas o series que critican desde fuera o caricaturizan el estilo de vida de estas comunidades, ya sea por la inserción de un extranjero que viene a importar valores (generalmente superficiales sino estúpidos) ya sea porque retratan la lucha de un miembro que  se debate por salir o escapar de un ambiente rígido y asfixiante. No ocurre así en Shtisel. Es más bien lo contrario. El foco de la cámara impregna el ojo de nostalgia: nostalgia por una vivencia fuerte del sentido comunitario, de gestos llenos de significado, de valores que resistan la erosión del tiempo. Y sobre todo ello, la mirada simbólica capaz de relacionar las partes con el todo, la vida personal -la vida biológica incluso- con la fuente de la Vida, Adonai Elohenu“Bendito seas Dios, Rey del Universo, cuya palabra todo crea”.

La vivencia del tiempo que nos cabe esperar en un mundo secularizado resulta pobre e indigente frente al tiempo quebrado a cada momento por la irrupción de la trascendencia, por la emergencia de un espacio de diálogo para encontrarse con el Dios de Israel. Ese espacio, abierto por la oración del judío devoto que ha sabido tejer su existencia de salmos y cantos de alabanza, cuyo compás lo marcan los acontecimientos vitales amparados por los ritos de paso (circuncisión, bar mitzvah, compromiso, matrimonio, duelo), ese espacio, digo, es lo que impregna de nostalgia la mirada del judío que ha olvidado la religión de sus padres y que sin embargo se conmueve ante ese reducto de hermanos vestidos de negro con quienes comparte las calles de Jerusalén. Y si la serie triunfó en la Israel laica del siglo XXI, tal vez lo haga también entre los gentiles, profanos y sin memoria, cansados de un calendario solo interrumpido por las Rebajas y un tiempo solo experimentado como ocasión para el consumo.

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