Ahora, mucho de esto puede ser contradicho. No es verdad, en el sentido implicado por Tolstoi, que Shakespeare fue escritor sin moral. Su código moral podrá diferenciarse del de Tolstoi, pero definitivamente “posee” un código moral que se trasluce en toda obra suya. Moraliza mucho más que, por ejemplo, Chaucer o Boccaccio. Y no es tan necio como asevera Tolstoi. De repente, incidentalmente, se podría decir, muestra visión del mundo que sobrepasa su época. Según lo dicho, debemos movernos hasta una crítica pieza que Marx redactó -quien, en parangón, a Shakespeare admiró- acerca del Timón de Atenas. Pero nuevamente lo dicho por Tolstoi es verídico en general. Shakespeare no es pensador, y los críticos que sostuvieron que él fue de los más grandes filósofos del mundo profirieron sinsentidos. Sus pensamientos son meros abigarramientos, ropavejería. Fue como el típico inglés, que ostenta un código conductual, mas no una visión del mundo, no facultades filosóficas. De nuevo, es totalmente cierto que Shakespeare poco se ocupó de lo verosímil y que rara vez trató de crear personajes coherentes. Sabemos hoy que usualmente hurtó argumentos de otras gentes y que corriendo los hizo obras teatrales, donde de ordinario metió absurdidades e inconsistencias no presentes en los originales.
Nuevamente, cuando le acaece crear infalible trama –Macbeth, digamos-, los personajes son razonablemente consistentes, mas en varios casos son forzados a actos que son completamente increíbles según cualquier ordinario parámetro. Muchas de tales obras carecen, incluso, del tipo de verosimilitud perteneciente a los relatos mágicos. En todo caso, no podemos evidenciar que él las consideró con seriedad, pero sí como recursos de sobrevivencia. En los sonetos nunca refiere que esas obras son parte de sus literarios logros, y sólo una vez, con vergonzante rostro, dice que fue actor. Tolstoi, hasta ahora, está justificado. Aseverar que Shakespeare fue profundo meditador enarbolando coherente filosofía dentro de obras perfectas técnicamente, saturadas de consideraciones psicológicas finas, es risible.
¿Pero Tolstoi qué logró? Por tan fúrica diatriba debió demoler todo Shakespeare, y es evidente que creyó lograrlo. Desde la época en que Tolstoi redactó el ensayo, o en todo caso, desde que se empezó a leer ampliamente, la reputación de Shakespeare debió derruirse. Los shakespirianos debieron de notar que era el ídolo desacreditado, que de hecho carecía de méritos, que debían cesar al punto de complacerse en él. Pero eso no acaeció. Shakespeare, siendo demolido, de algún modo sigue enhiesto. Lejos de ser olvidado por el ataque de Tolstoi, es el ataque mismo el que casi se olvida. Aunque Tolstoi es escritor popular en Inglaterra, las traducciones del ensayo andan fuera de impresión, y tuve que buscar en todo Londres antes de correr a la tierra firme de los museos.
Parece, por consiguiente, que aunque Tolstoi puede explanar todo lo concerniente a Shakespeare, hay algo que no puede explanar, y es su popularidad. Sabedor de ello, es muy confundido por ello. Dije al principio que Tolstoi se obliga a dispensar tales respuestas. Se pregunta cómo Shakespeare, tan mal, estúpido e inmoral escritor, es por doquier admirado, y finalmente sólo puede explanar que eso es merced a cierta mundial conspiración para pervertir la verdad. O esto es una suerte de colectiva alucinación -hipnosis, dice- que a todos, menos a Tolstoi, ha dominado. Sobre cómo la conspiración o engañifa inició, obligado habla de las maquinaciones de ciertos germánicos críticos en los principios del siglo XIX. Ellos iniciaron aseverando la mentira funesta de que Shakespeare es gran escritor, y nadie desde eso tuvo coraje para contradecirlos. Bien, pues no es menester gastar mucho tiempo en teorías de tal tipo, que son sinsentidos. La enorme mayoría de la gente que ha gozado ante las obras de Shakespeare no ha sido influenciada por los germánicos críticos ni directa ni indirectamente. Muy real es la popularidad de Shakespeare, que llega hasta la ordinaria gente, que no es letrada. Desde que vivió ha sido dilecto en los tablados de Inglaterra, y es popular allende los países angloparlantes, en lo más de Europa y en asiáticas partes. Casi mientras esto digo el gobierno soviético conmemora que feneció ha trescientos veinticinco años. En Ceilán, cierta vez, vi obra suya ejecutada en algún idioma del que no conozco ni una palabra. Debemos concluir que algo bueno -algo durable- ostenta Shakespeare que millones de gentes ordinarias aprecian, aunque a Tolstoi le acontezca no lograrlo. Soportará el hecho de que sea abigarrado pensador de obras saturadas de inverosimilitudes. No puede ser desacreditado por tal método, por el que se puede destruir una flor con sermones.
Y eso, pienso, dice algo de aquello que referí la pasada semana: las fronteras del arte, de la propaganda. Muéstranos las limitaciones de cualquier criticismo que es sólo crítica de temas y de sentidos. Tolstoi no critica al poeta Shakespeare, sino al pensador y al maestro, y con tal argumento sin dificultad lo destruye. Con todo, lo que asevera es irrelevante. Shakespeare queda completamente indemne. No sólo la reputación, sino el placer que nos dispensa se sostiene como antaño. Es evidente que, aunque el poeta es más que el pensador y que el maestro, también debe ser ambas cosas. Cada escrito ostenta un propagandístico aspecto, pero en todo libro u obra o poema perdura el residuo de algo que simplemente no es afectado por la moral o el significado -residuo de eso que denominamos arte. En ciertos límites el pensar mal, el mal moralizar, logra buena literatura. Si un gran hombre como Tolstoi no pudo demostrar lo contrario, dudo de que alguien más pueda.
Artículos Relacionados: