Así fue Auschwitz: el testimonio inédito del superviviente Primo Levi

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La estudiante de séptimo grado visitó junto a sus compañeras de clase la exposición sobre los campos de concentración en el palacio Madama de Turín. A la salida las chicas discutieron. Unas decían que aquello estaba muy exagerado, que se trataba de propaganda antialemana. Otras respondían que todo era cierto. La estudiante de séptimo grado decidió al día siguiente escribir al diario ‘La Stampa’ para salir de dudas. Le preocupaba porque su padre había sido “fascista”. Y así firmaba la misiva: “La hija de un fascista que quisiera saber la verdad”.

Le contestó al día siguiente nada menos que Primo Levi, químico, escritor, comisario de la muestra y superviviente él mismo de Auschwitz: “No, señorita, no hay manera de poner en duda la veracidad de esas imágenes. Esas cosas ocurrieron de verdad, y ocurrieron así: no hace siglos, no en países remotos, sino hace quince años y en el corazón de esta Europa nuestra. (…) El silencio es un error, casi un crimen en este caso. Hay hambre de verdad, a pesar de todo: la verdad no ha de ocultarse. (…) Espero yo también que el padre de la lectora sea inocente. Pero la exposición no está dedicada a los padres, sino más bien a los hijos, y a los hijos de los hijos, con el fin de demostrar qué clases de reservas de ferocidad yacen en el fondo del espíritu humano”.

Es uno de los testimonios nunca reunidos en forma de libro -y en su mayoría inéditos en español- recogidos en ‘Así fue Auschwitz’ (Península, 2015). Cartas, informes, recuerdos, reflexiones y testificaciones en juicios contra criminales nazis escritos por el hundido y salvado Levi y por su compañero en el campo, el médico-cirujano Leonardo De Benedetti. El más impresionante es el que abre el libro, el ‘Informe sobre la organización higiénico-sanitaria del campo de concentración para judíos de Monowitz (Auschwitz – Alta Silesia)’.


Se lo encargó la comandancia soviética que liberó el campo de exterminio a dos exprisioneros judíos italianos, Levi y Benedetti. Su prosa es descriptiva, precisa, fría. Un catálogo de horrores que desnuda la eficiente maquinaria del exterminio.

Un día en el lager
El prisionero llegaba a Auschwitz helado después de cuatro días de viaje en un vagón de ganado en el que se hacinaban cincuenta personas. En el lager le esperaban SS armados que dividían a golpes a la comitiva en tres filas: jóvenes y válidos; mujeres y niños; inválidos y ancianos. Este tercer grupo era directamente conducido a Birkenau y gaseado aquella misma noche. Después el crematorio capaz de convertir en cenizas mil cadáveres por hora. Con esas cenizas se abonaban después los campos de cultivo cercanos. Los supervivientes pronto desearían su suerte.

Al día siguiente empezaba el trabajo en las fábricas de subproductos del carbón del complejo. Los prisioneros desfilaban a paso ligero seis kilómetros al son de una banda que entonaba alegres cancioncillas.

A la ida y la vuelta formaban de pie bajo la lluvia durante horas para el recuento. Vestián andrajos mil veces reutilizados, dormían dos por cama en literas de tres pisos, 250 personas por barracón devorados por miles de pulgas y chinches. Corrían como la pólvora el tifus, la escarlatina, la difteria, el sarampión y la erisepela. Pero lo peor era la diarrea que deshacía en unas horas al más fuerte de los hombres.

Llegó al campo en marzo de 1944. Su mujer Iolanda fue gaseada la primera noche. Se le tatuó en el brazo el número 174489 y sobrevivió once meses, hasta la liberación el 26 de enero de 1945

Primo Levi ya había novelado la experiencia concentracionaria en su imprescindible ‘Trilogía de Auschwitz’ formada por ‘Si esto es un hombre’, ‘La tregua’ y ‘Los hundidos y los salvados’. En los textos espigados en este nuevo libro cambia el patrón literario, el detalle riguroso sustituye a la evocación sin dañar su poderoso estilo. Llegó al campo en los primeros días de marzo de 1944. Su mujer Iolanda fue gaseada la primera noche. Se le tatuó en el brazo el número 174489 y fue enviado al subcomplejo de Monowitz donde sobrevivió once meses, hasta la liberación del 26 de enero de 1945.

Los monstruos
Aquellos once meses se desperdigan en estas páginas en todo tipo de documentos. Abundan las declaraciones y testificaciones judiciales pero también los recuerdos de los compañeros destruidos -como la “leal y generosa” Vanda Maestro- o las reflexiones sobre la verdad y la memoria, ese instrumento “tan maravilloso como falaz”. Abundan también los monstruos, los ajenos y los propios.

“Entre el personal destinado al campo en sentido estricto, recuerdo el nombre y la fisonomía del doctor Mengele, superintendente sanitario de todos los campos del grupo de Auschwitz. Además, podría reconocer fácilmente la apariencia de dos de los responsables directos de todos los abusos e iniquidades de mi campo: el Lagerälteste, un delincuente profesional alemán, natural de Breslavia, y el Lagerkapo, supuestamente preso político, alemán también. Del primero recibí yo mismo en diversas ocasiones numerosos golpes que me hicieron sangrar. Desconozco los nombres de ambos”. Testificación para el proceso Höss [1947].

“Los funcionarios del campo de Auschwitz, incluso los más altos, eran prisioneros, muchos eran judíos. No debe pensarse que ello atenuara las condiciones del campo, todo lo contrario. Era una selección a la inversa: se escogía a los más viles, a los más violentos, a los peores, y se les concedía todo poder, comida, ropa, exención del trabajo y de la propia muerte en las cámaras de gas, con tal de que colaborasen. Y desde luego que colaboraban; y de este modo el comandante Höss puede descargarse de todo remordimiento, puede levantar la mano y decir “está limpia: no estamos más sucios que vosotros”. Testimonio para Eichmann [1961].

El dolor de pensar
En Auschwitz el hambre ya no residía en las vísceras sino en el cerebro, convertida en obsesión “que no se olvida en ningún momento del día”, el cansancio era el de las bestias de carga, sin escapatoria, sin propósito, sin piedad, y el frío helaba la sangre en las probre venas, sin defensa. Y cuando sobrevenían raros momentos de pausa y el dolor físico cedía un poco, al prisionero le atacaba el dolor humano que “nace del regreso de la conciencia, de recuperar la percepción de lo lejos que queda tu casa, de lo improbable de la libertad, del recuerdo de tus seres queridos, vivos e inaccesibles, o enviados al matadero”.
Y cuando sobrevenían raros momentos de pausa y el dolor físico cedía un poco, al prisionero le atacaba el dolor humano que “nace del regreso de la conciencia“

Levi no enfermó milagrosamente en su casi un año en el campo hasta que, al final, una no menos milagrosa escarlatina le salvó. Pocos días después, ante el avance del ejército rojo, evacuaron el campo. Aquella operación fue terrible. Todos los presos capaces de caminar fueron obligados a emprender su última marcha hacia el oeste. Sólo sobrevivió una décima parte. Pero Levi estaba entonces en la enfermería. Y se salvó. Casi cuatro décadas más tarde, el 11 de abril de 1987, se tiró por el hueco de la escalera de su tercer piso de Turín. El escritor español, y prisionero a su vez en el campo de Buchenwald, Jorge Semprún estaba seguro de que, tantos años después, Auschwitz al fin lo había vencido.

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