Bibi acierta sólo a medias cuando asegura que el reconocimiento de Palestina como Estado observador en la ONU no cambiará nada en el terreno y no promoverá la creación de un Estado palestino, sino que la alejará.
Netanyahu tiene razón en que a corto y mediano plazo, la situación de los palestinos en Cisjordania y Gaza no variará, incluso puede que empeore, pero en cuanto a que alejará la posibilidad de tener un Estado, resulta más discutible.
Tal cómo está el panorama en dichos territorios es difícil que esa utopía pueda estar más lejos de hacerse realidad de lo que está ahora.
El Gobierno de Netanyahu hace tiempo que se muestra decidido a gestionar el conflicto por la fuerza de los hechos y de su superioridad militar, en vez de implicarse de lleno en la reactivación de las negociaciones. Alcanza con ver quienes son los 20 primeros candidatos al Parlamento electos en las recientes primarias del Likud. Todos sin excepción se oponen a la fórmula de dos Estados. Y si Bibi se esforzó personalmente para que más de la mitad de ellos entren en la lista, las conclusiones acerca de lo que él piensa realmente acerca del tema están más que claras.
La opinión pública israelí parece respaldar esa plataforma no escrita y todo apunta que la reflejará con claridad en las próximas elecciones generales de enero con su respaldo al actual Ejecutivo.
Pueden estar seguros; ni una sola baldosa será colocada por cualquier líder israelí entre Jerusalén y Maalé Adumim, territorio conocido como E1. Pero cuando Bibi afirma que 3.000 nuevas viviendas se edificarán en los asentamientos y ordena a las oficinas responsables «acelerar las planificaciones», la comunidad internacional ve como el futuro territorio de un Estado palestino en Cisjordania se transforma cada día más en una piel de leopardo con puntos desconectados por colonias judías.
¿Quién se atreve hoy a pensar que llegará el día en que un Gobierno hebreo será capaz de trasladar a medio millón de colonos – por ahora – en beneficio de la creación de un Estado palestino?
Si alguien lo tiene claro son los mismos habitantes de los asentamientos. Ellos están allí para quedarse. Se trata de una situación que se quiere hacer irreversible por la vía de hechos israelíes consumados unilateralmente.
Bibi sabe castigar la «unilateralidad» palestina, a la cual culpa, con razón, de violar los Acuerdos de Oslo, pero se muestra demasiado tolerante con la israelí. Después de todo, Netanyahu se opone a dichos acuerdos que los Gobiernos israelíes vienen infringiendo de tal o cual manera mucho antes del asesinato de Itzjak Rabín. Acordarse de ellos cuando conviene y desecharlos cuando no, es un tipo de política que ya nadie compra.
Son cada vez más las voces que recuerdan a los líderes israelíes que el actual desequilibrio de fuerzas en la zona puede no ser eterno y que la mejor opción de futuro es la negociación de un acuerdo justo y equitativo que garantice la existencia de dos Estados con fronteras seguras.
Las pruebas están a la vista. Esta semana, el alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, ex Jefe de Gabinete de la Casa Blanca y mano derecha del presidente Barack Obama, fue grabado en el Foro Sabán, en Los Ángeles, en pleno ambiente judeo-israelí, cuando dijo en una charla privada sin que le tiemble la voz que «Netanyahu deberá entender, quiera o no, que apostó por el candidato equivocado (refiriéndose a Mitt Romney) y perdió.
Estamos en vísperas de Jánuca, la fiesta de las luminarias. Parafraseando a Aristóteles podríamos decir que lo que Bibi define como sombra es la luz que no consigue ver.
Además, la historia nos enseña que muchos líderes que quisieron traer a sus pueblos lo que ellos definían como luz, terminaron colgados de un farol.
Artículos Relacionados: