Jerusalén es el epítome de la condición humana: lo mejor del hombre, y lo peor. Por más de tres milenios la gente ha creído en la ciudad como el puente entre los cielos y la tierra. Pero usualmente ha sido un cruce peligroso. Jerusalén ha inspirado coraje, sacrificio y gallardía; arte, arquitectura y música. También se ha hundido en la persecución, brutalidad, matanza, miseria y el mal venéreo. Justo al sur está el Valle de Hinnom, notorio por los sacrificios de niños incluso en los inicios de la era judía. Como resultado, vino a ser conocido como Gehena: infierno. Dada la historia de Jerusalén, es apropiado que tuviera su propia rama del Hades.
Jerusalén también es un testimonio sangriento de la naturaleza ambivalente de la religión. Los cristianos que cuidan la Iglesia del Santo Sepulcro no pueden vivir en paz. Los monjes y sacerdotes de varias denominaciones a menudo se atacan entre ellos, especialmente en la Pascua, como si volviesen a crucificar a Cristo. Jerusalén es una ciudad santa, donde los fieles a menudo oran con una espada o un arma de fuego. A lo largo de siglos, inclusive en las altas eras de grandeza, la tragedia siempre estuvo a mano.
Eso fue especialmente verdad para los judíos. Los arqueólogos han establecido que David sí existió. Desde los días de la Ciudad Real de David, Jerusalén ha sido la capital de los judíos: el punto focal de las aspiraciones judías. Esto ha ayudado al pueblo judío a sobrevivir y evitar los peligros gemelos de la extirpación y la asimilación. Por los muchos siglos de exilio y diáspora, millones de judíos han hecho el voto de “al siguiente año en Jerusalén”, inclusive cuando no tenían perspectivas terrenas de visitar la ciudad. El sueño mantuvo vivo el judaísmo.
Había un problema. Los judíos fueron los pioneros del monoteísmo, que permitió a la humanidad romper con las supersticiones de la era pagana. Pero el monoteísmo judío procreó dos familias: el cristianismo y el Islam. Ambas veneraban Jerusalén y buscaron gobernarla; ambas estaban inclinadas a estallidos de parricidio. Los judíos ya habían experimentado el terror. El año 70 de la era cristiana, Tito conquistó Jerusalén y destruyó el estado judío. Durante los siguientes 1,800 años, frecuentemente oprimidos, esclavizados y masacrados, los judíos de alguna manera se aferraron a alguna presencia en su ciudad.
Es una historia conmovedora y perennemente problemática. Muchos de los devotos creen que el destino de Jerusalén está inextricablemente ligado con el fin del mundo. Quizá resulten teniendo la razón.
Escribir una “biografía” de Jerusalén es una tarea formidable. Simon Sebag Montefiore ha estado a la altura del reto. Su libro puede ser recomendado a cualquiera que esté planeando un viaje a Jerusalén, o que quiera saber los antecedentes de la cuestión palestina, o que tan solo disfrute de una buena lectura. El autor es especialmente bueno en arqueología. Apenas bajo la superficie de Jerusalén yace una riqueza de 3,000 años de piedras y huesos. Muchas piedras han sido desenterradas y vueltas a usar. Edificios nuevos se erigen sobre los cimientos de otros más antiguos. El centro de la ciudad es un palimpsesto arqueológico, y Sabag Montefiore parece haber dominado la investigación. Este no es un proceso árido: él puede hacer que las piedras vivan y canten. Podría ser un excelente guía en un viaje arqueológico.
Él también desenvuelve la complejidad politizada de todo eso. Hay un problema obvio. Todo sucedió en un área muy pequeña. El Monte del Templo tiene dos de las más veneradas mezquitas del Islam. Pero más profundamente debajo de ellas yacen los cimientos del Templo de Salomón. Aunque la arqueología israelí refleja los elementos seculares de la herencia israelí moderna, quienes están encargados de las excavaciones han llegado a estar bajo creciente presión de rabinos que insisten que todos los trabajos deberían cesar tan pronto como apareciera un hueso. También hay un peligro mucho más grave en los aspectos arqueológicos. Las Fuerzas de Defensa Israelíes tienen que estar alertas para proteger las mezquitas, porque hay algunos judíos fundamentalistas —los menos dignos herederos de la sabiduría de Salomón— a quienes les gustaría hacerlas volar, limpiando así el Monte del Templo de “contaminación” islámica. Eso probablemente ahogaría en sangre y fuego la región entera.
Simon Sebag Montefiore también disfruta describiendo las extrañas y maravillosas personalidades que lograron llegar a la ciudad a lo largo de los siglos. Las visitas a Jerusalén a menudo llevan a una conducta interesante. Ya sea el aire de la colina o la exaltación religiosa, hay algo acerca de Jerusalén que lleva la mente del viajero al sexo. El Rey David es el primer ejemplo, aunque él no fue el último hombre en perder el corazón ante una Bathsheba (Betsabé), o en comportarse criminalmente ante un Urías. No todos sucumbieron. Mientras estuvo en Jerusalén, ese notorio mujeriego, Arthur Koestler por alguna vez en su vida cayó víctima de la culpa. Fue disuadido por el “enojado rostro de Yahweh, que meditaba por encima de las calientes rocas”. Otros tan solo se mecieron a su propio calor.
Esto fue especialmente cierto en la década de 1930, cuando de todo el mundo llegaron exóticos y libertinos, creando la impresión de que Jerusalén se había convertido en una plaza de tranquila decadencia. Ese fue un breve interludio, que solo podía ser sostenido por aquellos cuyos oídos estaban resueltamente sordos al creciente clamor de las calles. En Jerusalén, las voces ancestrales usualmente profetizaban la guerra, y las profecías casi siempre se hicieron verdaderas.
Aunque hay un epílogo, el libro termina en 1967, con la liberación de la Ciudad Vieja: uno de los pocos pasajes en los que la prosa de nuestro autor está ligeramente por debajo del nivel de los acontecimientos. Pero eso puede reflejar su neutralidad. Sebag Montefiore siempre se eleva por encima del faccionalismo. Ojalá fuera el caso para más de los habitantes de Jerusalén. Aunque el libro trata sobre los recientes intentos de llegar a acuerdos y traer la paz, el autor es demasiado realista y está muy bien informado para permitirse el optimismo. Hay poco en el pasado de Jerusalén, y aún menos en el presente, para alentar esperanzas para el futuro. Pero la ciudad aún está allí: una de las más magníficas vistas de todo el planeta, no hay mejor lugar para meditar en los problemas de nuestro orgulloso y enojado polvo.
Si desea comprar el libro “Biografia de Jerusalén” de Simon Sebag Montefiore, oprima aquí.
Artículos Relacionados: