Breve historia de la Comunidad Judía de México

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La comunidad judía contemporánea en México es relativamente joven; aunque su presencia data de casi quinientos años ya que los judíos estuvieron ligados al descubrimiento de América con los llamados “conversos” (judíos convertidos forzosamente al cristianismo) que llegaron al Nuevo Mundo con el deseo de ser libres para llevar a cabo sus tradiciones judaicas y alejarse de la Inquisición. Pronto se percataron que eso sería imposible, pues aunque el Tribunal del Santo Oficio comenzó a actuar oficialmente en 1571, desde los primeros años del establecimiento español en México tuvo representantes en el clero que se encargaron de vigilar la pureza de la fe. La Inquisición actuó en el país durante los tres siglos de la Colonia y fue suprimida apenas el siglo pasado, en 1834. Aquellos que vivieron en la Nueva España como judíos lo hicieron de forma clandestina y con grandes dificultades para sobrevivir.

Existen en el país algunos grupos de judíos mexicanos que pueden tener ascendencia directa de aquellos de la época colonial, como son los de Venta Prieta en Pachuca, Hidalgo; los de Vallejo en la ciudad de México, y otros más; sin embargo, esta línea de ascendencia no ha podido ser probada de manera definitiva.

En 1860 Benito Juárez estableció la tolerancia religiosa en México, misma que fue corroborada cinco años después durante el gobierno del emperador Maximiliano de Hasburgo.


Lawrence B. Speyer fue un banquero a principios del siglo XX; tenía un banco con filiales en Nueva York, Francfort y Londres. En 1904 adquirió la emisión de bonos que permitió al gobierno mexicano comprar a los ingleses y norteamericanos la mayoría de las acciones del sistema ferroviario del país. Posteriormente, Speyer dio su apoyo a Francisco I. Madero con quien estableció nexos personales a través de la masonería.

Su relación con México fue muy importante ya que junto con Kuhn, Loeb y Compañía fueron los encargados de la organización del sistema ferroviario nacional.

Los primeros en manifestarse abiertamente como judíos fueron los sefaraditas, judíos procedentes de la zona mediterránea europea (Turquía, Grecia, y los Balcanes), y los del Medio Oriente (Damasco y Alepo). Estos llegaron al país desde finales del siglo XIX y su inmigración aumentó en la primera década del siglo XX a causa de guerras y revoluciones en sus países de origen.

Tuvieron un proceso rápido de adaptación pues su forma de vida era afín a la latinoamericana, su lengua, ladino o judeo español, les permitió una incorporación eficaz a la vida económica y social en México.

En 1949 el Comité Central Israelita de México llevó a cabo un censo de los judíos que vivían entonces en el país. Las cifras que arrojo este censo fueron las siguientes:

19,949 en la capital
9,069 ashkenazitas
5,880 sefaraditas
3,988 familias

De estos, 7,313 eran inmigrantes y 7,637 nacidos en el país, es decir, judíos criollos; 11,726 ya eran ciudadanos mexicanos, incluyendo los nacionalizados y los nacidos en el país. La mayoría eran ashkenazitas originarios de Polonia 2,441; Rusia 1,189; Lituania 467. De Alemania, Austria, Hungría y Rumania el grupo era menor y de Estados Unidos 109 personas. Los judíos establecidos en provincia eran 3,700 y las comunidades más grandes eran las de Guadalajara y Monterrey. Reportaba además que del total de la población judía, el 45 por ciento tenía menos de 21 años. En total había 21 mil judíos en México, los cuales constituían el 0.1 por ciento de la población. Después de este censo no se volvió a realizar otro hasta 1991, en que la Universidad Hebrea de Jerusalén, apoyada por la Asociación Mexicana de Amigos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, emprendió un proyecto para llevar a cabo un censo de los judíos en México. En un informe el doctor Sergio Della Pergola, coordinador del mismo, presentó un resultado sobre el número de judíos mexicanos en 1991.

Total 42,200
Distrito Federal 22,900
Estado de México 15,800
Otros estados del país 3,500

La mayoría de los judíos ashkenazitas que viven hoy en México, son descendientes de los inmigrantes de los shtetls o pequeños pueblos judíos de la Europa Oriental, que existieron durante más de 600 años, y que en su mayoría fueron destruidos durante la Segunda Guerra Mundial.

Cerca de dos y medio millones de aquellos judíos se embarcaron rumbo a los Estados Unidos entre 1880 y 1924, año en que la inmigración fue restringida y prácticamente detenida para residentes del Este y Sur de Europa.

La inmigración de judíos desde Europa Oriental se había iniciado desde 1860 y se acrecentó después de 1869, debido a las continuas guerras en los países europeos, el servicio militar obligatorio, la crisis de desocupación por la industria, las malas cosechas y, por supuesto, por la intolerancia religiosa.

Organizaciones de beneficencia, como la Alliance Israelitte Universelle, establecieron una serie de estaciones en el camino a través de Austria y Alemania que facilitaron a los inmigrantes su llegada a Hamburgo y otros puertos de salida, proveyéndoles con boletos para los barcos que zarpaban hacia América

En los 24 años anteriores a la Primera Guerra Mundial, lapso que equivale apenas a una generación, el 34% de la población judía europea emigró al continente americano.

La práctica de pogroms se incrementó a principios de este siglo, sobre todo entre 1903 y 1906, precipitando la emigración; sin embargo estos no fueron el único factor determinante. También otras causas presionaron: la situación económica, conflictos personales y comunitarios y, por supuesto, el advenimiento de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución Bolchevique. Debemos recordar que estos judíos ashkenazitas se formaron en gran medida en el conflictivo mundo post-emancipatorio y post-jasídico, dentro de una sociedad hostil y antisemita.

Esta emancipación se expresó en todos los planos de la vida cotidiana, exigiendo la renuncia de los elementos distintivos judíos y la asimilación de la cultura circundante. En tanto que las demandas de índole jasídicas exigían la segregación del mundo judío cargando de diferencias a la conducta diaria. Entre esas dos tendencias opuestas –emancipación y jasidismo- no podía existir un término medio. Hasta la más mínima acción que se llevara a cabo bajo el espíritu emancipatorio o asimilacionista, negaba la esencia misma de las demandas jasídicas. Cualquier intento de asimilar elementos no judíos a la vida cotidiana, o de romper las barreras segregacionistas del jasidismo, fue enfrentado con los sentimientos de culpa fomentados por este movimiento. Por otro lado, era incomprensible para el judío post-emancipado retornar al shtetl jasídico.

Este estado de confusión que acompaño la salida del shtetl fue trasladado a México con sus mismas y diversas manifestaciones. La brecha entre el totalitarismo jasídico y las tendencias asimilacionistas del universo de la emancipación, en combinación con el racionalismo sionista, el socialismo bundista y el uso del idish como idioma, se acrecentó al encontrarse frente a una nueva realidad: la mexicana.

La mayoría de los que llegaron a México pensaron en continuar la vida del shtetl, y a la vez, integrarse a la sociedad mexicana. Ambos conceptos resultaban contradictorios, mas prevalecieron por mucho tiempo.

La sensación siempre presente en el shtetl era de tranquilidad e inocencia; ya en México, la tranquilidad se convirtió en prisa y la inocencia evoluciono hacia un nuevo vigor y optimismo. En el “alter heim” (viejo hogar) existía un sentimiento de esperanza, la tradicional “seguridad” judía que tenia sus raíces en creencias místicas; en cambio, en México ese optimismo dejó de ser místico para encontrar sus raíces en la realidad.

Los judíos retuvieron formas de vida y lenguaje, mas en respuesta al medio circundante, asimilaron mucho de él y lo integraron a su vida cotidiana, sin descuidar su propia tradición, que permaneció intacta. En el “shtetl” el centro de su gobierno y de su actividad era la sinagoga, la cual fungía también como Casa de la Asamblea. Había una administración central y un Consejo Comunitario o “Kahal”, los que funcionaban igual que en el siglo XIX, sobre todo en Polonia y Rusia.

Para el “shtetl” el judaísmo no era una religión, sino una forma de vida. Ahí la mayor autoridad legal era el rabino, el cual dictaminaba tanto en cuestiones religiosas como escolásticas; era el juez y la ley bajo la cual juzgaba, salía de las Sagradas Escrituras.

Al llegar a México, el inmigrante trasplantó estas costumbres, y cuando tomó la decisión de quedarse en el país, lo primero que busco fue una sinagoga dónde rezar y un rabino al cual poder acudir. Su indumentaria tradicional, sin embargo, cambio tanto para los hombres como para las mujeres, quienes trataron de incorporar a su vida diaria la vestimenta de la sociedad circundante. Aun aquellos que se dedicaron a la venta ambulante o a tenderos, daban la sensación de estar vestidos para “recibir el sábado”.

La Revolución Mexicana de 1910 representó un retraso enorme para el comercio y la industria. La agricultura, que era el renglón principal, tampoco significo un atractivo para los inmigrantes que en su mayoría eran artesanos o comerciantes y no campesinos. La situación en el agro era de enorme pobreza e incertidumbre, debido a las transformaciones que se estaban efectuando con el reparto de tierras y la creación de la pequeña propiedad agrícola.

México fue visto como un lugar de paso hacia los Estados Unidos, ya que los inmigrantes que venían huyendo de inestabilidades políticas y pobreza, no querían repetir el esquema. Se exigía un mínimo de dos años de estancia en territorio mexicano para otorgar algún permiso para emigrar. Este periodo influyo en muchos, que acabaron por quedarse definitivamente en México, ya adaptados a las circunstancias. La mayoría llegó sin ninguna profesión, así que sólo calificaron para vendedores ambulantes o aboneros; aun los que venían con una profesión también trabajaron en esos oficios hasta aprender un poco el idioma.

En 1922, al crearse la Beneficencia Nidjei Israel, ésta resolvió los problemas fundamentales de los inmigrantes y con el tiempo, convertida en una Kehilá, se volvió un autogobierno, con un cuerpo administrativo completo, un rabinato, un comité cultural, un departamento de educación, uno de socios y llegó a contar con un sistema de arbitraje propio, actuando como una verdadera democracia con elecciones efectivas. Nidje Israel logró ser –para 1957- la organización centralizadora de las actividades del sector ashkenazita en México. El Minyán inicial se convirtió en una Comunidad en toda forma.

Del “shtetl” a la Kehila

Desde el “shtetl” el hombre sabía su posición en el mundo y su relación con toda la humanidad. El pueblo era el lugar donde había una sinagoga, un jeder, un mesón y un cementerio. Estos lugares reales, auténticos, podían volver en los recuerdos, sumarse para despertar la curiosidad a los ojos de los hijos recién nacidos en otros confines.

En el shtetl, los lazos de familia eran importantes; las relaciones, los derechos y obligaciones, en conjunto, tenían un sabor y sentido especial, de alguna manera un valor único cuanto a la vida en su totalidad.

El pueblo significaba todo, atado a una relación solidaria entre cada uno de los habitantes. Esos lazos de sangre no sólo eran sentimentales sino que determinaban el papel del individuo dentro de la sociedad.

La unidad giraba alrededor del marido y la mujer, la casa era los dominios de la madre que se ocupaba de la economía familiar, de proveer comida, abrigo y ropa para sus seres queridos, pero se sabía que nadie podía esperar comida y espacio donde dormir si no se lo había ganado.

Cruzar el océano fue una combinación de experiencias traumáticas: al principio era difícil encontrar el camino hacia algún puerto, ya que en Europa generalmente se viajaba por río o tren, lo cual conllevaba un costo. Por esa razón muchos emigrantes caminaban al siguiente destino. Su vida era precaria, llevaban poco efectivo –cantidad prestada la mayoría de las veces- con lo cual trataban de subsistir.

Aunque el inmigrante judío en la gran mayoría de los casos procedía de estratos pobres de la población, traía consigo una carga cultural en principio diferente, que le hacía sorprenderse ante todo lo que veía. Su cultura europea hacía aun más fuerte el choque.

Se recibía con gran aprecio la dirección de alguien que los pudieran ayudar; el pariente, el paisano, la Bnei Brith o alguien de quién afianzarse, un rostro que resultara conocido. La mano amiga no era necesariamente de personas allegadas, parientes o conocidos; las organizaciones comunitarias jugaron también un papel importante en el acomodo y avecindamiento de los recién llegados.

Cabe destacar el papel de la Bnei Brith en la recepción de inmigrantes; esta organización enviaba constantemente a sus representantes a Veracruz o Tampico para apoyar a los judíos en su desembarco y traslado a la ciudad de México. Aquí mantenía una casa para dar alojamiento temporal mientras el inmigrante comenzaba a desarrollar alguna actividad económica.

Los primeros inmigrantes ashkenazitas que llegaron a México se establecieron en el centro de la ciudad: en las calles de Jesús María, Correo Mayor, Academia, Callejón de la Soledad, Justo Sierra, El Carmen, República de Colombia, República de Argentina, entre otras.

En 1928 se habla en “Undzer Vort” (periódico en idish) de 10 mil judíos esparcidos en la República Mexicana. Asentados principalmente en el centro de la ciudad de México, la zona comercial por excelencia, se empezó a formar el barrio judío en Jesús María. En el Centro de la ciudad también comenzaron a reunirse informalmente en algún restaurante, como el de la calle de Academia 43, un restaurante idish de una familia Bialik, en la Bnei Brith o en el club de Tacuba 15.

A pesar de que la vida estaba llena de problemas, la primera preocupación al agruparse era la muerte. Era importante tener un cementerio y estar enterrado con familiares y amigos. Mas que ninguna otra cosa el inmigrante quería tener la seguridad de un entierro decente.

Se crearon lugares de rezo, que partiendo de un minyán conformaron comunidades. El primer lugar de rezo ashkenazita fue en el Callejón 5 de Mayo número 38 de donde se cambiaron a un mejor sitio en Jesús María número 3. La primera sinagoga construida ex profeso fue la de Justo Sierra 71 y 73.

Se formaron asociaciones dedicadas a cuestiones intelectuales y deportivas, se organizaban bailes, concursos, funciones de teatro y conferencias. Con gran devoción y mucho sacrificio los inmigrantes empezaron a construir colegios autónomos, fundaron periódicos para tener un medio de expresión en su propio idioma y para saber uno del otro. Todo ello estaba en el Centro de la ciudad, conformando un núcleo de vida judío.

Poco a poco esos inmigrantes se separaron en grupos de acuerdo con el lugar de nacimiento, pueblo o idioma compartido.Cuando se desarrollaron y crecieron los negocios sus dueños salieron de ese rumbo en busca de lugares residenciales y dejaron sus negocios en el Centro. El propósito de mejorar su habitación, de dar una vida más confortable a la familia cuando ésta ya se había integrado conformó varias zonas judías en la ciudad. Después del Centro le siguió la Colonia Condesa.

La Colonia Condesa era llamada “Di Colonie“, no hacia falta especificar. Los que se iban del Centro muchas veces habían compartido vivienda; en Di Colonie comenzaban a vivir solos para envidia y admiración de sus paisanos. Se mudaban a la Condesa aquellos a los que ya les iba bien; ahí se buscaba una casa mejor, con buenos muebles y tapetes, aunque fueran fiados. Se buscaba el mejor nivel social para hijos, abrir sus posibilidades de éxito.

Los primeros residentes judíos en Di Colonie no tenían cerca de ellos un lugar de rezo ni instituciones comunitarias ni colegios a donde acudieran sus hijos. Por ello, ante el riesgo de un alejamiento del grupo y un desapego a la religión, las instituciones comunitarias tuvieron que seguir al grupo. Los dirigentes comunitarios promovieron la construcción de nuevos núcleos de la vida judía; así, nacieron la sinagoga y el centro comunitario en Acapulco 70, el Colegio Yavne en la calle de Agrarismo, el Kadima en la calle de Ámsterdam y el Bnei Akiva, por mencionar algunas. En la nueva colonia se establecieron carnicerías, tiendas de abarrotes y panaderías, todo kosher.

El Parque México fue un elemento de cohesión de la comunidad. Ahí se efectuaban las actividades sociales: los niños en el grupo de scouts, las señoras se reunían a platicar por las mañanas, los señores conversaban el sábado sentados en las bancas después del rezo en la sinagoga.

Un fenómeno semejante se dio en los años cuarenta y cincuenta con un nuevo traslado, esta vez de la Colonia Condesa a otras zonas, entre ellas las colonias Álamos, Lindavista, Anzures y Polanco.

La sinagoga de Bet-Itzjak se fundó en 1953 para cubrir las necesidades de vida comunitaria. Años después, con otra línea y otras ideas, una disidencia conservadora fundó Bet-El en 1961; ambas instituciones surgieron del sector ashkenazita.

Organización laboral

En el “viejo hogar” los judíos se dedicaban a la artesanía en el pequeño comercio y la agricultura. No había otra forma de subsistencia. Aunque la mayoría de los judíos ashkenazitas provenían del medio rural, en Europa pocos habían tenido acceso a la propiedad de la tierra. Otro grupo provenía de medios urbanos de países como Alemania, Bélgica, Francia y Holanda.

Al llegar a México se encontraron con la posibilidad de dedicarse a la agricultura, aunque en realidad pocos se dedicaron a ello y sólo durante periodos muy reducidos; el campo mexicano no era lo mismo que en “der alter heim”. En este país se encontraron con una geografía abrupta, imponente, con un clima tropical propicio a diferentes cultivos y a la proliferación de insectos y plagas incompatibles con el hombre de clima frió. La mayoría de los inmigrantes se asentaron en ciudades, en los centros urbanos se percataron de que las profesiones y oficios que ejercían no tenían demanda en el contexto particular de la sociedad mexicana.

Hacían falta pocos sastres, matarifes, zapateros o carpinteros; además, “por no estar todavía desarrollada la industria mexicana, la mayoría de estos inmigrantes se veía obligada a empezar una carrera mercantil, y como vendedores ambulantes. Se les veía por las calles cubiertos con corbatas, medias y calcetines. Otros vendían artículos de ferretería. El público les tomaba por alemanes, rusos o polacos.

Su situación económica era mala, el desconocimiento del idioma y la desprotección generaba el problema mas importante en el orden del día en aquel tiempo: “si, realmente México era el lugar apropiado para la inmigración judía.”. Al buscar empleos, algunos encontraron trabajos que los tenían “amarrados” toda la semana, y los aceptaban temporalmente porque no podían permanecer sin ingresos.

La alternativa económica más viable para el inmigrante fue el comercio. En México la mayoría de los productos manufacturados se importaban; su precio y distribución se concentraban en los núcleos urbanos más importantes. Así, la opción para el inmigrante judío era insertarse en ese medio, llevando algunos productos a los grupos populares y los lugares apartados. El gran oficio del recién inmigrado fue la buhonería. Ambulantes y puesteros hicieron revolucionar el comercio en México dado que, a fuerza de competencia, fueron una de las causas principales para que artículos necesarios e indispensables antes, fuera del alcance de las clases laborantes, bajaran a precios populares.

En los siguientes cuadros se representan las principales ocupaciones a que se dedicaron los judios ashkenazitas que inmigraron a México entre 1900 y 1950.

% Hombres
Comercio 23.2 1857
Estudiantes 4.87 390
Industria 3.18 255
Administración 2.63 211
Profesiones liberales 2.06 165
Arte 0.92 74
Intelectuales 0.75 60
Agricultura 0.60 48
Oficios 23.4 984
No declarada 1.98 159
Total 100 4203
% Mujeres
Hogar 73.4 2786
Estudiantes 5.69 216
Administración 3.27 124
Comercio 2.79 106
Profesiones liberales 0.84 32
Arte 0.47 18
Intelectuales 0.42 16
Agricultura 0.08 3
Industria 0.05 2
Total 100 3791

Los nuevos residentes se agrupaban, y en cada grupo se preocupaban por ellos mismos; se empezó por formar un barrio judío, un templo, un panteón, a tener un rabino, cantores, matarifes, una mikve, clubes, periódico y poco a poco desarrollaron organizaciones de beneficencia.

Al principio el grueso de los inmigrantes se dedicó al comercio ambulante, pero fueron estableciéndose paulatinamente con giros nuevos para la economía del país, como la fabricación de tejidos de punto y ropa interior, la elaboración de corbatas, abrigos y suéteres, de medias y calcetines, el comercio de fierro y metales, hasta la exportación de tripa para salchichonería que hasta entonces se desechaba en los rastros. Estos giros en México lograron llevar a todas las clases sociales artículos que antes, por ser importados, estaban reservados para los estratos altos.

No todos los inmigrantes vinieron sin dinero y sin oficio ni se dedicaron al comercio. Había inversionistas, algunos de ellos dedicados a la importación y representación de empresas extranjeras, especialmente norteamericanas, alemanas y francesas. Otros, que ya eran industriales en Europa, desarrollaron sus mismas ideas e invirtieron su capital en el establecimiento de industrias novedosas en el campo de la economía local, como el comercio de pieles finas y joyería, giros que los judíos de Europa Central manejaban desde antaño.

Para 1929 el Libro de oro de la Revolución registra 85 negocios judíos ashkenazitas establecidos: 38 (44.72%) de ellos industrias; 40 comercios (47%); 3 (3.56%) en servicios, y 4 (4.72%) dedicados a la importación y exportación.

El 27 de junio de ese año se formó la Cámara del Pequeño Comercio Judío, integrada por judíos que no sólo se organizaban entre sí, sino que empezaban a advertir lo conveniente de tener órganos representativos ante la sociedad mexicana.

2 comentarios en «Breve historia de la Comunidad Judía de México»
  1. Sabrâ alguien en la lejana Historia de este Pais… si mi abuelo materno casado con mi abuela materna serian judios?
    El fue Boticario en alguna calle del Centro de la Ciudad de Mexico.
    Y no se si lo que me platico mi tia sea veridico, resulta que mi abuelo no le hacia el amor a mi abuela si no antes oraba a Di:s por permiso y perdon!

    Ademas le pedía a ella , que se tapara con una gasa sobre su cuerpo, y sobre la gasa lo hacían.
    Eso se consideraría un acto Judio?

    Pregunato todo esto porque en las listas de apellidos Sefarditas estan mis dos apellidos Paterno y el mas importante el Materno.,
    Mis Apellidos son Martinez Ortega.
    Shalom y Gracias.

    Responder
  2. Desde mi tatarabuelo Pedro Salomon se pierde la pista sobre sus orígenes y su segundo apellido sólo aparece con mi abuelo. ¿ Es el apellido Salomón de origen judío ? es una pregunta que la familia tiene desde hace más de 100 años

    Responder

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