Bucovina es una pequeña región de Europa repartida entre Ucrania y Rumania pero que un día perteneció al Imperio Austro-Húngaro y tuvo un periodo de gran esplendor y desarrollo cultural entre el siglo XIX y 1918, en que el antiguo espacio imperial fue repartido entre sus vecinos. En esa época también la comunidad judía vivió sus mejores años y desde finales del siglo XVIII hasta el Holocausto, entre 1939 y 1945, la cifra de hebreos asentados en Bucovina no dejó de crecer.
Según hemos podido leer en la Enciclopedia Yiyo de los judíos en el Este de Europa, “el primer censo austríaco de 1775 indicaba la presencia de 526 familias judías en Bucovina, concentradas principalmente en las ciudades de mercado. En 1776, el número de judíos había aumentado a 2.906; el aumento repentino de la inmigración procedente de Galicia, Ucrania y Moldavia obligó a las autoridades austríacas a recurrir a medidas represivas, incluido el destierro de los recién llegados. Después de 1790, el número de judíos que se establecieron en Bucovina volvió a aumentar, impulsado por las exenciones fiscales, así como por la ausencia del servicio militar obligatorio (hasta 1830)”.
Esta población no hizo más que aumentar y crecer desde el siglo XIX hasta los fatídicos años cuarenta del siglo pasado. La misma fuente anterior nos informa que en 1802, los registros mostraban que en Bucovina vivían 3.286 judíos; en 1821, 6.077; en 1830, esta cifra había aumentado a 7.726; y en 1846, había 11.581 judíos de una población total de 371.131. A excepción de los que se establecieron en el campo, entre los que había algunos agricultores, la mayoría de los judíos residían en pequeños centros urbanos donde estimulaban el desarrollo económico en sus roles como comerciantes (en 1826, de un total de 62 propietarios de empresas registradas en Bucovina, 44 eran judíos), artesanos y propietarios de talleres industriales, taberneros, prestamistas, constructores y propietarios de bienes raíces.
LA PLURALIDAD DE LA COMUNIDAD JUDÍA LOCAL
Según la escritora local, Galyna Dranenko, al referirse a este periodo: “La propia comunidad judía de Bucovina era múltiple. Estaba compuesta por judíos jasídicos, judíos ortodoxos y seguidores de la Haskalá. Estos últimos eran judíos emancipados de la región que defendían reformas en el judaísmo, como la modernización de las formas y prácticas religiosas. El lugar de reunión y culto de estos reformistas fue construido en Czernowitz -Cernauti en rumano- en 1877, la Gran Sinagoga Coral, el Templo donde, por ejemplo, cantó Josef Schmidt, un tenor de fama mundial, llamado el “Caruso de Bucovina”. Hoy en día, debido al periodo soviético, el templo alberga un cine, pero… esa es otra historia. Sólo añadiré que, antes de 1918, además del Templo, la capital bucovina contaba con 70 sinagogas y el palacio del representante de una poderosa dinastía de tzadiks bukovinos, un gran rabino de Sadagora, Israel Friedman de Ruzhyn”.
El relato de la Enciclopedia Yiyo nos aporta muchos datos sobre el desarrollo de la comunidad en los siglos XIX y XX, tal como recogemos literalmente: “La eliminación gradual de la discriminación económica y política contra los judíos en la monarquía de los Habsburgo tras la revolución de 1848, que culminó con la emancipación total en 1867, fomentó la rápida expansión de la burguesía judía en Bucovina. La autonomía total concedida a la provincia generó nuevas oportunidades de desarrollo económico. La perspectiva de prosperidad alentó la inmigración judía desde Galicia y los países vecinos: el número de judíos aumentó de 14.581 (3,82% de la población total) en 1850 a 67.418 (11,79%) en 1880 y a 102.919 (12,9%) en 1910. Los empresarios judíos desempeñaron un papel crucial en el desarrollo del capitalismo en Bucovina. En 1906, casi la mitad de los ingresos fiscales de la provincia procedían de los judíos”.
“En 1930, había 92.232 judíos (10,8% de la población) residiendo en la antigua provincia de Bucovina. Aunque los judíos eran ahora reconocidos como una minoría nacional (algo que no había sucedido bajo el dominio austríaco), fueron sometidos a un lento proceso de marginación y pérdida de estatus legal, ya sea directamente (bajo la presión resultante de la política centralizada de ´rumanización´ de la nueva provincia) o indirectamente, a través del continuo crecimiento del antisemitismo promovido por la extrema derecha”, nos explica con mucho acierto la Enciclopedia Yiyo.
Aparte de esta notable presencia judía en la región, hay que reseñar la notable vida cultural y social de la misma, contando con decenas de periódicos, teatros, seminarios, escuelas, sinagogas y un sinfín de instituciones que serían destruidas y cerradas entre 1939 y 1945, después de que Bucovina fuera ocupada primero por los fascistas y después por los soviéticos, para cambiar de manos finalmente a la Unión Soviética y ser dividida entre la Ucrania comunista y la Rumania invadida por los soviéticos, punto y final de esa región cosmopolita y multiétnica, plural y también judía hasta entonces. En el Holocausto, unos 120.000 judíos de Bucovina, Transnistria y Moldavia fueron asesinados por las tropas rumanas aliadas de los nazis y la vida judía, si exceptuamos algunos pobres vestigios que perduraron, desapareció para siempre.
PATRIA DE NUMEROSOS CREADORES, ESCRITORES Y ARTISTAS
Aunque no es un autor conocido ni traducido al español, comenzamos esta breve nómina con el psiquiatra y también escritor Robert Flinker, que pasó toda la Segunda Guerra iundial escondido de los nazis y también de los rumanos que colaboraban con los alemanes en la “solución final”, viendo como caían sus amigos y familiares durante el Holocausto .Cuando los soviéticos liberaron Bucovina, en 1944, Flinker salió de su escondite y volvió a la vida “normal”.
Autor de un libro mítico en la literatura rumana no traducido a otras lenguas, Prabusirea (El Colapso), Flinker se mudó tras la guerra a la capital rumana, Bucarest, en 1945, donde trabajó en el Hospital Central de Bucarest como médico y se acabaría suicidando en ese mismo año. No soportaba haber sobrevivido al Holocausto. Se sentía culpable por estar vivo sin haber hecho nada por sus desafortunados vecinos, no podía mirarse al espejo sin sonrojo y consideraba que vivir así era apto solamente para los más cobardes. Flinker decidió poner fin a lo que consideraba un sainete insoportable y lo hizo el 15 de julio de 1945, cuando la pesadilla ya había terminado dejando atrás un saldo de millones de muertos y las cenizas encendidas del horror de los campos.
De este escritor escribiría Claudio Magris: En Bucovina vivió Robert Flinker, psiquiatra y escritor de inspiración kafkiana, autor – en alemán- de novelas y relatos sobre enigmáticos procesos, culpas oscuras y tribunales misteriosos; pese a su evidente deuda con respecto a Kafka, un narrador inquietante y personal. Flinker, judío, había vivido oculto durante la ocupación hitleriana; se suicidó en 1945, después de la liberación”.
LOS CASOS DE CELAN Y MANEA
Los dos grandes escritores judíos de la Bucovina son Norman Manea y Paul Celan. Celan, que era de Cernauti, capital cultural de la región y un lugar donde la memoria del pasado está incrustada en el propio cuerpo de la ciudad. Esa misma angustia vital que sufrió Flinker, ese no sentirse ajeno al drama de millones en Europa que no alcanzaron a ver los primeros rayos de la esperanza, fue quizá la misma que atrapó al escritor rumano, pero alemán de sentimientos, Paul Celan, quizá uno de los mayores poetas, paradójicamente, en lengua alemana. Celan sobrevivió al Holocausto, conoció el horror de los campos y fue testigo en primera persona de la gran tragedia europea del siglo XX.
Celan huyó a París porque no podía seguir viviendo en el mismo suelo donde había visto partir a sus familiares y amigos hacia la muerte. En Francia escribió compulsivamente pero no pudo seguir viviendo mientras otros no habían gozado de su suerte. La existencia se le hizo insoportable e irrespirable, sus poemas no justificaban seguir viviendo en un mundo cruel e injusto, ajeno a unas mínimas normas de sujeción ética y moral. La noche del 19 de abril de 1970, tras haber sufrido varios crisis y trastornos e incluso haber estado internado en una institución psiquiátrica, Celan se suicidó arrojándose al río Sena desde el puente de Mirabeau.
Otro de los grandes escritores de Bucovina es Norman Manea, autor de obras mundialmente conocidas como La quinta imposibilidad, La sombra exiliada, El regreso del huligan, Payasos, El sobre negro y muchas más que desbordarían los límites de esta breve reseña. Norman Manea nació en la pequeña localidad de BurdujenI, en la Bucovina rumana, en 1936. Fue deportado en la infancia, junto con su familia, de origen judío, a uno de los campos de concentración abiertos por los colaboracionistas rumanos en Transnistria, en la actualidad Ucrania, del que regresó en 1945. Ingeniero de formación, durante los años sesenta se dio a conocer como escritor en la Rumanía comunista. Distanciado del régimen, en 1986 aceptó una beca para estudiar en Berlín occidental y al año siguiente se instaló en Estados Unidos. Actualmente vive en Nueva York y combina su actividad literaria con la docencia en el Bard College de esta ciudad norteamericana. Una de las cosas realmente paradójicas de la Bucovina es que mucho de sus autores judíos tenían como lengua materna y literaria el alemán, como era el caso de Celan, y eso era realmente una tragedia para muchos de ellos después del Holocausto, tener que escribir en la lengua del verdugo.
Para terminar, y para dar el lector algunas lecturas recomendadas sobre el Holocausto y la desaparición de la vida judía en Bucovina, me voy a referir a la superviviente del Holocausto Ruth Gladsberg, cuya memoria de aquellos hechos queda narrada brillantemente y con todo lujo de detalles en su libro Lágrimas secas, una obra imprescindible para conocer lo que ocurrió en esta zona del mundo en aquellos aciagos días. Días de tragedia y muerte, silencios y complicidades, pero que, al menos, nos dejaron algunos testimonios para la posteridad de esta Bucovina que, quizá, como había dicho el genial Winston Churchill al referirse a los Balcanes, tiene más historia que la que es capaz de digerir.
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