
La lectura de la biografía de Camille y de Paul Claudel publicada en francés en 2006 por Dominique Bona me condujo a preguntar en términos generales: ¿cuál es el tema que no pocos historiadores y analistas sociales han coincidido en eludir o apenas señalar con particular porfía?
No se trata – por ejemplo- de la libertad ciudadana pues como concepto y práctica se conoció- con algunas restricciones- en la polis griega, y desde antiguo es la prenda casi exclusiva del sexo masculino en no pocos países. Ni es la envidia que trágicamente distanció a los hermanos Abel y Esaú. Ni la curiosidad que abrumó a la mujer de Lot. Tampoco es el poder sin frenos que norma desde antiguo a algunos regímenes. Y menos la servidumbre que con modalidades afinadas y encubiertas se eterniza en múltiples burocracias y hogares.
En suma: un conjunto de temas que ha merecido saliente aunque desigual atención en el historial humano. En contraste, episodios que aluden a la sexualidad de la mujer y a sus apetitos irrefrenables apenas cuentan con prolijas alusiones si se descartan los mitológicos ensueños de Eva en el jardín paradisíaco.
Camille Claudel fue excepción. Intentó romper este sostenido freno a la libre y placentera desnudez de los deseos femeninos desafiando el cruel castigo de su madre, el innoble olvido del hermano, y la inexcusable desmemoria de no pocas generaciones. Debieron transcurrir más de un siglo desde sus creaciones y siete décadas después de su muerte hasta instituirse en los últimos tres años un museo que lleva su nombre. Injusticia y olvido que por fin merecieron alguna enmienda y atención.
Breve historial
Joven y con hondas raíces francesas y cristianas, la madre de Camille elevó en su tiempo repetidas oraciones pidiendo traer un varón a este mundo. Pero no fue escuchada. Dio luz en 1864 a una niña que odiará hasta sus últimos días. Actitud que no comparte el padre quien a sus 38 años festeja la llegada de esta criatura que amará y sostendrá sin reparos hasta el fin de su vida. Y cuatro años más tarde nació su hermano Paul, el futuro diplomático y escritor que revelará encontrados sentimientos respecto a su hermana.
Ambos crecieron en el tranquilo norte de Francia en un hogar vacío de juegos y besos. No obstante, una generosa biblioteca redujo las ausencias. Camille y Paul pudieron entonces transitar en la literatura clásica que el padre amaba: Homero, Plutarco, Cicerón, autores que se cruzaron con otros algo más cercanos, facilitados por un celebrado sacerdote cercano a la madre.
Años después, abrumada por la ausencia de buenos marcos escolares la familia resolvió trasladarse a la bulliciosa Paris. Las transitadas calles y los altos edificios tocaron de inmediato fibras íntimas de Camille. Quería pintar y esculpir. En aquellos días sólo algunas instituciones recibían a mujeres como alumnas. Sin opciones concretó su amor a la escultura en una institución privada, y bien pronto maestros y alumnos revelaron sorpresa y admiración por el ingenio y las sabias manos de la alumna.
Concluidos los estudios elementales, Camille montó un attalie donde empieza a esculpir figuras y paisajes en colaboración con amigas que habían llegado de Londres. Y en el correr de los días llega al primitivo taller un escultor que empezaba a distinguirse en la escena parisina.
Paul Rodin contaba entonces 42 años, y Camille apenas 18. Ella no había conocido hasta ese momento algún íntimo contacto masculino; en contraste, Rodin- algo torpe y abultado de peso- tenía por hábito rodearse con fugaces amantes sin abandonar a una modesta mujer – Rose Beuret – que cuidaba prolijamente su salud y el hogar. Paul jamás abandonará a Rose y será formalmente su esposa pocos antes de la muerte de ambos (1914).
Una irrefrenable pasión enlaza de inmediato a Camille y a Rodin. Penetra y sacude los rincones más íntimos. Camille abandona entonces la casa paterna y se le entrega sin frenos convirtiéndolo en protector, amante, amigo y pecador. Se rebela ante el mundo para revelarse con y por él.
Conducta que de inmediato la distancia de su hermano Paul; su madre jamás le perdonará.
Ciertamente, Paul Rodin era ya figura celebrada en los medios parisinos. Sus esculturas de Balzac y Víctor Hugo, entre otros, constituían testimonios de su vertical talento. Y en alianza con Camille multiplica el número y la variedad de sus obras en tanto que ella atina a forjar su propio y singular estilo haciendo hablar a mármoles dormidos y en silencio.
Hacia una creativa aventura
Para Rodin y para Camille se abrió así un periodo de mutua creatividad. Los modelos de la antigua Grecia y Roma, los apuntes de Dante, las tensiones de la modernidad constituyeron temas que inspiran y modelan las obras de la encendida pareja. Múltiples esculturas en bronce y mármol pusieron al desnudo y con el desnudo las humanas pasiones.
Así, el vals y la flautista exhiben impulsos y deseos apenas tolerados por la cultura católica y la institucionalizada hipocresía. Durante los doce años de la inflamada convivencia con Rodin, Camille imprime formas singulares a las imágenes que le interesan. Modelará incluso un busto del propio Rodin además del perfil de Sakuntala, mitológica figura hindú a la cual el rey Dusyante le pide perdón por no reconocer a su hijo. Le siguieron obras como El Vals, La flautista y, al fin, Clotho que protagoniza las angustias de la muerte.
Rodin le escribe: “me embriago con tu presencia…” Mi salvaje amiga, siento tu terrible fuerza…” No puedo vivir un día más sin verte “… Y cuando Camille se ausenta a Inglaterra durante algunas semanas, Rodin escribe: …” Sufro…lloro… hace tiempo que no sonrío, que no canto, todo es insípido y lejano sin ti… ” Ella espera y exige una entrega exclusiva que incluye su irreversible alejamiento de Rose, solicitud que Rodin no pudo satisfacer.
Sin embargo, Rodin le promete prolija fidelidad. Le adelanta …” en mayo viajaremos a Italia y viviremos allí por lo menos medio año… será un vínculo irrompible hasta ser mi esposa… ” Promesas al fin vacías. Al cabo Camille no tolera los vaivenes amorosos de Rodin. Lo quiere sólo suyo.
El apasionado vínculo conllevó repetidos embarazos. En cuanto a su número y resultados divergen las fuentes. Algunas apuntan que dos o tres criaturas que ella habría concebido fueron entregadas a instituciones para su adopción; otras señalan sus repetidos abortos. Por su lado, Rodin tuvo con Elena un hijo que años después expulsará del hogar por excederse en la bebida. En fin: bruscas oscilaciones de dos genios entregados al arte y a la intimidad de sus cuerpos.
El monumento La edad madura que Camille concluyó en 1889 encendió la furia de Rodin. Presenta a la Muerte arrastrando a un hombre viejo y encorvado que deja atrás a una joven que pide retenerlo. Sin duda, un mensaje que no reclamaba palabras. Desde aquí la ruptura entre ambos, después de una creativa y fecunda relación, se tornó irreparable.
Continuará…
Articulo muy interesante….Gracias