Querido Mundo,
Me dirijo a ti en un intento de entenderte. Mientras millones en los Estados Unidos seguían la segunda investidura del presidente Donald Trump, en Israel las pantallas estaban divididas. En una, las palabras confiadas de un presidente pronunciando su discurso. En la otra, una historia completamente diferente: una de lágrimas, dolor y reencuentros que inspiran esperanza.
Romi Gonen, Doron Steinbrecher y Emily Damari finalmente han regresado a casa.
Esos momentos, cuando estas jóvenes corrieron hacia los brazos de sus madres, estuvieron cargados de emociones que las palabras no pueden describir. El primer abrazo, la sonrisa que se asoma entre un río de lágrimas, el susurro de “mamá”. Sin embargo, no solo ellas lloraron. Cada israelí que vio estas escenas derramó lágrimas junto a ellas, yo incluido. Las lágrimas de las madres se mezclaron con las lágrimas colectivas de toda una nación, una nación que finalmente abrazó de nuevo a sus hijas tras días de horror implacable.
Pero el precio fue insoportable. Mientras Trump concedía indultos a los responsables del asalto al Capitolio, Israel se vio obligada a conceder indultos a asesinos y violadores, hombres cuyas manos aún están manchadas de sangre. Estas son personas que, en algunas partes del mundo, se glorifican como “luchadores por la libertad”, pero en Israel conocemos el verdadero costo de traer a nuestras hijas de regreso a casa.
Querido Mundo,
Me dirijo a ti una vez más, intentando entenderte.
¿Cómo puede alguien justificar el asesinato, la violación y el secuestro de jóvenes inocentes cuyo único “crimen” fue bailar en una fiesta o descansar en sus camas en casa? ¿Cómo es posible que, mientras Israel lucha por sanar heridas que se niegan a cerrarse, haya quienes llamen héroes a estos criminales?
Ayman Odeh, líder del partido Hadash-Ta’al, se atrevió a escribir que está “feliz por la liberación de los rehenes y los prisioneros… porque todos nacimos libres”. Con estas palabras, equipara a las jóvenes inocentes, víctimas de un terror brutal, con asesinos y violadores que dedicaron sus vidas a sembrar odio y destrucción. Estas declaraciones no solo son indignantes; normalizan el apoyo global al asesinato y la violación en nombre de una lucha que santifica la destrucción en lugar de la vida.
Querido Mundo, estoy tratando de entenderte.
Cuando presencias estos momentos de reencuentro, ¿acaso tus ojos no se llenan también de lágrimas? ¿No es evidente dónde se encuentra la humanidad? ¿Cómo es posible que, mientras nosotros abrazamos nuevamente a nuestras hijas, tú permanezcas al margen y refuerces a quienes promueven la violencia y el odio?
Esto no es solo una cuestión política o ideológica. Es una cuestión de conciencia y moralidad. ¿Estás del lado que santifica la vida, dispuesto a pagar un alto precio para traer de regreso a jóvenes inocentes, o del lado que glorifica a quienes siembran devastación?
Querido Mundo, la elección está en tus manos. Esperamos tu respuesta. La nuestra ya está clara como el agua.
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