Cartas de amor a Stalin: un escritor silenciado

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Nunca ha sido fácil ser un creador y menos aún cuando en la obra que se genera subyacen tintes de disidencia y de rebeldía. Y si a esto agregamos el haber vivido en tiempos represivos, la situación se agrava mucho más, ni siquiera el haber optado por un exilio voluntario en casa logra ser la salvación para hallar un poco de paz espiritual.

Éste es uno de los ejes temáticos de Cartas de amor a Stalin, del dramaturgo español Juan Mayorga, con una puesta en escena del director y gestor cultural Guillermo Heras. Él ya la había montado en España, Portugal y Venezuela. Ahora la podemos ver en el Teatro Casa de la Paz de la Universidad Autónoma Metropolitana dentro del ciclo Nuevas teatralidades, en una temporada que terminará el 18 de noviembre.


Cartas de amor a Stalin es un texto potente, pero en exceso discursivo, y a partir de la mitad de su desarrollo, es muy reiterativo, quiero pensar que de un modo intencional, porque Mijail Bulgákov (1891-1940), el protagonista, cae en una espiral de ostracismo y autodestrucción al haber sido silenciado por el estalinismo, al constatar que sus obras teatrales no son representadas y que sus libros se encuentran prohibidos.

Heras nos ofrece un trazo escénico limpio y cuidadoso en un espacio casi vacío que sólo cuenta con un escritorio, una silla, una pila de libros, un sillón y una lámpara de pie; no se necesita más, puesto que cuenta con un buen trío de actores y un texto contemporáneo e inquietante que muestra esa necesidad de afecto que tenemos todos los seres humanos, además de construir un fantasma con quien dialogar la frustración que se siente ante la falta de reconocimiento de la propia obra literaria.

Juan Carlos Remolina nos entrega un gran trabajo en su caracterización de Mijail Bulgákov; en el transcurso de dos horas pasa de la serenidad y el estoicismo al delirio de la locura y la autodestrucción. Le duele profundamente que Stanislavski, su contemporáneo, lo ignore y no le monte ninguna de sus obras, situación de la que da cuenta en su espléndida Novela teatral (1936-37); al estar marginado del ámbito cultural soviético, se inventa el fantasma de Stalin, primeramente encarnado por su esposa Bulgákova (Gabriela Núñez, dando muestra de su talento histriónico), quien buscó ser cómplice amorosa de su desamparado esposo hasta el final.

Y un tanto juguetón, en otros momentos diabólico y cínico, con solvencia, Luis Rábago da vida a Stalin, el temible, quien se ufana de que intentó ser poeta, pero descubrió que esa no era su vocación. Bulgákov, Bulgákova y Stalin son los tres personajes de los que se vale Mayorga para dar cuenta de un hombre de talento cada vez más abrumado, a punto de un quiebre mental y emocional con carácter irreversible, quien afirma en algún momento de la obra: “Para mí no poder escribir es como estar enterrado en vida.”

A este boicot a Bulgákov, que fue real, Mayorga le da estatus de teatralidad. El horror de lo cotidiano permea esta obra dolorosa; es asimismo una llave introductoria al universo literario del autor de la aclamada novela El maestro y Margarita que fue publicada en forma póstuma y que tiene una frase lapidaria “Los manuscritos no arden”, y ello es lo que se nos muestra en Cartas de amor a Stalin; Guillermo Heras nos hace saber en el programa de mano: “Esta obra es un canto a la teatralización de la propia vida, a las simulaciones que tenemos que encontrar para no sucumbir a las depresiones…”

Un aplauso a la Compañía Nacional de Teatro encabezada por el maestro Luis de Tavira por haber producido este montaje, en complicidad con el INBA, la UAM y la Embajada de España en México.

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