“Caudillos culturales en la Revolución Mexicana”, de Enrique Krauze

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Frente a libros como éste, que nos entrega Enrique Krauze, el elogio no debe escatimarse. Muchas cosas se pueden decir de él, aunque se corre el peligro de caer en el panegirismo, que de ninguna manera beneficia al autor. ¿Qué es Caudillos culturales en la Revolución Mexicana? En primer lugar el resultado en libro de lo que poco antes fue una gruesa tesis doctoral presentada en El Colegio de México y que llevaba el sugerente título de Los siete contra México. La raigambre esquiliana nos puede remitir a uno de esos libros verdes que publicó Educación cuando Vasconcelos era secretario y en cuya factura intervino, por lo menos, alguno de los siete. En segundo lugar, sin que esto lleve jerarquía, Caudillos culturales… es una obra que penetra dentro de dos especialidades de la Clío contemporánea que felizmente se entrecruzan y parten del mismo lugar al que desembocan. Las especialidades son, de manera alterna, la historia intelectual y la biografía. El alfa-omega es lo que aparece en un epígrafe general a toda la obra, y que se desprende de páginas de Julio Torri: “Toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud”.

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Afortunadamente las manías clasificatorias no han establecido dentro de bibliografías o programas de estudio una especialidad así llamada: historia de las actitudes, para la cual el libro de Krauze serviría cabalmente como texto. Afortunadamente no hay algo hecho sino que la historia de las actitudes se va haciendo. A ella concurren la biografía y, en el caso de este libro, el arsenal proveniente de la historia intelectual, pariente cercana ésta de la historia de las ideas. Digamos que la historia intelectual es una especie de historia de las ideas de carne y hueso.

Para no complicar las cosas demasiado, cabe mejor decir que el libro de Krauze es la biografía colectiva de un grupo de intelectuales, los Siete Sabios, en su etapa de juventud. De esa biografía colectiva se desprenden dos vidas paralelas, de paralelismo convergente y divergente, pero que llegan a unirse por su comunidad de actitudes: Manuel Gómez Morín y Vicente Lombardo Toledano. Alrededor de estas dos figuras aparecen las de otros congéneres: Miguel Palacios Macedo, Alberto Vásquez del Mercado, Antonio Castro Leal, Alfonso Caso, Teófilo Olea y Leyva, Daniel Cosío Villegas, junto con ateneístas como Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña y José Vasconcelos.


Los individuos se desenvuelven en un ámbito que forman la Escuela Nacional Preparatoria, la Universidad, la Secretaría de Hacienda, el Gobierno del Distrito Federal, el gobierno todo y dentro de una época, de 1915 a 1933, centrándose fundamentalmente en los momentos en que, los señores uno y dos eran Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles.

La circunstancia es el tema del libro. Los jóvenes intelectuales, apostólicos, les hacen falta a los hombres del poder. Y éste es un momento particularmente importante de la historia intelectual mexicana. Los hombres de ideas y de letras habían colaborado con el huertismo y en ello se ganaron la fobia carrancista, con lo cual algunos ni siquiera habrían de volver del destierro, otros morirían alejados del poder y algunos se reincorporarían cuando los sonorenses sustituyeron a don Venustiano. El caso es que prácticamente no había intelectuales y éstos hacían falta. De ahí que, como en pocas etapas de la historia de México, hubiera emergido con tanto vigor una generación de jóvenes, auténticamente jóvenes, a desempeñar altos puestos de responsabilidad política y administrativa: un gobernador y un subsecretario de Hacienda que apenas alcanzaban su primer cuarto de siglo. Terminada la juventud de los dos protagonistas principales del libro, éste concluye.

El punto de partida es sumamente interesante y rico. La biografía de la edad temprana, el recorrido por el ámbito familiar, gracias a las fuentes, más rico en el caso de Lombardo, pero muy significativo, pese a la brevedad, en el caso de Gómez Morín. La familia Lombardo es la de una experiencia migratoria que llega al gran éxito económico y después, en un momento, a la penuria. Gómez Morín vive bajo los cuidados de su “ángel tutelar”. Un abuelo y una madre son determinantes en la vida de ambos personajes; un abuelo y una madre que conforman las actitudes que Lombardo y Gómez Morín van a mostrar ante las circunstancias.

Krauze reflexiona en su introducción sobre la biografía como género de la historia. Recuerda cómo don Alfonso Reyes pedía al biógrafo más tratamiento heroico para sus personajes, sin que sospechara del nivel de familiaridad que llega a dar Edmund Wilson a Marx, Engels y Lenin en A la Estación de Finlandia. Los personajes de Krauze son de absoluta carne y hueso, pero también de espíritu, sobre todo de espíritu, por tratarse de dos apóstoles a los que trata con respeto, con admiración, con familiaridad, y siempre dentro de un ambiente en el que aparecen y desaparecen personajes de toda índole. La recreación de los años veinte mexicanos en la vertiente intelectual es espléndida; se sabe aprovechar el testimonio para poder lograr en momentos un auténtico sabor de crónica, crónica metida dentro de una historia hecha con todas las de la ley y donde se aprovecha un excelente caudal informativo, como el archivo de Gómez Morín, el de Lombardo, entrevistas -propias y ajenas-, hemerografía.

A lo largo de la trayectoria de los biografiados puede el lector enfrentarse a momentos singularmente importantes de la historia del país. Un caso excelentemente tratado es el que aparece en el capítulo “Nuestro hombre en Nueva York”, donde Gómez Morín se ve ante la espada de Thomas F. Lamont y los petroleros y la pared, don tres, el secretario de Hacienda Adolfo de la Huerta. Como éste hay otros momentos capitales que podrían recordarse.

Varios lectores, no soy la excepción, han manifestado cómo ha crecido ante ellos la figura de Gómez Morín después de leer su trayectoria juvenil en las páginas de Krauze. No es que eclipse a Lombardo, sino que como su biografía es en todo caso menos conocida y sus actitudes están tan bien captadas, se termina por admirarlo, como en rigor se les admira a todos, independientemente de cualquier cosa.

La admiración proviene precisamente de que no son tratados como héroes de cartón, como personajes de santoral cívico, sino como personas, hombres concretos, capaces de cualquier cosa, o sea, de aprovechar las circunstancias. Además de eso, la admiración proviene de su actitud. Si algo del apostolado de estos personajes, los dos centrales y los otros caudillos culturales, llega a trascender las páginas de Krauze es ese optimismo vital, esa confianza en que se pueden hacer muchas cosas, aunque muchas de las cosas que ellos hicieron se hubieran enfangado “en la civilizada barbarie de la política mexicana”. Leer sobre una época en que era posible hacerlo todo, o, mejor, creer que esa posibilidad era real es siempre aleccionador, sobre todo cuando se ve que esos hombres aprovecharon la posibilidad.

Caudillos culturales en la Revolución Mexicana es una opera prima admirable.

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