La dinámica de la modernidad se sitúa en un estado permanente de insaciabilidad, promueve ansiedad y no hay como calmarla; hay quien acude a la espiritualidad. Nos encontramos frente a “creyentes no practicantes” usan esa libertad que los individuos tienen de “remendar y parchar” el sistema religioso del cual provienen, reinventan en su propio estilo el cuerpo de creencias institucionalmente validado. Esto varía y abarca distintos niveles.
Hemos festejado Pesaj 2014, llamada también “Fiesta de la Libertad”. Cada familia y cada grupo dentro del gran crisol judío, maneja ciertos significados en la celebración. Puede ser religioso y social; despierta emociones muy variadas desde la pertenencia a un pueblo hasta sentimientos de tristeza y abandono. Algunas instituciones comunitarias se preocupan de proveer espacios para quienes lo requieren. La soledad que sienten no se borra con una comida, aunque es mejor eso que nada. Por otro lado, las personas que organizan sus propios festejos invitan a quienes no tienen como y con quien pasarlo.
Esto lo pude comprobar con mi familia en Nueva York que tuvieron invitados para las diferentes comidas. Son observantes con fe, amor y temor a Dios. Los niños participan con alegría y todos tienen algo que decir. Ocho días de fiesta en donde hay reglas que cumplir, rituales que se siguen con devoción y alegría, historias que se vuelven a contar una y otra vez sobre los milagros de la salida de Egipto.
Dentro de esta gran variedad de judaísmos, tenemos a quienes ironizan haciendo burlas; han perdido toda relación con la parte sagrada de la celebración y dicen como si fuera gracioso: “No me costó trabajo guardar mis trastes, porque seguí usando los mismos”. Esto es libertad, es ironía, es justificación, puede ser todo y nada al mismo tiempo.
Por otro lado me han comentado que cuando las fiestas se acercan surgen soplos de tristeza y la nostalgia se cuela a través de las ventanas y por los resquicios que dejan las paredes y una manera de ocultar la amargura es con insolencia y grosería. ¡Me burlo para no llorar!
La identidad judía se adquiere desde el lugar en que te tocó nacer, la familia y grupo social al que perteneces. La religión se ha convertido en una vereda a transitar, da una pertenencia y puede romper con la sensación de no saber hacia donde ir. Puede proveer un sentido de vida que se ha perdido.
Para muchos, el ser judíos es un orgullo, algunos lo llevan con dignidad y otros quieren pasar desapercibidos y ser “más papistas que el Papa”. ¿Qué reconozco en esto y donde me coloco a mí mismo? El ser judío varía desde los grupos ortodoxos hasta aquellos grupos que solamente se conservan por pertenecer a un determinado grupo social. La lucha por mantener la identidad judía, ser observante o no, ha sido constantemente desafiada por las poderosas fuerzas de la asimilación.
El ser judío viene de la mano con cierto miedo y temor por todas aquellas persecuciones sufridas; no siempre se ha encontrado un lugar para vivir. ¿Qué pasa con nuestro judaísmo? Lo escondemos, nos da orgullo…no queremos que se note tanto, y somos tan flexibles que tratamos de que nadie se dé cuenta que lo somos, ni siquiera nosotros mismos. No hay que hacerse notar, pero tampoco pasar desapercibidos. Cuando nos empeñamos demasiado en ocultarnos, nosotros lo olvidamos pero los demás no.
Es importante hacerse notar con suavidad, sin grandes ostentaciones, y sin más sonrisas que las necesarias. En reuniones donde se comparte con personas de diversas ideologías, religiones o razas, algunos terminan con dolor en las quijadas por “esa sonrisa” obligatoria y falsa que sostienen para ocultar sus orígenes. Ni nosotros ni los otros lo creemos, una simulación chocante. Raúl constantemente cuenta chistes donde se burla de sus congéneres y no se da cuenta de los gestos de desaprobación de sus oyentes ya que tienen claro que él forma parte de ese grupo a pesar de trata de negarlo.
Volviendo a las celebraciones de la libertad, acabamos de pasar “Yom Haatzmaut” aniversario de la formación del Estado de Israel. El judío ha sido el eterno extranjero a lo largo de la historia con diversas variaciones según el país donde se encuentre. Después de dos mil años de diáspora ya existe un estado judío que permite la entrada a todos.
Un día antes es Yom Hazikaron, en Israel suena una sirena y todo se paraliza durante dos minutos. Un silencio que llega al alma y las lagrimas escurren. Se recuerda a los héroes que cayeron en las distintas guerras y operaciones terroristas defendiendo ese pedazo de tierra. Una mezcla de tristeza y alegría, aunque la segunda triunfa sobre la primera. Es una fiesta alegre, mucha música, bailes y comida típica.
Llegar al aeropuerto de Israel, es vivir y volver a vivir el derecho de existir. Nos encontramos con un gran mosaico humano, los judíos son un pueblo que alberga a muchas etnias y culturas unidas por religión y costumbres. No hay un solo adjetivo que pueda aplicárseles a todos. ¿Cuántos colores de piel? Personas religiosas, seculares, ashkenazim, sefaradim; rubias, morenas, apiñonadas, altas y bajas, ojos claros y obscuros. ¿Cuántos estilos de vida diferentes? Diversas formas y culturas pero todas con el mismo derecho de estar, sin el temor de ser echados fuera. Lágrimas de emoción escurren por algunas caras ante el reconocimiento de ese pequeño país al cual cualquier persona con unas gotas de sangre judía en sus venas es bienvenido. Ya no hay necesidad de esconder tu identidad o tus raíces.
En un mapa del medio oriente vemos un pequeño puntito que puede pasar desapercibido es el Estado de Israel. Un vivo reflejo de la historia judía, de un pasado legendario y un presente maravilloso que apunta hacia el futuro; una esperanza mantenida durante más de dos mil años. Un país que creció en 66 años de tal manera que provoca grandes envidias. Estamos celebrando dos etapas históricas diferentes de lucha por la libertad de existir. AM ISRAEL JAI. ¡Seguimos Vivos! No lograron destruirnos.
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