Cernir la harina

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La humildad no es ser humilde cuando no queda otra opción. Por ejemplo, si sabes que estás delante de alguien que, de ninguna manera puedes ni podrás superarlo, sea por el motivo que sea, en esos casos, más que humildad es realidad. Demostrar superioridad frente a alguien insuperable, más que arrogancia es protección de imagen, ya que demostrar orgullo frente a alguien insuperable, es quedar como tonto, aunque no haya más nadie que esas dos personas.
La humildad es algo que debe ser aplicado siempre, no debe depender en frente a quien se está. Y no hablaré de estar frente a la presencia Divina, porque eso es algo más que seguro. Además, que el hecho de ser humildes es una orden Divina, no una elección. Claro que existe el libre albedrío, pero bien se entiende que me estoy refiriendo a cuando es menos conveniente elegir no ser humilde, y sobre ese tema me estaré refiriendo en este artículo.
Si tienes un caso al que debes acudir a un abogado, aunque sepas tú muy bien las leyes, mientras no hayas estudiado para tal cosas, no puedes ponerte a la par del abogado.
Si viajas a un lugar desconocido, no puedes pretender tener razón si crees que ahí está todo mal, ya que llevan años haciendo ese tipo de cosas. Seguramente ya las tienen estudiadas, probadas, y dependen de miles de factores totalmente desconocidos por alguien nuevo al lugar. Es más, hasta me atrevería a decir que hay cosas que ni explicación tendrán y sin embargo así son, así serán y así seguirán siendo siempre.
Pero si es un grupo de gente que contrata a alguien para, justamente, ayudarles a cambiar, a crecer, a mejorar, a saber, a entender, a adaptarse, y confían en esa persona (de lo contrario no lo contratarían) lo que deberían hacer todas esas personas es aplicar la humildad, y es ahí cuando es más difícil para ellos. Ellos pagan, contratan, tienen sus modos y costumbres, pero así y todo se animaron a contratar a alguien para crecer, para salir adelante, para formar parte de una sociedad a la que, sin esa ayuda, no lo podrán lograr. Y saben que es así por el mismo motivo pero antagónoco del caso anterior: llevan ya muchos años intentándolo y no lo logran.
Ahí es más que claro y evidente que es ese grupo de personas quien debe adaptarse a aprender aunque ellos paguen, a cambiar aunque sus costumbres sean otras, a saber escuchar y a querer aceptar aunque no estén de acuerdo. Pues por algo contrataron a esa persona, no para seguir sus costumbres, sino para seguir las nuevas, aunque muchas de esas les cueste aceptarlas, aunque algunas les parezca ridículas.
Pero en este último caso, que puede ser un gerente para una empresa, un experto en algún asunto o lo que sea, no es nada fácil llevar a cabo la humildad.
Imaginemos que una empresa de cine no logre posicionarse frente a la competencia. Y no sólo eso, sino que es despreciada por la competencia, y deciden contratar a alguien que estaba en la competencia, que trae toda la expertiz. Lo más seguro es que apenas llegue haga cambios, muchos serán drásticos, de raíz. Eso provocará el enojo en algunos trabajadores que ya estaban de antes, la molestia de tener que modificar un montón de cosas. Pero ellos no saben cómo se trabaja en la competencia porque nunca han estado allí y eso les hace creer y convencerse que el nuevo encargado lo está haciendo mal. Incluso pueden demostrarlo con resultados evidentes, pues las ganancias eran más antes que llegara esa persona que ahora que está haciendo cosas nuevas. Y sí, al principio pueden haber muchas pérdidas, pero realmente no son sino ganancias. A veces, para que un lugar esté mejor, se debe tirar toda la basura, incluso cerrar unos cuantos días, meses, semanas o años. Y eso da la apariencia de ser una pérdida.
Eso lo vemos claramente en el caso del nuevo presidente de Argentina, Javier Milei. Cuando asumió estaba el dólar a mil pesos y ahora esta casi en los 1360 pesos. O sea que hubo un aumento. Lo que no ven muchos es que junto con el aumento se eliminó la emisión monetaria, bajó la inflación, hubo un decrecimiento a niveles históricos. Sí, es verdad, miles de personas se quedaron sin empleo, los sueldos no suben, los precios siguen aumentando… Pero eso es parte del crecimiento. No es posible lanzar una flecha hacia adelante si no se jala hacia atrás de manera previa. Retroceder es una apariencia. Realmente es una necesidad del mismo crecimiento. Cernir la harina no es mermar, es sacar lo que no sirve para que el pan sea de mejor calidad.
Frente a una situación así, es más difícil contener la humildad de aquellos quienes contrataron al nuevo experto en esa materia. Las personas no quieren resultados, sino que desean los resultados que ellos quieren y creen que son buenos, a pesar de haber contratado a alguien para ver cambios. Incluso sabiendo que por más de 200 años, ese mecanismo ha fallado, desean seguir en ese sendero, aunque con ciertas modificaciones mientras no se toquen las bases. Y lo que realmente se debe cambiar ahí son justamente las bases. Es muy comprensible que esas personas se enojen y estén más que convencidos que a quien contrataron esté haciendo todo mal. Pero esa persona trae toda la experiencia en su sangre, de sus familiares y antepasados, sabe muy bien lo que está haciendo, aunque la apariencia sea otra.
Lo que esa gente debe hacer es morderse la lengua, callarse, aprender y así es como van a crecer aunque la evidencia al corto plazo demuestre claramente lo contrario. Porque es así: hay que cernir la harina para que el pan quede esponjoso, suave, rico, abundante, duradero, fresco, crujiente, de buen color, sabor, y mejor presentación. Pero antes de hacer el pan hay que sembrar la semilla, tan bonita que se ve. Se pone bajo tierra y se deja pudrir. Luego que sale se separa la basura, se tritura, se moja, se seca y se vuelve a mojar para seguir triturándola. Luego se tira la parte que no sirve, se mezcla con agua hasta que otra vez quede una cosa seca, pero ahora en forma de masa. Se estira mucho cuando quieres hacer un pan oreado. Y se estira y se vuelve a estirar. Aparentemente el pan así nuca quedará bien. Luego se le da una rorma fea, pequeña, sin chiste, y se mete al horno. El horno ya caliente va haciendo que la masa empiece a perder su forma y su color, a medida que empieza a emanar ese aroma delicioso del pan y los colores se van viendo maravillosos. La forma se vuelve a tomar por el calor y el pan queda de lujo. Sale del hormo pero está incomible por lo caliente. Si se enfría perderá su forma y textura. Debe esperarse que se atempere solo mientra otra vez va perdiendo su excelsa figura. Pero es así. Esa figura la va a perder porque debe atemperarse. Y la figura, el aroma, el color y la consistencia quedarán geniales una vez que ya sea comible. La harina se debe cernir aunque moleste.
Y hablando de humildad, no podemos olvidarnos de aquel que fue contratado. Él es el primero que debe ser humilde, pero no de la misma manera. Unos deben ser humildes queriendo aprender y otros queriendo enseñar. Si el que pretende enseñar aplica su humildad haciéndose pasar por ignorante, eso no es humildad, es tontera. ¿Cómo pretende enseñar algo si no demuestra que él sí sabe de eso, ya que para eso lo contrataron? Claro está que si realmente es un ignorante en la materia debe decirlo con antelación, pero si sabe que sí sabe, aunque sabe que no es un experto, y sabe que los que lo contrataron también saben eso y aun así están dispuestos a aprender de él, no debe aplicar entonces, el mismo nivel de humildad que los que lo contrataron. De hecho, todo lo contrario. Mucha humildad es mala en ese caso. Si algo no está bien debe demostrarlo, porque para eso fue contratado. Y lo que se molesten deben entender para qué lo contrataron. Por supuesto que el nuevo no tan experto se puede equivocar, pero lo más probable es que los demás crean que es una equivocación lo que realmente es lo correcto. Es por eso que antes de decidir si es un error la decisión o el modo del contratado, previo deben hablar con él para saber. Y cuando se hace eso se debe anteponer querer y pretender escuchar la razón, sin pensar en qué decir después, en cómo responder. Por supuesto que habrán casos que los errores sean intolerables, pero aún así se deben dialogar, siempre antes de tomar decisiones.
Esos lugares que quieren contratar gente más sabia para tenerlos de “floreros” nunca van a progresar, jamás. Y pasarán otros 200 años y seguirán en la  misma situación en el mejor de los casos, porque realmente estarán cada vez peor.

Acerca de Rob Dagán

Mi nombre es Gabriel Zaed y escribo bajo el seudónimo de Rob Dagán. Mi pasión por la escritura es una consecuencia del ensordecedor barullo existente en mis pensamientos. Ellos se amainan un poco cuando son expresados en tinta, en un escrito. Más importante es expresarse que ser escuchado o leído, ya que la libertad no radica en hablar, sino en ser libre para pensar, analizar.

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