En el periodo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña y Francia fueron las potencias que ejercieron el control de buena parte de las zonas de Medio Oriente que habían estado en manos del imperio otomano a lo largo de siglos. Sin embargo, a partir de 1945, ingleses y franceses tuvieron que retirarse ante los movimientos independentistas de los pueblos mayoritariamente árabes que ahí habitaban, con lo que en el subsecuente escenario de guerra fría entre Estados Unidos y la URSS que se instauró, ambas potencias se abocaron a desplegar sus respectivas influencias e intereses sobre esa región de importancia económica y geoestratégica por demás evidente.
El derrumbe de la URSS, a principios de la década de los noventa, le otorgó a Estados Unidos la facilidad de ubicarse en calidad de poder hegemónico indisputable en lo concerniente a los acontecimientos clave del Medio Oriente, mientras que Rusia sólo se logró quedar con presencia en su base naval en el puerto de Tartus, en Siria.
Basta recordar cómo ante la invasión de Sadam Husein a Kuwait, en 1990, Washington consiguió armar una coalición internacional militar para acabar con las ambiciones expansionistas del dictador iraquí, contando, incluso, con el mismísimo aval ruso para ello. Pero a lo largo de lo que va del siglo XXI, Rusia, ya con Putin a la cabeza, reemprendió acciones a fin de recuperar influencia en la región. La guerra civil en Siria le ofreció una oportunidad de oro para ello, ya que, desde su estallido en 2011, ha mantenido una alianza abierta con las fuerzas del dictador sirio Bashar Assad. Igualmente, su cercanía con el régimen de los ayatolas iraníes le ha servido para maniobrar regionalmente en provecho de sus intereses.
En cuanto a China, su presencia en Oriente Medio ha sido muchísimo más modesta. Ha tenido que ver sobre todo con proyectos de infraestructura y negocios, dejando de lado cuestiones concernientes a seguridad y política. Sin embargo, hay indicios de que esto está por cambiar. El ministro de relaciones exteriores chino, Wang Yi, realizó, la semana pasada, una gira de trabajo en la que visitó Arabia Saudita, Irán, los Emiratos Árabes Unidos y Turquía. En cada una de estas naciones, los temas tratados revelaron un interés en ampliar las áreas de colaboración.
Por ejemplo, en Riad, el enviado chino presentó una propuesta en seguridad de cinco puntos referentes al conflicto palestino-israelí y al acuerdo nuclear con Irán. En Teherán, firmó un acuerdo de cooperación de 25 años de duración que consiste en que Irán le venderá petróleo a China a cambio de una promesa de multimillonarias inversiones chinas. Y con los Emiratos anunció una asociación con objeto de producir 200 millones de la vacuna Sinopharm contra coronavirus.
En el caso de la relación turco-china, es notable el gran interés del presidente Erdogan en cultivarla, ya que a pesar de una animadversión popular turca hacia China debido a la represión del gobierno de Beijing sobre la minoría musulmana de los uyghures, la recepción a Wang Yi por parte del gobierno turco fue cálida, aunque, conrastantemente, estuvo rodeada de protestas públicas que tuvieron que ser contenidas por las fuerzas policíacas. A fin de cuentas, Ankara está ávida de recibir inversiones extranjeras que mucha falta le hacen a su dañada economía.
Ahora bien, aun cuando la gira de Wang Yi representa un cambio cualitativo en cuanto que revela un nivel mayor de interés chino en Oriente Medio, eso no significa que pronto habrá muchos frutos concretos de ello. De hecho, ha habido experiencias previas de promesas chinas de inversiones que nunca se llegaron a cumplir. De igual modo, todo indica que, por más que en dicha gira se hayan tocado los temas del conflicto palestino-israelí y de la seguridad en el Golfo Pérsico, China es una potencia con poca o nula participación y experiencia en esos temas.
Podría afirmarse que Beijing ha decidido aventurarse a lanzar los primeros escarceos con naciones de la región, con la expectativa de empezar a explorar por dónde y cómo llegar a acomodarse a fin de competir también ahí en calidad de gran potencia.
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