Cinco principios para reorientar nuestra relación con Estados Unidos

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En política, como en la vida, es recomendable evitar hacerse expectativas falsas sobre el futuro. De lo contrario, vendrá el desengaño. Lamentablemente políticos y analistas suelen caer en esa trampa, como vimos el pasado lunes 5 con el encuentro de los precandidatos a la Presidencia de la República con el vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden.

Como si fuera una ventanilla de peticiones cada uno de ellos presentó sus mejores propósitos y solicitudes ante una persona que, no importa los buenos deseos que tenga, no es capaz de resolver los problemas en la relación bilateral por arte de magia.
De esa forma Andrés Manuel López Obrador, casi arropado en una bandera, aseguró que la crisis viene de la inseguridad, el abandono de la economía y el campo, y la falta de oportunidades. También entregó su proyecto para una nueva relación binacional, el cual si se lee con calma es un compendio de bonitos deseos y petición de más recursos externos para el desarrollo.
Por su parte Enrique Peña Nieto hizo lo que se conoce en política como “amarrarse el dedo”: frente a sospechas de complicidad del PRI con el crimen organizado, anunció haber dejado muy en claro su compromiso para combatir al crimen organizado con mayor eficacia – sólo que hasta el momento nadie tiene idea de qué se podría entender por eso.
Finalmente Josefina Vázquez Mota pidió a Biden no politizar el tema de la agenda migratoria – suponiendo que no todos los asuntos públicos no estuviesen “politizados” por antonomasia, o que estuviera en manos del gobierno federal resolver este problema.
Al final del día cada uno de los tres precandidatos declaró quizás lo que deseaban ver en el vicepresidente de Estados Unidos. Y como diría un connotado twittero, después de escuchar las soluciones milagrosas a la relación bilateral, Biden fue a escuchar los argumentos técnicos al santuario del Tepeyac.
Brillaron por su ausencia dos cosas por parte de los precandidatos. Primera, un análisis sobre quién decide qué en Estados Unidos para plantear mejores propuestas basados en una estrategia asertiva; en lugar de adelantar las peticiones a los Reyes Magos. Y segunda una visión seria sobre los intereses regionales de nuestro país: ninguno tiene una idea clara de qué nos hace débiles en nuestra relación con nuestro vecino del norte. Por ello se presentarán a continuación cinco principios para repensar las relaciones bilaterales.
Primer principio: los Estados Unidos no tienen amigos, sólo intereses
Esta frase, acuñada por Henry Kissinger, ilustra la forma en que los Estados Unidos conducen sus relaciones exteriores. Por desgracia nuestra clase política ha generado una imagen de ellos como enemigos que nos han vejado y hasta quitado la mitad del territorio. Así, reaccionamos defensivamente frente a ellos en detrimento de nuestros intereses.
Con esa mentalidad, pareciera que nuestros políticos sólo intentan conmover a los estadounidenses al negociar, en lugar de discutir una agenda común. Ejemplo de ello es el cursi letrero de “No More Weapons” en nuestra frontera común. Incluso se llega a absurdos de buscar “la enchilada completa” de la migración con una cultura que acuñó la frase: “no existen las comidas gratis”. Si seguimos actuando como la parte débil, se nos seguirá tratando como tal –mientras terminan de construir un muro para aislarnos.
Se podría extraer un sub-principio:
Principio I.1: Los estadounidenses gustan de tratos justos– Si se desea negociar con ellos, sería mejor hablar de sus intereses y proponer, junto a nuestras demandas, asuntos que atiendan sus preocupaciones. Por ejemplo, al tratar la migración, convendría incorporar temas como la seguridad regional o sistemas de trabajo eventual. Son un país de migrantes, sólo es cosa de tratar con ellos sin atavismos. Problemas como el narcotráfico y el terrorismo tienen magnitud regional y deben ser tratados bajo esa óptica: no nos envolvamos en la bandera.
Segundo principio: México no es el único país de la región interesado en negociar con Estados Unidos
Los analistas hablan sobre el peso del llamado “voto latino” o “hispano” para impulsar la agenda bilateral. Sin embargo, el término incluye a los electores con raíces iberoamericanas. Esto representa aproximadamente el 14% de la población estadounidense con derecho a sufragar. Aunque las personas de origen mexicano representan el 60% de este grupo, no es un bloque homogéneo.
Esto es: México no es el único que tiene interés en impulsar su agenda con Estados Unidos. Las otras naciones de la región también desean tratar materias como –digamos– la migración. Al perseguir nuestro país una agenda similar, podría ser que estemos en desventaja frente a los tomadores de decisiones. Por ejemplo, algunos legisladores estadounidenses privilegiarían las relaciones con quienes han colaborado con ellos en todo. Esto implica, por dar un tema, la invasión a Irak.
Tercer principio: los votantes de origen mexicano no son aliados para el gobierno de nuestro país en la agenda migratoria
Para efectos del interés nacional, el “voto hispano” es un mito: los ilegales no votan y los hispano-estadounidenses anhelan insertarse en el país donde ahora residen. Por ello, no sólo tienen poco interés en la agenda migratoria, sino que incluso se le oponen: ¿estarían de acuerdo con reformas que incrementarían el número de personas que competirían por sus fuentes de ingreso?
Cierto, podrían emitir declaraciones de solidaridad, pero a final de cuentas los más feroces antiinmigrantes son los estadounidenses de origen iberoamericano.
Cuarto principio: la migración es una válvula de escape ante la incapacidad de nuestro sistema político por brindar soluciones a los problemas de desarrollo
Uno de las grandes banderas en la agenda migratoria es la migración, como si todo se redujese a un asunto de “trato digno” de Estados Unidos hacia la población de México e Iberoamérica. Y como vimos el día de ayer, incluso Andrés Manuel López Obrador ve a las relaciones bilaterales como una derrama económica para financiar nuestro desarrollo.
¿Por qué son importantes las remesas que envían nuestros paisanos? Porque no hemos podido generar acuerdos básicos para impulsar el desarrollo. Entonces, ¿habría que cambiar de políticos? Más allá de los individuos, lo que está mal son las leyes, pues fomentan la irresponsabilidad.
¿Por qué los legisladores no son responsables? Porque carecen de incentivos para rendir cuentas, al no competir por el mismo puesto en las siguientes elecciones. Así, siempre dirán que en su gestión no hubo avances por falta de “voluntad política” al negociar, pero si vuelven a votar por ellos ahora sí cumplirán. ¿Es la reelección legislativa la solución? No, pero sí la precondición para que se den los cambios.
Tomemos como ejemplo la migración. Un legislador profesional atendería la problemática de las zonas que expulsan población de varias maneras. Primero, especializándose en comisiones relacionadas con el desarrollo de sus distritos. Segundo, preocupándose por realizar trabajos de gestoría. Y tercero, negociando con legisladores de los Estados Unidos acuerdos que –digamos– permitan el trabajo eventual de sus votantes.
En cambio, cuando no existe este vínculo de responsabilidad, las reformas que aprueban terminan en parches en lugar de resultados. Gracias a ello las remesas seguirán siendo importantes para nuestra economía.
Quinto principio: si no conocemos nuestras debilidades, siempre vamos a perder
Por más que se haga ver que nuestros presidentes son afines o nuestro país es importante para nuestro vecino del norte por las visitas constantes de funcionarios de alto nivel, las iniciativas que inciden en los intereses de México son detenidas o severamente modificadas en el Congreso de los Estados Unidos. Es aquí donde somos más débiles.
En política, uno vale tanto como su palabra. Por ello, es importante que quien pacta algo le de seguimiento. De lo contrario, será marginado por indigno de confianza. A una persona así se le llama lame duck (mal traducido aquí como “pato cojo”, aunque sería más correcto si usásemos el coloquial “político balín”). Bajo esta premisa, los legisladores estadounidenses pueden reelegirse de manera inmediata, con las ventajas que eso trae. Y no están dispuestos a tratar con personas que van a dejar su encargo en poco tiempo. Seamos claros: los congresistas del norte no negocian con sus pares mexicanos por que no vale la pena.
Sin legisladores profesionales, el Congreso de la Unión es una nulidad en la arena internacional. Por eso la agenda bilateral no prospera o, si se llega a tratar algo, ellos tendrán la voz cantante. La no reelección inmediata de nuestros diputados y senadores es un problema de seguridad nacional, en tanto nos pone en desventaja.
¿Qué pasa con los legisladores que brincan de cámara en cámara? ¿No tienen los contactos para sacar adelante la agenda bilateral? Al cambiar de asamblea, pierden el seguimiento de los temas que seguían: tampoco ellos son capaces de mantener su palabra.
Sin embargo, son quienes brincan de cámara en cámara los que más se oponen a la reelección legislativa, pues tienen el poder de seleccionar a quienes serán candidatos. Saben que esa reforma generaría un ambiente competitivo donde serían los primeros en desaparecer.
Por lo tanto…
Un presidente de los Estados Unidos puede definir su agenda nacional e internacional. Si tiene la mayoría legislativa, contará con un mayor margen de maniobra. Sin embargo, el Congreso tiene la última palabra. Por ello, especular sobre cómo le iría a nuestro país con un presidente u otro es similar a creer que caerán tormentas torrenciales con la danza de la lluvia.
Si deseamos discutir lo que nos hace débiles frente a los Estados Unidos, dejemos visiones trasnochadas y patrioterismos fáciles: revisemos las instituciones primero. Asimismo, eliminemos los atavismos y prejuicios que nos han metido en la cabeza. De lo contrario, seguiremos relegando nuestras esperanzas para la próxima elección.


Acerca de Fernando Dworak

Licenciado en Ciencia Política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y Maestro en Estudios Legislativos en la Universidad de Hull, Reino Unido. Fue Secretario Técnico de la Comisión de Participación Ciudadana de la LVI Legislatura de la Cámara de Diputados (1994-1997). Durante los trabajos de la Comisión de Estudios para la Reforma del Estado, fue Secretario Técnico de la Mesa IV: “Régimen de gobierno y organización de los poderes públicos” (2000). En la administración pública federal, fue Director de Estudios Legislativos de la Secretaría de Gobernación (2002-2005). Ha impartido cátedra, seminarios y módulos en diversas instituciones académicas nacionales. Es Coordinador Académico del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa del ITAM. Es coordinador y coautor de El legislador a examen. El debate sobre la reelección legislativa en México (Fondo de Cultura Económica, 2003). En este momento, se encuentra realizando una investigación sobre las prerrogativas parlamentariasy e scribe artículos sobre política en diversos periódicos y revistas.

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