Ciudades dentro de otras

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En el pasado mes de abril, por razones de trabajo viajé a la cercana España y en mis momentos de asueto, pude visitar en distintas poblaciones del centro y sur del país, también algunos barrios con profundas huellas judías de lo que fueron las juderías de la España de la Edad Media.

Aunque las ciudades y poblados se han modernizado, sobre todo en los últimos años después del Generalísimo Franco, si presta uno atención se dará cuenta de que la población judía vivía separada en lo que se denominaba “cals” (del árabe qahal) que significa comunidad, o del resto de sus vecinos. Esto sucedía en todos los reinos (Castilla, Navarra o Aragón) entre los siglos XIII y XIV, denotándose -por el área y tipo de construcciones- una gran prosperidad. Esa gran vitalidad, la tuvieron también en los tiempos de al-Andalus, bajo el dominio del islam y hasta el siglo XI, cuando el rigorismo religioso de los almorávides obligó a muchos judíos a cambiar su religión.

Según anotaciones parciales durante el viaje, pude averiguar que en ese siglo en los reinos de lo que sería España, vivieron en Toledo unas 350 familias y en Barcelona 200 familias, cantidades que fueron variando hasta la disminución definitiva en 1391, debido a los ataques que ya se iniciaban contra ellos, hasta la expulsión definitiva del territorio en 1492.


Por lo general esas juderías del Medioevo español se localizaban próximas a las murallas y cerca de algún castillo. Sus calles estrechas, permitían el ahorro de espacio y al parecer garantizaban -en caso de problemas- una mejor defensa. Las juderías de mayor tamaño contaban con un espacio central o plaza, donde casi siempre se construía la sinagoga principal. A su vez esos barrios se protegían por órdenes de las autoridades laicas y eclesiásticas, con otra muralla o barda, que aseguraba además una separación física entre cristianos y judíos.

Dichas juderías tenían edificios que permitían el cumplimiento de los deberes religiosos y el desarrollo social, siendo la instalación más importante la sinagoga que servía como núcleo de vida comunitaria. Casi siempre era el inmueble más alto y se localizaba en el centro de la población; de acuerdo al número de habitantes estas sinagogas se multiplicaban teniendo incluso una misma ciudad de tres a cuatro lugares de culto, donde también se construía la mikvé (baño ritual), un hospital y una escuela para niños.

En esas llamadas aljamas había recintos para uso comercial como carnicerías, pescaderías y lugares de venta de vino, todos productos aptos para consumo según el rito judío. También existían hornos para coser el pan y en la parte más alejada, incluso extramuros se situaba el panteón.

En materia de casas para habitación, las construcciones judías no se diferenciaban de tamaños y arquitectura que se acostumbraba en las zonas cristianas. Las únicas diferencias las pautaba la situación económica de cada familia. Generalmente eran de pequeñas dimensiones, estrechas en la fachada y algo largas de profundidad, en donde por lo general existía un patio interior. Dichas construcciones constaban de dos plantas y un sótano o bodega.

Pero es de destacar la importancia de las juderías españolas que daban a la unión familiar y sus relaciones con sus vecinos, inter y extramuros. Se regían estrictamente en la forma patriarcal en que descansaba la autoridad y le correspondía al varón de mayor edad y dignidad. Él encabezaba y dirigía las oraciones y la mayoría de las celebraciones rituales como el Shabat o Pésaj, bendiciendo los alimentos antes de la comida.

Como hoy esas juderías tomaban muy en cuenta los ritos de situaciones especiales como el nacimiento, el matrimonio y cuando lamentablemente sucedía la muerte. Este ciclo vital del Medioevo persiste hasta nuestros días celebrándose como entonces la circuncisión al octavo día del nacimiento del varón; el matrimonio era verdaderamente un jolgorio familiar, que comprendía dos faces, el compromiso y la boda en si, sin olvidar el banquete y los bailes y música instrumental. En el caso de la muerte se obligaba a familiares y allegados a observar minuciosamente diversos ritos como la purificación del cadáver, la elaboración de la mortaja, preparación de la tumba, entierro y los rezos en la sinagoga o casa del difunto. Desde entonces también existe una cofradía o hermandad que se ocupan incluso desde que el enfermo entra en agonía.

En materia de vestimentas averigüé que la de los judíos se asemejaba mucho a la de los cristianos y también eran las variantes reflejo de las diferentes condiciones sociales y económicas, tanto de la familia como de la comunidad. Tal vez por eso, y a causa del creciente antijudaísmo de Europa Occidental y Central entre los siglos XII y XIII, en determinados momentos se les obligó a usar ciertas prendas de vestir como un gorro o capirote cónico o ciertas señales como la rodela; también el dejar de crecer sus barbas y cabellos, prohibiéndoseles llevar joyas y alhajas para no ser confundidos con miembros de la nobleza local.

No obstante esto último se puede afirmar que las judías españolas gozaron de gran autonomía jurídica durante esa época y las aljamas castigaban ellas mismas los delitos de sus miembros como robo o el préstamo con interés a otro judío. Las infracciones de tipo religioso, sobre todo las referidas al respecto del Shabat. Ese tipo de normas restrictivas fue uno de los medios fundamentales para preservar la identidad judía hasta que en 1492 surgió la expulsión, fin de largos siglos de cultura judía en la Península, y con ello -en menos de los dos siglos siguientes- la pérdida de la influencia e importancia del imperio español en todo el mundo.

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