Cobija de mar, 1ra. parte

Por:
- - Visto 347 veces

Soy y siempre he sido una fisgona incorregible. Qué lata, dicen muchos, pero no me arrepiento. De no ser por mi empeño sabueso, cuándo hubiera visto bailar su propio danzón a ese par de espectros enamorados.

Todo sucedió durante el último viaje que hice con mis dos mejores amigas a Veracruz. Las fiestas de la independencia nacional eran buen pretexto para tomar allá unos días de vacaciones.

Comíamos en un sabroso restaurante de mariscos en Boca del Río cuando Tere propuso que por la noche fuéramos a aquél cabaret de nombre extraño,


—Me lo recomendó mucho el gerente del hotel, dijo que nos vamos a divertir como nunca, bailaremos danzón, chicas, al lugar no sólo van parejas, también asisten señores solos a mover los pies con quien esté dispuesta.

Mi radar curioso se prendió al instante y de inmediato apoyé la moción. Conchita dudó un poco, pero como había mayoría acabó concediendo,

—Bueno, pues vamos, a ver si en el dichoso cabaré alguien nos fuma, eso de que tres sesentonas, dos bien divorciadas y una bien viuda, pretendan galanes que las danzoneen, está medio peliagudo…

Pagábamos la cuenta, cuando pregunté a Tere si sabía el porqué del nombre del cabaret. Su devolución fue contundente,

—Ay, Charo, ya vas a empezar con tus cosas, no sé ni me importa, ¿qué más te da? Luego complementó con malicia,

—Señoras mías, esta noche se me ponen muy guapas, porque la luna de Veracruz promete romance.

El comentario nos hizo carcajear. Se apostaría que ninguna lo había tomado en serio, pero a las ocho de la noche, en el lobby del hotel, aparecimos las tres bien emperifolladas y oliendo cada quien a su perfume.

Abordamos un taxi de sitio. El joven y dicharachero chofer que nos condujo hasta el lugar no dejó de animarnos todo el trayecto,

—Ahí se la van a pasar bomba, señoritas, ese cabaré es intenso y más hoy que es fiesta nacional,

—Oiga, joven —inquirí en un momento― ¿Sabe usted por qué el lugar se llama así?,

—Uy, ‘ñorita, la verdá, no, allá de seguro le dirán.

Nos apeamos del auto y en cuanto mis ojos se posaron sobre la marquesina luminosa del cabaret, mi intriga cobró bríos: AQUÍ BAILARON ELPIDIA Y YON.

Como habíamos hecho reservación entramos rápido. Una sensual y muy alta muchacha de piel morena y cabello largo ensortijado nos acomodó en una mesa de pista que ya tenía dispuestos algunos silbatos, serpentinas, bolsas de confeti y cornetas de plástico.

Antes de irse la chica informó,

—Aquí las podrán ver bien los caballeros que deseen bailar con ustedes. La orquesta empezará a tocar en una media hora, mientras, pueden beber y comer lo que apetezcan. El grito de la capital pasará por esa pantalla gigante a las once. Diviértanse mucho, señoras.

Atajé a la muchacha. La llamé a un lado, pregunté por el asunto que me traía en jaque y ella con afabilidad repuso,

—Ahorita le traigo unas hojas con la historia del cabaret, señora, no dilato.

Mientras esperaba la información prometida, examiné el menú de bebidas y me encontré con un nuevo desafío: Cobija de Mar, coctel secreto de la casa creado el quince de septiembre de 1914. Lleva el mismo nombre que el danzón compuesto por el maestro Nicolás Arvizu, Director del grupo musical que ese día lo tocó en este lugar por primera vez para el público. La pieza, desde entonces, se ejecuta en el cabaret dos veces seguidas.

Advertencia: tómese su tiempo para degustarlo y si ordena más de uno, considere que el cantinero no responde por los efectos ensoñadores que pudieran ocurrirle.

Al comedido mesero que llegó a atendernos le ordené uno de esos cocteles,

—Buena elección, señora ―informó el empleado― pero váyase con cuidado que es una pócima mágica: buen ron veracruzano, ajenjo, un poco de bourbon, jarabe y un toque de incógnita que sólo el cantinero sabe qué es.

Cuando minutos después llegaron a mis manos las amarillentas hojas de papel con la historia del lugar y unas cuantas fotografías vetustas, ya me había bebido casi la totalidad del trago. Agradecí el gesto a la recepcionista y a pesar del mareo que me acometía leí el documento con avidez.

Al poco rato llamé al mesero,

—Tráigame otro de estos cocteles, por favor.

El hombre alzó las cejas, sonrió con cinismo y sin decir palabra se fue por el trago.

Cuando la segunda la copa llegó a mis manos, el cabaret estaba a reventar. Casi enseguida la orquesta empezó a tocar y yo sin recato a dar buenos sorbos al sabroso líquido que había ordenado.

Pronto dos caballeros otoñales invitaron a mis amigas a bailar. No quedé sola por mucho tiempo. Sin saludar ni preguntar si podían, a la mesa llegó la pareja de enamorados y se acomodó en las sillas que habían quedado vacantes.

Estaban casi pegados. Se tomaban de las manos y se veían a los ojos con fascinación. El Capitán John Wilson, fumaba un grueso habano. Elpidia Torres, le mimaba el cabello al marino con sutileza.

La muchacha no rebasaba los diecisiete años. Espigada, cuerpazo, tez morena clara, rostro afilado, cabello corto, enchinado. Portaba un vestido negro de época, entallado, sencillo, pero elegante. Su rostro, sin maquillaje.

Si acaso algo de sombra sobre sus ojazos color miel.

El marino sumaría a lo mucho treinta años. Rubio, apuesto, ojiazul, altísimo, cuerpo atlético, corte de cabello militar y rostro enamorado. Portaba una playera color kaki de manga muy corta que dejaba al descubierto un par de fuertes bíceps.

Saludé, pero ellos no parecieron advertirme. Incliné la cabeza y percibí el perfume de ella, sutil, delicado, embriagador. Luego mis ojos se posaron sobre el bíceps derecho del capitán. Por buen rato contemplé el ancla azul que exhibía el brazaso del marino y comprobé que el viejo tatuaje, en la parte superior, tenía grabado uno más reciente, el que un maestro de Antón Lizardo, por diez dólares a cambio, le había hecho al marino con el nombre de ella: Elpidia.

Un tanto inquieta percibí que unos ojos entrometidos me espiaban. Volteé y a mi lado encontré de pie a un rudo cuarentón que parecía burlarse.

El intruso vestía pantalón blanco y guayabera del mismo color. Portaba gorra de marinero, pero no parecía militar.

Su presencia me turbaba. Estatura baja, cuerpo fuerte y bien moldeado, tez morena, muy oscura, cara redonda, orejas grandes, labios carnosos, gesto aguerrido,

—No le van a contestar nunca ―dijo el que me vigilaba― estos nomás vienen aquí a bailar su danzón y luego se van.

—¿Y usted, quién es?

—Maurilio Flores, para servirle, señora, El mismo que hace un siglo se escabechó a este capitancito,

—¡Zas!, qué salvaje. Por qué lo hizo. Cuénteme todo desde el principio, no olvide ningún detalle.

El hombre arrimó una silla, tomó asiento a mi lado y sin reserva alguna inició el relato,

—Ésta que ve aquí se quedó huérfana a los once años, sus padres se le murieron casi al mismo tiempo, creo que de viruelas. Su tía, la hermana de su padre y dueña de este lugar, se encargó de ella a partir de ese momento.

El local por entonces era a la vez cantina y lugar de baile. Se llamaba Salón Victoria,

Cuando la criaturita cumplió los quince años, bonitilla como era, la tía se aprovechó y la sacó de estudiar. Le enseñó a bailar danzón y la puso a trabajar aquí. Bailaba re lindo la canija, yo danzonié con ella muchas veces. El corazón me retumbaba cuando la tenía en mis brazos.

—Achis, ¿y luego?

—Luego la volvió loca el enemigo,

—¿Qué quiere usted decir?

—El capitancito éste, Yon Wilson, venía trepado en el SS Praire, uno de los buques gringos que el veintiuno de abril de 1914 invadió Veracruz. Los tortolitos se conocieron entonces y dizque se enamoraron,

—¿Y eso a usted qué le importaba?,

—Cómo lo iba yo a permitir, señora. El cañonero donde éste mandaba, castigó la plaza cuanto quiso, su metralla mató a muchos cadetes y a un par de maestros de la naval militar, también fulminó a tres civiles que como yo ayudábamos a soportar el embate. Eso no se podía tolerar, en la guerra no se valen amoríos con el enemigo,

―Vaya, ¿y cómo fue que ellos se conocieron?

 

Continuará…

Deja tu Comentario

A fin de garantizar un intercambio de opiniones respetuoso e interesante, DiarioJudio.com se reserva el derecho a eliminar todos aquellos comentarios que puedan ser considerados difamatorios, vejatorios, insultantes, injuriantes o contrarios a las leyes a estas condiciones. Los comentarios no reflejan la opinión de DiarioJudio.com, sino la de los internautas, y son ellos los únicos responsables de las opiniones vertidas. No se admitirán comentarios con contenido racista, sexista, homófobo, discriminatorio por identidad de género o que insulten a las personas por su nacionalidad, sexo, religión, edad o cualquier tipo de discapacidad física o mental.


El tamaño máximo de subida de archivos: 300 MB. Puedes subir: imagen, audio, vídeo, documento, hoja de cálculo, interactivo, texto, archivo, código, otra. Los enlaces a YouTube, Facebook, Twitter y otros servicios insertados en el texto del comentario se incrustarán automáticamente. Suelta el archivo aquí

Artículos Relacionados: