Una vez más la dependencia física y psicológica de millones de personas a alguna sustancia que los humanos somos incapaces de producir naturalmente – esto significa “droga” – sobresale entre las primeras 13 decisiones del nuevo presidente.
Por ello es fundamental insistir en que así como no podemos hablar de que existen personas “adictas” sin que dependan del consumo reiterado – y compulsivo – de drogas legales (alcohol, tabaco) o ilegales (marihuana, cocaína, metanfetaminas) e incluso médicas, tampoco sería justo, ni correcto, afirmar que todo aquel que alguna vez ha usado, e incluso abusado, de estas sustancias tiene un problema de adicción.
El riesgo que tiene una persona de volverse adicta (problema de salud pública) no depende – como algunos creen – de la calidad moral, los preceptos religiosos o el respeto por la leyes que cultive, sino de determinadas circunstancias biológicas, psicológicas y sociales que, mezcladas azarosamente con ciertas experiencias de vida, inducen o limitan las probabilidades de desarrollar una adicción.
Dicho de otra manera, nadie es adicto porque es intrínsicamente malvado, vicioso o inmoral, sino porque le ha tocado en suerte (mala) reunir en su persona y circunstancia una serie de factores desfavorables que lo hacen “vulnerable”.
Es de acuerdo a este razonamiento que los problemas de salud mental deben ser reconocidos como el factor de riesgo más común y persistente – aún más que otros factores importantes como pobreza, edad, bajo nivel educativo, discriminación, inseguridad y catástrofes – en la precipitación de cualquier tipo de adicción.
Ahora que Peña Nieto anunció la creación de un programa transversal en el que participarán todas las dependencias federales para combatir las adicciones, la palabra clave tendría que ser transversal, pues ninguna estructura de gobierno por sí sola podría con el paquete.
Existe evidencia científica de sobra que señala la relación causal entre problemas y enfermedades mentales y adicciones.
Por ejemplo, en un reporte reciente sobre los resultados de la Encuesta Nacional de Uso de Drogas y Salud (2011) de los Estados Unidos, se hace notar que las tasas por “dependencia o abuso a drogas” fueron mucho más elevadas en personas adultas con algún padecimiento mental, en comparación con aquellas que no presentaron trastorno mental alguno durante el año previo a la encuesta.
Se vio que entre la población adulta con alteraciones mentales el riesgo era 3 veces mayor, comparado con el resto de la población, para presentar algún padecimiento por drogas. Y si además se trataba de personas que padecían una enfermedad mental grave, entonces las probabilidades de desarrollar un trastorno por adicción casi se duplicaba.
En México, la Encuesta Nacional de Adicciones 2011 del Instituto Nacional de Psiquiatría, señala que “si bien el consumo general de drogas se ha estabilizado, en relación a dato previos, se recomienda ampliar las políticas de prevención y tratamiento y dirigir más las acciones hacia los jóvenes”.
Peña Nieto puede realizar una estrategia inteligente, creativa y apegada a la realidad en el combate de las adicciones.
Si no apuesta por la salud mental y a tratar oportunamente los problemas mentales fracasará igual que sus antecesores.
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