La sola mención de la palabra soledad, nos lleva a distintas comprensiones de la
misma. Hay quien siente temor o terror de esta experiencia y por otro lado
tenemos a quienes la buscan por las ventajas que esta les proporciona. Así,
sabemos que estamos hablando de un tema temido por unos y buscado por otros. Las
interpretaciones varían y tienen diferentes puntuaciones.
Lo vinculamos con la palabra aislamiento, desamparo, tristeza, abandono,
vergüenza, depresión, coraje, enojo; y cuando lo vemos desde el lado positivo,
lo vinculamos con creatividad, posibilidad de hacer lo que se quiere, gusto,
descanso, factores que promueven la reflexión positiva.
Se habla de dos impulsos básicos en el ser humano: uno que busca la compañía,
amor y todo lo que conlleva la compañía de la gente y otro impulso que busca la
separación, independencia y autonomía.
Debo encararme con la pregunta obvia: ¿Por qué me acosa esta sensación de
soledad y de rechazo? ¿Es acaso la angustia de Kierkegaard –miedo ontológico,
fomentado por el presentimiento de que la nada amenaza nuestra existencia – o es
que esta sensación de soledad se debe nada más que a mis propios problemas,
tensiones y frustraciones?
¿O quizás será el resultado de ese sutil estado de ánimo que ha hecho que el
hombre occidental se aleje de sí mismo, deje de sentir tanto lo bueno como lo
malo?
En un taller de desarrollo personal, llevado a cabo con mayores de 50 años,
tocamos el tema y se pensó que iba a ser una sesión difícil. Sin embargo los
participantes, 19 personas, mostraron una actitud positiva hacia el tema. Esto
me hizo pensar en el prejuicio que tenemos cuando escuchamos la palabra soledad.
Es claro, que cuando pensamos en la vejez, pensamos en esa soledad desgarradora
que se convierte en un temor inconsciente y que se describe en algunas películas
o novelas, y esto nos lleva a dejar de lado que también es una buena consejera.
Como todo en esta vida, hay que encontrar el término medio, buscar la manera de
estar en compañía lo mismo que darnos los espacios de soledad que se requieren
para una vida creativa y reflexiva.
Existe también una diferencia entre la soledad de los otros, vista desde la
fantasía o visión del observador, que se complementa con ese futuro incierto que
califica a la soledad como un desastre. ¡Pobre! ¡Qué sola está! ¿Quién no los
dijo? ¿Lo preguntamos o lo inventamos?
Con frecuencia se escucha el comentario acerca de esas personas que gustan de ir
a un café a leer, calificándolas de “pobrecitas, no tienen con quién estar”:
Este temor a la soledad lo vamos aprendiendo desde niños, ya que nuestros padres
“no nos quieren ver en soledad” e inventan todo tipo de actividades para que
estemos todo el tiempo acompañados. Asimismo, es frecuente el castigo a los
niños: “Ahora te vas solito a tu cuarto”.
Hemos observado a muchas personas que no tienen problemas de soledad y sin
embargo viven aisladas y deprimidas; me refiero a aquellas personas que se
sienten solas incluso en una muchedumbre y tienen ese sentimiento doloroso. Esto
nos hace pensar en esa soledad natural del ser humano y que en muchas ocasiones
nos asalta produciendo un dolor agudo y descorazonador. Por lo que tenemos esa
soledad intrínseca al ser humano y la otra producida en la interacción con los
otros.
La modernidad tiene especial insistencia en hacer ver que la felicidad real solo
puede encontrarse en intimate attachments, (encuentros íntimos) y también en una
sexualidad satisfactoria. Sin embargo podemos encontrar gentes que están
satisfechas con sus vidas y viven solas, e incluso gracias a esta soledad son
creativos. La expectativa puesta en las relaciones íntimas, como factor de
felicidad, ha puesto en el matrimonio y la vida de pareja tal nivel de
expectativa que lleva a muchos matrimonios a terminar en lágrimas.
La comunidad natural surge de un sentimiento de desamparo. Se confunde soledad
con desamparo y se convierte en una sensación no deseada y temida, más por el
desamparo que por la soledad. La soledad promueve la creatividad y la reflexión,
los artistas, los escritores, los científicos necesitan la soledad para poder
realizar sus obras.
Algunas personas que han tenido que trabajar mucho durante su vida anhelan
quedarse en sus casas solas, sin tener que estar socializando disfrutando un
espacio propio ya que antes no pudieron hacerlo.
Se confunde la soledad con la tristeza y esto le vemos en el siguiente
comentario de una persona de 70 años. Yo no sé si a ustedes les pase, pero a mi
al levantarme con el frío, me dan ganas de llorar, no de llorar así con grandes
aspavientos ni alaridos pero si con un parsimonioso e incesante fluir de
lágrimas silenciosas, que den cuenta de tantas y tantas tristezas que quedaron
guardadas en el interior y de repente, ante ciertos estímulos luchan por salir
del alma donde se han acomodado previamente.
Rosario, 65 años, recién jubilada de maestra, vive sola y le encanta esta
soledad. Pasa dos horas del día haciendo ejercicio y después desayuna con su
hija. Posteriormente se va a su casa y disfruta el tener que prepararse sus
alimentos, ya que le gusta cocinar sin grasa para tener una mejor salud. Se pasa
las tardes en su casa, lee, escucha música, ve televisión y dice que agradece
poder hacerlo, ahora que ya no tiene que trabajar. Está sola, pero no se siente
solitaria ni desolada.
Nos comenta con alegría la sensación de paz interior que le entra cuando se
queda sola; “me doy la oportunidad de pensar solamente en lo que yo quiero hacer
sin que la entrada y salida de los otros se interponga con esta necesidad de no
ser molestada ni interrumpida” Estoy en un espacio de conexión espiritual con el
cosmos sin la intermediación de ningún ser humano. Es una forma agradable, de
sentir la soledad sin sentir el desamparo ni el abandono. Es una manera de
llegar a la plenitud.
En la edad adulta se rompen con muchas estructuras previas que no permitían la
soledad y conforme las personas se jubilan y van dejando atrás ciertas
actividades están sujetas a una mayor soledad que puede convertirse en
creatividad, espiritualidad o desolación.
Hay dos posibilidades, una es vivirlo con tristeza, miedo, abandono,
autocompasión, resentimiento o enojo, y la otra es darle un sentido positivo de
paz, tranquilidad, libertad, serenidad y agradecimiento por lo que la vida nos
ha brindado.
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