Cómo Einstein cautivó a un público que nunca le entendió

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En el mundo del primer tercio del siglo XX, en que la comunicación de masas estaba muy lejos de ser lo que es hoy, en que el cine era mudo y en que, por supuesto, no existía internet, Albert Einstein llegó a ser una figura icónica, gracias a algo tan incomprensible para el público como la teoría de la relatividad. ¿Cómo se convirtió en la primera celebridad científica verdaderamente popular? Sus hoy célebres giras, no exentas de equívocos y anécdotas, tuvieron mucho que ver, aunque, a pesar de que pueda parecer contradictorio, su fama no fue fruto de una estrategia premeditada.

En 1905, con apenas 26 años, Einstein había conseguido despertar el interés de la comunidad científica con cuatro estudios en los que sentaba las bases de la futura Teoría de la Relatividad. Ascendió a los círculos científicos de Berna y fue designado profesor de la Universidad Alemana de Praga y la Universidad Pública de Zúrich. En una década de intensa actividad científica y docente fue elegido miembro de la Academia de Ciencias de Prusia y llegó al cénit de la carrera académica a que podía aspirar un científico alemán al ser invitado a sumarse a la Universidad Humboldt de Berlín en 1914.

Einstein

Einstein junto a algunos de los más destacados científicos alemanes en 1920


Pero su fama no trascendía los límites de los imperios centroeuropeos, fuera de ellos Einstein seguía siendo un perfecto desconocido. La Primera Guerra Mundial le restó la posibilidad de acudir a la invitación que había recibido para visitar el Colegio de Francia en 1914, pese a lo cual su Teoría de la Relatividad, redactada en alemán, llegó a los Países Bajos, neutrales en el conflicto y abiertos científica y culturalmente a ambos bloques.

Fue Arthur Eddington, profesor en la Universidad de Cambridge y miembro de la Real Sociedad de Astronomía británica el primero en maravillarse y difundir las teorías y formulaciones del judío alemán en el Reino Unido, como documenta el divulgador científico Matthew Stanley en el libro How Relativity Triumphed Amid the Vicious Nationalism of World War I (Cómo triunfó la relatividad en medio del salvaje nacionalismo de la Primera Guerra Mundial).

Hasta el fin de la Gran Guerra las teorías del científico no se conocieron de forma amplia fuera del mundo de habla alemana

Con el final de la guerra, Eddington fue el primero en demostrar parcialmente la gran teoría física de Einstein. Junto a su amigo Frank Dyson, astrónomo real, promovieron sendas expediciones científicas a Brasil y África para fotografiar el eclipse de sol del 29 de mayo de 1919, que en algunas latitudes del hemisferio sur fue total. Confirmados totalmente los cálculos de Einstein, el 6 de noviembre de ese año, en un encuentro de la Sociedad de Astronomía y la Royal Society de Londres, se anunció al mundo la demostración de una nueva teoría que modificaba los principios físicos basados en Euclides y Newton.

De un día para otro, Einstein se convirtió en un personaje mundialmente conocido cuando el periódico británico The Times y unos días después, el estadounidense The New York Times, publicaron lo que la prestigiosa comunidad científica británica pasó de considerar como “una gran revolución científica” a “uno de los mayores logros del pensamiento humano”.

La casa de Einstein: C/ Kramgasse 49

El domicilio de Einstein en Berna

El problema que apareció entonces era la dificultad para entender –y explicar- qué era aquello de la Relatividad. El propio Einstein, que se encontraba en Berlín, se enteró de la repercusión de aquella presentación por telegrama y, en las semanas siguientes, fue requerido por numerosas universidades y sociedades científicas extranjeras para explicar personalmente sus estudios. Sin embargo, declinó las primeras invitaciones, entre otros motivos por su dificultad con el idioma inglés.

“Con Alemania mutilada y asfixiada [la guerra estaba recién terminada], Einstein nunca pensó que le invitarían a salir de su país. Eso sí, cuando lo hicieron, no dudó mucho, seguramente porque veía que en Alemania poco podría ascender por ser judío. Vivió, ya entonces, episodios de xenofobia, como le ocurriría en el tour por Oriente y España en los años veinte”, tal como expone en sus diarios de viaje editados por Ze’ev Rosenkranz, explica Joseph Harwood, docente en el departamento de Historia Moderna de la Universidad de Princeton.

El viaje a Estados Unidos una vez terminada la guerra marcó su trayectoria vital y le convirtió en una persona famosa en el mundo anglosajón

Jaim Weizmann, destacado líder de la Organización Sionista Mundial con sede en Berlín, le ofreció el trampolín para lanzarse a divulgar sus estudios. El motivo fue la realización de una gira para recaudar fondos para la creación de la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Aquel viaje, que se inició en Estados Unidos, marcaría su trayectoria vital. En primer lugar, por consolidarse como un científico y una figura destacada para la sociedad anglosajona, pese a que sus primeras conferencias fueron en alemán. Pero también porque empezó a convertirse en un personaje popular, incluso entre las personas que no sabían nada de ciencia.

Intervención de Albert Einstein en el Royal Albert Hall

Intervención de Albert Einstein contra el nazismo en el Royal Albert Hall de Londres en 1933

“Einstein vio en esas conferencias una oportunidad para salir del entorno científico cerrado en el que se hallaba en Alemania. Es más, tuvo bien claro que así lograría una mayor financiación para sus investigaciones que le permitirían no verse obligado a vivir básicamente de la docencia”, explica Rosemary Hunt, profesora del departamento de Física de la Universidad de Oxford.

Su agenda estadounidense fue de primer nivel: el 2 de abril de 1921 fue recibido por el alcalde de Nueva York, pronunció conferencias en las Universidades de Columbia y Princeton y visitó la Casa Blanca junto a una delegación de la Academia Nacional de Ciencias. De nuevo en Europa, visitó por primera vez el Reino Unido, donde participó en conferencias multitudinarias en la Universidad de Mánchester, la Universidad de Oxford y el King’s College de Londres.

Allí conoció en persona a sus grandes mentores Eddington y Dyson. “Puede que Eddington y Dyson nunca pensaron en el éxito que tendría Einstein, que les eclipsaría completamente si pensamos en ello hoy en día. Sea como fuese, el genio alemán ya no iba a detenerse”, añade Karl Gruber, del departamento de física de la Universidad Humboldt en Berlín.

La gira incluyó visitas a Japón, China, Singapur, Ceilán, Argentina, la Palestina bajo dominio británico y varios países europeos, entre ellos España, donde llegó en 1923, invitado por el físico Esteve Terradas y el matemático Julio Rey Pastor, que le habían ofrecido 7.000 pesetas por las charlas de Barcelona y Madrid. Una elevada cifra para la época, ya que representaba el sueldo de dos años de un profesor universitario

Los continuos baños de masas que le acompañaron durante toda la gira acabaron por convertirle en el primer científico que traspasaba los límites del reconocimiento académico y del prestigio entre sus colegas, para alcanzar el estatus de figura popular. Un hecho impulsado, tal vez de manera inconsciente, por ciertas élites que lo reverenciaban por su sabiduría con el único argumento de que había descubierto algo muy importante.

La práctica totalidad de los asistentes a sus conferencias, incluyendo a los pocos que habían cursado estudios superiores, no entendían prácticamente nada de lo que exponía. Tanto por el hecho de que las pronunciaba en alemán como por la dificultad propia de los temas que exponía. Pese a ello, asistían a sus presentaciones con una atención total, que podría compararse con el fervor místico con el que se atiende a un oficio religioso.

“Viva el inventor del automóvil”, le gritó una vendedora de castañas en la calle durante la visita que llevó a cabo a Madrid

Varias anécdotas recogidas por la prensa de la época ilustran esa situación. Durante su visita a Madrid, una vendedora de castañas lo reconoció por la calle y le gritó “¡Viva el inventor del automóvil!”. En su viaje a Buenos Aires, uno de los pasajeros lo identificó como “el inventor de las glándulas de la relatividad”. Un chiste de aquellos días ironizaba sobre dos amigos que se encontraban y uno le preguntaba al otro si había entendido lo de la “relatividad esa”. La respuesta era bien clara: “relativamente”.

Fue durante su periplo europeo cuando recibió el premio Nobel de Física de 1921, no por la formulación de la Teoría de la Relatividad, sino por sus investigaciones sobre electromagnetismo. Einstein no acudió a recoger el premio debido a su apretada agenda internacional. En su lugar lo recibió un miembro de la legación diplomática alemana en Estocolmo.

FILE-In this May 7, 1933 file photo, German chancellor Adolf Hitler speaks to 30,000 uniformed Nazi storm troopers at Kiel, Germany. In March 1933, six years before the war began, Adolf Hitler’s storm troopers violently shut down a small German newspaper, the Munich Post , that had devoted close to a decade warning about Hitler’s dangers to a free society. A recent biography published by The Associated Press called, “Enemy of the People: The Munich Post and the Journalists Who Opposed Hitler” by Terrence Petty, captures the early era of Nazi Germany. (AP Photo)

Adolf Hitler, en 1933, año del ascenso nazi al poder en Alemania

Su posterior nombramiento como miembro del Comité Internacional de Cooperación Intelectual de la recién constituida Sociedad de Naciones le hizo definitivamente abanderado de ese concepto de una sola ciencia para la concordia internacional que defendió junto a sus descubrimientos en todas sus apariciones estelares.

Su fama y esa libertad de cátedra que llevó por medio mundo lo acabaron convirtiendo en el enemigo de ese sentimiento de agravio e implosión que fue cuajando en Alemania hasta la eclosión del nazismo. En 1933, durante su tercera visita a Estados Unidos, la Gestapo confiscó sus bienes. Einstein no regresó nunca a su país. Entregó su pasaporte en la embajada alemana de Amberes y se convirtió en el azote intelectual del nazismo antes de partir de nuevo, esta vez de forma definitiva, a Estados Unidos, donde aceptó una oferta de la Universidad de Princeton para alejarse finalmente de los focos y dedicarse a lo que siempre quiso y la fama le permitió: investigar y divulgar sus hallazgos.

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