Como peces en el agua

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Esta semana recordé a un peculiar amigo y colega que alguna vez contó uno de sus proyectos ultra secretos de investigación, iniciado por un exabrupto.

Comenzó explicando que, después de mucho tiempo de haber escuchado cortésmente a innumerables visitadores de la industria farmacéutica recitar trilladas letanías sobre algún producto más nuevo, seguro y confiable que los de la competencia, un día, presa del hartazgo y el dejá vu, decidió tirar al escusado todos los medicamentos que había ido acumulando en su consultorio durante años.


Pero como, además de buen médico, presumía de ser un defensor irreductible del ecosistema, confesó que tuvo que afanarse mucho tiempo para sacar de sus empaques cientos de tabletas, comprimidos y cápsulas antes de verterlos al drenaje público.

La justificación que halló para tan extraño comportamiento fue aducir su insaciable curiosidad científica.

Estoy tratando de averiguar, dijo ese día complotando con nuestro asombrado grupo de colegas, el posible efecto de ciertas sustancias psicotrópicas en la conducta de los peces. Una vez que el desagüe llegue a su destino final, mi experimento comenzará a darnos información valiosa.

Quién iba a imaginarse entonces que, justo este mes, la respetadísima revista Science publicaría un artículo sobre los efectos que produce en la perca de río europea un medicamento usado para calmar la ansiedad en humanos (Science 15 February 2013: Vol. 339 no. 6121 pp. 814-815).

Resulta que investigadores suecos encontraron que mínimas concentraciones de una benzodiacepina, diluida en las aguas de ríos y lagos contaminados por efluentes donde habitan naturalmente estos peces, son suficientes para provocar cambios notables en su comportamiento.

Los peces expuestos a concentraciones de tan sólo 1.8 microgramos por litro de agua se volvieron más activos, menos sociables y más tragones que aquellos que no tuvieron contacto con el medicamento psiquiátrico.

¿Ya ven cómo tenía yo razón? Escribió el otro día nuestro amigo y colega. Está clarísimo que deberíamos denunciar enérgicamente la contaminación que hacen las farmacéuticas en los ecosistemas acuáticos.

Las medicamentos llegan a través de los efluentes de aguas tratadas, pero éstos aún se mantienen bioquímicamente activos. Y a pesar de los estudios ecotoxicológicos, hechos a la fecha, es muy poco lo que se sabe sobre los efectos causados por las farmacéuticas en la ecología.

En una de esas, continuó ya envalentonado el accidental investigador, hasta llegamos a enterarnos un buen día que las causas del síndrome de hiperactividad, del autismo y hasta de la obesidad mórbida, no son otras que la consecuencias indirectas de la contaminación de tanto medicamento tranquilizante derramado en los mantos acuíferos adonde los humanos saciamos nuestra sed.

Porque, además, no sólo se trata de cambios observables en la conducta, sino también de todas las consecuencias que este tipo de sustancias puede llegar a tener en la evolución de los seres vivos.

Aunque, pensándolo bien, el que unos cuantos animales escamosos y drogados coman deprisa, anden en friega y se nieguen a convivir con otros de su especie, no es un argumento suficientemente sólido para hacernos sentir ahora como peces en el agua.

Acerca de Moisés Rozanes

Formación Académica:Medico-Cirujano (UNAM)Especialista En Psiquiatria (UNAM)Maestro En Medicina Social (Universidad Autonoma Metropolitana)Diplomado En Derechos Humanos (Universidad De Colima)Actividad Profesional Actual:Responsable Del Programa De Salud Mental Del Consejo De Salud Del Estado De Colima (Ssa)Psiquiatra De La Clinica Hospital Miguel Trejo Ochoa Issste, Colima, Col.Miembro Del Comité Editorial Nacional De La Revista Salud Mental

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