El Jafets Jayím, de bendita memoria, dijo una parábola preciosa- y precisa: Un rey mandó a dos hombres a cierto lugar lejano para que cada quien le compre cierto artículo. A uno le dio $100 y al otro $1000. El primero gastó en tonterías $60 y el otro $800. En algún momento de la travesía se desató un pleito entre los dos. El segundo le dijo, “mira cómo soy mejor que tú, tengo $200 y tú solamente $40”. Un tipo inteligente que pasaba por ahí y sabía toda la historia le dijo, “eres un verdadero tonto, tú le debes al rey $800 mientras que tu amigo sólo $60”.
A veces sucede que un individuo se siente muy orgulloso, como si fuese superior, tiene más dones que otro, más virtudes que su compañero, etc. Pero olvida que finalmente todo lo que tiene se los dio el Eterno para el Servicio Divino. El que posee el don del habla debe dar conferencias de Torá, el que sabe escribir que se dedique a difundir la Torá por manera escrita, el que sabe cantar, que Le cante, etc. No tenemos de que ufanarnos, más que de realizar Su Voluntad. Finalmente lo que nos queda es la buena elección que realicemos. Todo lo demás- el éxito y lo opuesto- proviene del Cielo.
Podemos vernos como superiores o como con más obligaciones. Es decir, el que tiene un talento especial debe entender que le fue dado como un encargo, tal como el dinero que le dio el monarca en el ejemplo anterior. Así como ese dinero no es propio para hacer lo que quiera, nuestros dones y recursos- materiales y de otro tipo- no son nuestros. D-s nos los ha dado para que los compartamos con los demás, que los usemos para enaltecer Su gran Nombre. Pensar así será el primer paso para lograr la elusiva humildad. Claro que podemos disfrutar nuestro dinero y de nuestro patrimonio, pero debemos recordar que no somos más que administradores de los regalos que nos ha prodigado nuestro Rey.
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