Como vacas pastando mientras pasa el tren

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Teodoro Herzl, visionario del Sionismo, escribió en 1902 su novela “Vieja Nueva Tierra”. Ahí describió una nueva sociedad que surgiría en la Tierra de Israel, utilizando la ciencia, el conocimiento y la tecnología como fuerza primordial para el desarrollo del nuevo país.

De lo anterior, me llaman la atención un par de cosas. La primera, es el año cuando este hombre escribió su novela; en 1902, la ciencia y tecnología a la que se refería; seguramente pensaba en tractores de vapor, telégrafo o el teléfono de operadora. Lo segundo que me llama la atención es ¿Cómo los creadores del estado de Israel tuvieron el cuidado de establecer, desde sus inicios, las mejores universidades del mundo? Evidentemente tenían muy claro que precisamente en el conocimiento, radicaba el poder y la fuerza del pueblo judío, misma que seguramente persistía en Europa a principios del siglo XX.

Hoy Israel existe únicamente por su supremacía tecnológica. El ejército israelí tiene una supremacía basada en su tecnología, que no solo le ha permitido estar siempre un paso adelante de sus enemigos, sino que además, le permite generar una de las industrias que mantienen al país a flote. La venta de armas y tecnología militar a otros países es una de las fuentes primordiales de divisas. Israel hoy es líder en una serie de campos gracias a su tecnología. El principal producto que vende Israel al mundo hoy en día es la tecnología; por encima de otras áreas que pudiéramos pensar como podría ser el turismo, los diamantes y por la agricultura.


Mientras nosotros en México, mandábamos a nuestros jóvenes a que vivan el sionismo en los kibutz, ellos enviaban a sus hijos a las mejores universidades del mundo, también en Israel; los estaban preparando porque les hacía mucho sentido el sueño de Hertzl. Después de algunas décadas, poco a poco fueron surgiendo las mentes que encontraron la oportunidad de fundar las empresas que hoy sostienen la economía israelí.

Del otro lado del mundo, la economía de la comunidad judeo mexicana, desde los años cincuenta a los ochenta; estuvo basada en cinco o siete empresas familiares que tuvieron la visión y capacidad de forjar industrias, que generaban suficiente riqueza como para ofrecer oportunidades a miles de familias judías en México. Las grandes industrias textiles, ofrecían oportunidades a confeccionistas y distribuidores de tela; los fabricantes de pintura le dieron oportunidad a los que quisieron poner una tienda, etc… Así fue como miles de familias dentro de la comunidad judía, pudieron hacerse de una casa, educar a sus hijos, viajar al extranjero y en ocasiones hasta amasar una pequeña fortuna. Así fue como se construyó nuestra comunidad, nuestras escuelas y nuestras instituciones.

En ese entonces, la economía de Israel estaba en sus comienzos. Tenían las cooperativas agrícolas (kibutz), para poderle dar trabajo y de comer a las familias inmigrantes. Pero simultáneamente, como dije antes, enviaban a sus hijos a las mejores universidades del mundo. Mientras tanto, muchos mexicanos no veían mucho valor en los estudios. Algunos hasta abandonaban la escuela para ir a trabajar en el negocio del papá.

En México y en la comunidad judía mexicana, la tecnología nos pasó de frente y con los ojos cerrados. Me recuerda esa escena en la que están las vacas pastando mientras ven pasar al tren. No tienen idea de lo que está pasando.

El problema es que el mundo cambió y las empresas industriales, que antes generaban la riqueza suficiente como para derramarla a miles de familias, ya no lo hacen. Hoy la riqueza la generan empresas tecnológicas basadas en el conocimiento. Esas son algunas empresas americanas, japonesas e israelíes, pero no mexicanas. Y para complicar aún más las cosas, a través de la evaluación anual que lleva a cabo la SEP, se ha evidenciado que en nuestras escuelas comunitarias, lejos de tener una educación de clase mundial, tenemos un nivel de educación francamente mediocre.

Dentro de todo esto, hay una muy buena noticia. En nuestra comunidad, el noventa y cinco por ciento de los niños judíos, asisten a escuelas de la red judía. Eso quiere decir que tenemos el futuro de la comunidad en nuestras manos. Es una oportunidad enorme. Diferente sería si cada quien mandara a sus hijos a diferentes escuelas; el incidir sobre la educación de nuestros hijos, para diseñar el futuro de nuestra comunidad, sería mucho más difícil.

Todas las escuelas judías, hoy en día, están muy preocupadas por encontrar el mecanismo para levantar su nivel. Tenemos que ser creativos para abrirnos a nuevos esquemas educativos. Tenemos que buscar formatos diferentes que se adapten a nuestra realidad y que permitan a los muchachos lograr su pleno potencial. Es nuestra obligación, buscar que es lo que ha funcionado en otros países y tropicalizarlo a nuestra realidad, venciendo obstáculos de todo tipo.

Conforme logremos llevar a nuestros hijos una educación de clase mundial, podremos acceder, a una economía comunitaria con la riqueza como la que tuvimos en los años ochenta.

El segundo problema, es: ¿Qué vamos a hacer mientras tanto con la economía comunitaria? Si resolvemos el problema educativo, los beneficios los tendremos dentro de veinte o treinta años.

Estamos ante una disyuntiva ya que tenemos dos alternativas.

La primera es preparar a nuestra gente a que aprendan a vivir con un nivel de vida más modesto, que desistan a su sueño de ser empresarios, que repriman su espíritu emprendedor y se resignen a ser empleados. Que desistan a vivir en las zonas donde vive toda la comunidad y se resignen a vivir en una zona más acorde a su realidad económica. Que desistan a enviar a sus hijos a las escuelas de la red judía, con colegiaturas que no pueden pagar y manden a sus hijos a escuelas públicas o más populares alejadas de nuestras costumbres y tradiciones.

La segunda alternativa es, de la misma forma como lo hicieron nuestros abuelos cuando llegaban otros inmigrantes, buscar entre todos como abrirles las puertas y acercarles las oportunidades.

Personalmente me opongo a las personas que consideran la primera opción como una realidad irremediable. Jamás debemos renunciar a continuar con la segunda. Así fue como se fundó nuestra comunidad en México. Los judíos nos hemos ayudado siempre entre nosotros; con la beneficencia solo para los que no tienen la capacidad de trabajar, pero abriéndoles las puertas y apoyando a los que están sanos, tienen dos manos y una mente clara.

La dificultad con la segunda opción es que hoy, el mundo es otro; las cosas son mucho más difíciles que en los inicios de la comunidad judeo mexicana. Cuando llegaron nuestros abuelos, para salir adelante, bastaba con un par de consejos y trabajar fuerte, de sol a sol. Con levantarse temprano a comprar la mercancía en La Lagunilla y no dejar de ir de puerta en puerta para vender en abonos, bastaba para llevar a casa, por la noche, lo que necesitaba la familia.

En la época industrial, ya no bastaba trabajar fuerte, se necesitaba además un capital. Así lo entendieron los grandes industriales que se forjaron a partir de los años cincuentas y crecieron hasta principio de los años noventa.

Desde finales de los noventa hasta la fecha, ya no bastaba estar dispuesto a trabajar duro y tener un capital. Hoy para llevar a casa lo necesario, se necesita además, estar preparado y tener experiencia. Por si fuera poco, el modelo industrial, en todo el mundo, está agotado como principal fuente de riqueza. Gigantes como General Motors, han tenido que hacerse a un lado para dar paso a empresas generadoras de mucha mayor riqueza, como lo son Google, Apple y Facebook. Pero como comenté anteriormente, en México no nos supimos preparar, en su momento, para ésta época de la tecnología y de la información.

Si queremos subsistir como comunidad, hasta que maduren los muchachos que pronto recibirán educación de clase mundial, tendremos que buscar algún esquema que le dé oportunidad a los jóvenes. Un esquema que combine el capital que algunos lograron forjar, con la capacidad de trabajo y espíritu emprendedor de muchos jóvenes, con el conocimiento y experiencia que tienen algunas empresas que están dispuestas a compartirla.

Esto no va a darle a la comunidad un periodo de bonanza como el que vivimos en la época industrial, pero tal vez nos permita sobrevivir éste periodo.

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