El mundo se ha puesto de cabeza con el cataclismo derivado de la pandemia del COVID-19. Como se ha dicho infinidad de veces ya, nada será igual que antes y el reacomodo, cuando se dé, se presentará de manera absolutamente incierta y con una velocidad y unas consecuencias que no podemos prever. Por lo pronto, sólo es posible hablar de lo que ha cambiado en el lapso transcurrido desde que el virus empezó a extenderse. Sabemos, por experiencia propia, lo que para nosotros es ahora distinto. Y no cabe duda de que las cosas han cambiado también, radicalmente, para organizaciones políticas, económicas o sociales, sean del tamaño o la naturaleza que sean.
Un caso interesante es el del Estado Islámico o ISIS. Como entidad que aterrorizó durante un buen tiempo con su fanatismo y su crueldad a pueblos y naciones tanto de oriente como de occidente, su estrella iba ya en descenso desde que, hace cerca de tres años, se redujo de manera notable el territorio en que había logrado establecer su soñado califato. La acción conjunta de fuerzas militares internacionales consiguió encoger, poco a poco, el dominio que a fuerza de una brutal violencia había conseguido el ISIS en Irak y Siria, quedando tan sólo de él un remanente el cual, mediante células dispersas, ha estado luchando por reconquistar el poder perdido.
Ahora, con la pandemia en curso, ese remanente está recalculando su estrategia. De acuerdo con el análisis de los comunicados de sus líderes, el abordaje de la narrativa acerca de las causas de la epidemia y de sus lecciones abarca varios puntos. Sobre todo está la consabida explicación que a menudo se ven tentadas a hacer ciertas autoridades religiosas de diverso signo (tanto en la Edad Media como ahora) en el sentido de que se trata de un aviso o un castigo del cielo por pecados y faltas que deben ser expiados de alguna manera. En el caso de la versión del ISIS, esta gigantesca sanción universal de origen divino ha sido enviada tanto contra el perverso y degenerado Occidente —y la prueba, se dice, son las catástrofes sanitarias y económicas sufridas por Estados Unidos y Europa— como contra los propios musulmanes que no se ajustan al estricto cumplimiento de la sharía, o ley islámica, tal como es interpretada por la corriente salafista a la que el ISIS se apega. Así, insisten, la gravedad de la epidemia en Irán y los enfermos y fallecidos dentro de otras poblaciones musulmanas serían un castigo merecido por el error teológico religioso en que viven los chiitas (Irán es chiita y el ISIS es sunnita), o por no cumplir a cabalidad con la normatividad islámica de corte salafista.
En cuanto a sus propias víctimas del COVID-19, los clérigos e ideólogos de esta agrupación siempre encuentran manera de sacarse de la manga una explicación que permita evadir el problema de por qué también algunos o muchos de sus fieles mueren a causa del virus.
En general, la crisis actual ha hecho que desde la cúspide político-religiosa del ISIS se esté manejando una retórica tendiente al reclutamiento de más militantes dispuestos a luchar y aun a inmolarse al servicio de la expansión de la fe verdadera y la eliminación de los infieles. Los dirigentes pretenden aprovechar esta coyuntura para reforzar su adoctrinamiento, el cual tiene más posibilidades de prosperar cuando el miedo y la incertidumbre se hallan tan extendidos en todas partes. Intentan, también, sacar ventaja de la concentración de los esfuerzos gubernamentales en el combate contra la pandemia, al contar así con la posibilidad de tomar desprevenidos a los aparatos militares y de seguridad que, en otros tiempos, los mantenían a raya.
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Sólo que existe otro efecto del coronavirus que opera en sentido contrario. Con millones de personas en confinamiento y ausencia
de actividad económica normal, lo mismo que de conglomerados o multitudes en los espacios públicos que pudieran ser blanco apetecible para mártires ansiosos de ganarse el paraíso, las oportunidades se han vuelto mucho más escasas.
En síntesis, ISIS vive la contradicción de estar ahora en capacidad de reclutar más militantes para su causa, pero el entorno mundial general no es precisamente el apropiado para que sus campañas de terror y muerte tengan éxito. Afortunadamente.
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