Egipto avanza hacia el momento más oscuro de su milenaria historia con una total indiferencia por lo que es y representa el mundo femenino. Es una suerte que el Constitucional haya rechazado con vigor la proposición de un grupo de Hermanos Musulmanes para legalizar la ablación femenina que ya es, en ese país y en muchos otros lugares de Africa, un mal mayor. Todavía se piensa que mutilar a la mujer restringe su placer y, por lo tanto, su tendencia al adulterio. La ablación es, sin duda, una tortura sin ningún tipo de justificación. Al parecer no figura ni está prescrito en el Corán que así deba ser. Para muchos, es una arcaica costumbre del continente negro que extendió en la bajamar de la conquista islámica. Los ejércitos que en su momento desparramaron la creencia en Alláh por las tierras del león y el antílope, recogieron sin querer ese hábito bárbaro y lo asumieron como propio. Pero pocos saben que tal cosa es imposible ya que en muchas tribus africanas las mujeres tienen permiso, con el auxilio de una pequeña madera especial, para alargarse, masaje tras masaje, el clítoris, de donde el placer erótico no es una maldición para las féminas sino, quizás, todo lo contrario.
Al querer suprimir, mediante la ablación, aquello que puede hacer feliz a la mujer, los egipcios se disponen a no ser felices ellos. Ignoran, como ignoran tantas cosas, que no es lo mismo un clítoris que un prepucio que se corta por razones higiénicas y para evitar los problemas que acarrea la fimosis. El machismo ancestral les puede y más ahora, que con el nuevo gobierno el autoritarismo está a la orden del día y no sería extraño que a ese pedido de los Hermanos Musulmanes les sigan otros más o menos truculentos. Entonces veríamos, como en la época de los talibanes en Afganistán, patrullas que controlan la virtud y el vicio de los ciudadanos a base de porras, latigazos, cárcel y acciones malvadas esparciendo su veneno represor por las villas y pueblos del país de los faraones. Entonces, y prestando un poco de atención, comprenderíamos por qué Mubarak, el depuesto presidente, todo lo tirano que se quiera, no podía soportar a los Hermanos Musulmanes ni les tenía la menor confianza.
Al revés de lo que dice la canción sobre un paso adelante y otro atrás, Egipto sólo da pasos hacia atrás y ninguno hacia adelante envuelto en el enrarecido clima que fomentan dos facciones enfrentadas: la de los oscuros y ortodoxos musulmanes y la de los más o menos liberales y laicos a quienes se les ha hurtado un proyecto democrático y plural. No es ninguna minucia querer legalizar la ablación femenina. Hay, en ese deseo, un odio por el placer y el bienestar. Los barbudos de frente manchada por la devoción dijeron que hay que cortar, pero los representantes de la Ley, perseguidos, amordazados y despreciados, han dicho que de ningún modo. El cielo se ponga de su parte y no tengamos que entristecernos más con crímenes de ese tipo en el país que un día conoció hermosas, vibrantes bailarinas apenas si cubiertas por el lino transparente de los largos veranos.