Como en múltiples países del mundo, también en Israel corona produce y multiplica el número de muertos. En términos comparativos es modesto: apenas el uno por ciento de los afectados. Sin embargo, plantea graves interrogantes sanitarios y políticos que gravitan de manera específica e inquietante en este país.
El primero: la marcada escasez de equipos en los hospitales y las distorsiones burocráticas por parte de quienes deberían manejar estas instituciones con superior sabiduría no sólo dificultan la prolija identificación de los afectados. Oponen obstáculos de hecho- cuando no definitivamente desatienden- a ciudadanos afectados por otros padecimientos que necesitan con urgencia alguna atención hospitalaria.
Las estadísticas cotidianas disimulan este desgraciado hecho: difunden el número de los atacados por el virus – aproximadamente 13 mil en el presente con 125 muertos – pero esconden o disimulan los cientos de fallecidos por otros males que si habrían sido atendidos debidamente o aproximados a los hospitales sin temor hubieran gozado algún tiempo más en esta vida. Covid merece así lugar y privilegios en perjuicio de los que padecen otros males, además de las víctimas de los severos trastornos que se multiplican en los mercados laborales- de momento más de dos tercios de desempleados.
El segundo: con el fin de detectar a los coronados los eficientes servicios de espionaje del país hacen uso de sistemas de identificación que hasta algunos meses se aplicaban sólo a elementos susceptibles de trastornar la seguridad nacional. Prometen suspender esta actividad y borrar los datos personales de la inocente ciudadanía en cuanto covid 19 resuelva reducir sensiblemente el número de afectados. Pero en las presentes circunstancias políticas e institucionales las probabilidades de cristalizar tal perspectiva no presentan garantía. La tentación en favor de este cúmulo de datos se le puede antojar irresistible a algunos actores y organismos apenas identificables.
Y en fin: la acerada negativa del primer Ministro Benjamín Netanyahu para presentarse ante los tribunales y probar que las acusaciones por los aparentes fraudes que habría cometido son fantásticas alegorías o maliciosas invenciones de sus rivales. Con esta actitud y con la complicidad de su partido Likud. Insiste que Israel debe encaminarse a una cuarta y costosa ronda electoral si tal equívoco derecho no se le concede.
Torpe postura que conduce a tres preguntas: una, si se cree inocente y puede probarlo- ? por qué no exhibe las pruebas a los jueces, especialmente cuando no carece de recursos económicos y retóricos – según estadísticas confiables es el tercer político más rico de Israel – para hacerlo?
Otra, si logra evadir el juicio merced a pactos con sus rivales y el silencio de su partido – ? por qué no se concede igual privilegio a todos los ciudadanos que cometen – o parecen cometer – algún delito?
Y en fin, hacia dónde avanza – o se repliega – el sistema democrático israelí si la clásica y necesaria división y equilibrio de los poderes se ve resuelta y públicamente violada con esta actitud?
Temas e interrogantes que Covid-19 no debe soslayar. Particularmente en un país que más allá de su ínfimo tamaño – menos de la mitad de Costa Rica, una población inferior a la que mora en la capital mexicana, un ingreso por habitante de 43 mil dólares hasta hace un par de meses, y en fin, con más de un tercio de la población que descree de la democracia pero acierta a beneficiarse de ella- felizmente ha acertado hasta hoy preservar y enriquecer el acervo democrático.
Sombrío panorama que inquieta a buena parte de la opinión pública de este país. Juzgo que en estas penosas circunstancias las diásporas judía e israelí no deben callar. Por propia convicción o como autodefensa.
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