Crisis en la capital

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Cualquier capital del mundo desarrolla crimen organizado como consecuencia de la concentración de población y de riqueza que siempre es atractiva para los negocios ilícitos. En alguna etapa de su historia, las grandes ciudades enfrentan el crecimiento de grupos delincuenciales que se vuelven poderosos y que, a causa de la violencia constante, al final deben combatir y desarticular para que la metrópoli pueda continuar.

Nueva York, Londres, París, Roma, Chicago, Los Ángeles han vivido capítulos de mucha inseguridad provocada por todas las formas en que se puede hacer dinero ilegalmente, que son muchas, y la capacidad de corrupción que alcanzan ciertas organizaciones criminales.

Escribir esto no es ningún consuelo, pero nos permite analizar lo que ocurre en la Ciudad de México y cómo pasamos de ser considerados la “burbuja” de la seguridad en el país a convertirnos rápidamente en otro sitio más afectado por la delincuencia.


Unos 20 años atrás, la renovación de la policía capitalina, una fuerza que ronda los 87 mil agentes, y la aplicación de algunas medidas de organización y de tecnología a la función de garantizar seguridad en las calles sentaron las bases para reducir paulatinamente el porcentaje de crímenes en la capital. Con los años, se implementó tecnología, tareas de inteligencia, programas especializados para combatir delitos de alto impacto y se trabajó en la percepción de la ciudadanía sobre la inseguridad, al mismo tiempo que se redujo la brecha de desconfianza hacia sus elementos.

Incluso, como ocurre ahora, se dividió a la Ciudad de México en 847 cuadrantes bajo diferentes criterios técnicos, con el fin de reducir el tiempo de respuesta, eficientar el patrullaje y fortalecer el contacto diario entre policías y ciudadanos. Conforme la seguridad se deterioró en el resto del país, la capital gozaba de una tranquilidad que no había experimentado desde los años 50, al grado de que la industria de la seguridad privada, de las escoltas y de los autos blindados fue a la baja por no considerarse necesarios ya.

En 2012, la votación mayoritaria fue por la continuidad, precisamente de las políticas de seguridad que habían sido exitosas los seis años previos. Justo en el primer semestre de 2013, ese gobierno de la ciudad tuvo su prueba de fuego con la desaparición de 13 jóvenes a plena luz del día, luego de que fueron secuestrados en un antro de la Zona Rosa. A pesar de la tragedia, la coordinación que ya existía y la colaboración entre muchas instituciones, públicas y privadas, permitieron que el daño no fuera permanente en la reputación de seguridad que todavía se mantenía.

Sin embargo, al paso del tiempo, las acciones, los programas, las herramientas ya probadas para mantener la seguridad en la capital se fueron diluyendo. Poco a poco se hizo a un lado la colaboración entre la policía y los sectores comerciales, la comunicación con los vecinos y la coordinación institucional y civil que había hecho muy difícil el trabajo de los delincuentes. Incluso la infraestructura tecnológica empezó a lucir insuficiente en el combate a delitos de bajo impacto o sin violencia.

El año pasado, en el cambio de gobierno y de época que estamos viviendo, fue electa una nueva administración sobre la certeza de que la seguridad se había deteriorado a niveles nunca antes vistos. Mucho del discurso político-electoral giró alrededor de este tema central en las preocupaciones de los capitalinos hasta la fecha. Igual que a nivel federal se ha pedido tiempo y oportunidad para ordenar la casa, aunque los policías son los mismos y la renovación de criminales tampoco es notable (de eso platicaremos más adelante) y tan es la misma ciudad, que la volvieron a dividir en los cuadrantes que antes fueron tan eficaces.

Los dos asesinatos ocurridos el miércoles pasado en Plaza Artz dispararon la percepción de inseguridad en la capital. Las imágenes sólo confirman que la Ciudad de México es igual o más insegura que cualquier otra metrópoli del país; ahora tocará, de la misma forma que ya nos sucedió en el pasado, remontar la crisis y empujar para regresar a la tranquilidad.

Un común denominador, sin embargo, une a todas las grandes urbes que superaron al crimen organizado que las asolaba, incluida la nuestra: autoridades, policía y ciudadanos trabajaron juntos para reducir los incentivos y las oportunidades de los delincuentes. Ninguno podía resolver el problema solo y menos pensando que el delito se reduce por decreto. Es hora de hacerlo de nuevo en la Ciudad de México.

Acerca de Luis Wertman Zaslav

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