Crónica de una boda judeo-cubana

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Se considera entonces que la década de 1950 fue el momento de consolidación
de la comunidad hebrea en Cuba. Lucía López Coll.

Una tradición que se recupera

Recuerdo haber visto la representación de una boda judía en más de una película, aunque he olvidado sus títulos. No imaginaba entonces que alguna vez asistiría a la tradicional ceremonia en vivo y en directo. De hecho no es algo que se pueda ver todos los días, pues la penúltima boda judía efectuada en Cuba ocurrió en el año 2007 –después de muchísimos años sin celebrarse alguna otra- y no se sabe cuándo ocurrirá la siguiente. Por tanto la celebración de veinte matrimonios judíos, oficiados por un rabino que viajó desde Argentina especialmente por este motivo el pasado mes de diciembre, constituye sin dudas un acontecimiento bastante inusitado entre nosotros.


El primer hecho curioso que en mi calidad de gentil (no judía) llama mi atención es que al entrar al salón, cada uno de los invitados masculinos, sin distinción de edad, recibe un casquete redondo de uso obligatorio en las ceremonias religiosas judías llamado kipá. Ya dentro tomamos asiento en la sala donde treinta y nueve ventanas decoran el fondo del Altar o Tabernáculo, en representación de los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento.

Aunque poco conocida, el sitio escogido para la ancestral celebración también tiene su historia. Se trata del edificio popularmente conocido como “Comunidad hebrea”, en cuyas salas yo misma había asistido en más de una ocasión al estreno de algunas obras teatrales, sin saber el especial significado del inmueble, en cierto sentido vinculado a la historia del país, sobre todo por haber sido en su momento uno de los signos más visibles de la voluntad de permanencia en Cuba de un grupo humano que parecía haber encontrado en la isla un sitio propicio para descansar al fin de su inmemorial peregrinaje.

Concluido en 1953 e inaugurado en 1955, el proyecto de la Casa de la Comunidad hebrea, ubicada en las calles I y 13, en El Vedado habanero, fue una respuesta a la necesidad de crear una infraestructura adecuada a las actividades religiosas y sociales de los “judíos cubanos”, que para entonces habían logrado un ascenso social y una solvencia económica notable.

Según estudios realizados por la historiadora Maritza Rosales, en 1959 el 75 por ciento de los judíos afincados en la isla practicaban el comercio en pequeña escala, un 15 por ciento de ellos era propietarios de grandes tiendas y un 10 por ciento productores de bienes de consumo. Se considera entonces que la década de 1950 fue el momento de consolidación de la comunidad hebrea en Cuba y, de acuerdo con ese status, se emprendieron determinadas obras como el templo Adath Israel, de 1952, ubicado en Acosta y Picota, y el Centro Hebreo Sefardí, en 17 y E, en El Vedado, terminado en 1958 e inaugurado en 1959.

Para el proyecto de la Casa de la Comunidad hebrea fue contratado el arquitecto Aquiles Capablanca, considerado uno de los más importantes de su momento. La obra sin embargo supuso un desafío para Capablanca, debido a la ausencia de una tradición constructiva tan específica en la isla. Según es posible consultar en el sitio web de la Sociedad judía, el arquitecto no solo viajó a Estados Unidos para observar en el terreno algunos ejemplos, sino que realizó un cuidadoso estudio de la Biblia y otras fuentes que le facilitaron la plasmación de los antiguos códigos de la tradición del pueblo judío que aún pueden ser apreciados en el inmueble, especialmente en el bloque consagrado a la sinagoga y sus dependencias.

Mientras el primer edificio, destinado a un uso social y dotado de espacios funcionales como biblioteca, restaurante, salas de reunión y de grandes eventos, exhibe una influencia modernista, el segundo evidencia su función religiosa a través de ciertos elementos de carácter simbólico, entre los que se cuentan la amplia escalinata de acceso, erigida para evocar el lugar que debe ocupar la sinagoga en el sitio más alto de la ciudad, y las diversas imágenes presentes en la fachada y en la puerta, como el signo heráldico del León de Judea, la representación de las doce tribus de Israel y dos menorah o candelabros con espacio para nueve velas, utilizados en las celebraciones judías.

Los cambios determinados por el triunfo revolucionario de 1959 afectaron grandemente a la comunidad judía. Alrededor del 90 por ciento de los residentes en Cuba emigró hacia otros países como Estados Unidos, México, Venezuela e Israel. La comunidad quedó muy reducida y huérfana de sus líderes religiosos y espirituales. Incluso se hizo casi imposible sostener grandes inmuebles como la Casa de la Comunidad hebrea y se decidió alquilar los mayores espacios a grupos de teatro.

La década de 1990 marcó un período de revitalización de la comunidad judía que, por contradictorio que parezca, mucho tuvo que ver con la crisis o período especial. En 1995 se reabre la sinagoga de Santiago de Cuba y en 1998 la de Camagüey, a pesar de que en ese momento apenas viven en la isla unos mil judíos. De acuerdo con el escritor Jaime Sarusky, judío y polaco por su origen, el reto mayor sería renovar una comunidad que a todas luces se iba extinguiendo.

Se convocó entonces a todas las personas que tuvieran alguna ascendencia hebrea, aunque según el rito ortodoxo es la madre quien otorga legitimidad a sus descendientes. Finalmente la búsqueda arrojó que muy pocas parejas contaban con ascendencia judía directa, por lo que los líderes de la comunidad en el país decidieron ser más flexibles pues estaba en juego su supervivencia. De hecho hoy no se pretende promover uniones entre judíos, pero se aspira a que las familias, mixtas o no, se asuman como tal, con el interés de preservar en cuanto sea posible ese antiguo y rico legado cultural que, de una forma u otra, formaría parte de ese crisol de mezclas que engendró al ser cubano.

Ya se escucha la música que precede a la entrada de los novios, la impresionante Marcha Nupcial de Felix Mendelssohn, por cierto, él también de origen judío. Las parejas recorren la alfombra roja tomados del brazo, suben al estrado preparado para la ocasión y comienza la ceremonia oficiada por el rabino y sus ayudantes, que recitan o entonan antiguas canciones en yidish. Se entregan los anillos, las parejas se prometen respeto y amor en todas las circunstancias de la vida, y al terminar, los novios proceden a la simbólica quiebra de las copas de vino (que recuerda la destrucción del Templo), para sellar el compromiso contraído ante Dios.

Pienso entonces que no sólo he asistido a un matrimonio entendido como la unión de dos personas ante las leyes de Dios, sino también a la representación de un rito de origen remoto y cuyo significado trasciende la individualidad. Se trata quizá de la materialización de un ancestral instinto de supervivencia, gracias al cual el pueblo hebreo ha logrado sobrevivir más allá de las guerras y las persecuciones, los holocaustos y de todas las catástrofes. También a un acto de arraigamiento, de búsqueda de un espacio por parte de estos nuevos poseedores de la peculiar condición de judíos cubanos.

Bibliografía:
La isla escogida. Los judíos en Cuba. Maritza Corrales.
“Dos edificios: ¿Significado de la espiritualidad judía?”. Matilda Eli. Tomado del sitio web de la Comunidad Hebrea de Cuba.

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