Crónicas de Shabat: ¿Dónde encuentro la matzá (Afikomán)?

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En el primer Pesaj que nos tocó en Israel me sentí como Alicia en el País de las Maravillas. Era una fantasía ver tantas delicias para hacer más agradable el sabor del pan ázimo. Cuando éramos pequeños, en Pesaj se consumía matzá y matzo meal. En mi casa había una serie de reglas por cumplir que se diferenciaban de la comida normal. Se cambiaba la vajilla y no se podía acompañar las comidas con salsa de tomate, ni se podía tomar coca cola. Lo que si esperábamos ansiosos, era poder degustar el caldo con kneidlaj (bolas de matzá) y las tradicionales bubalaj que hacía mi abuela. Hasta el día de hoy las saboreamos y además de ser una tradición de Pesaj, se convirtió en una tradición familiar. Con la globalización y la apertura económica, en nuestro país, las instituciones comunitarias, comenzaron a importar los deliciosos productos, aprobados por los rabinos para degustar en esta festividad y que sólo se conseguían en Estados Unidos. Así fue como ya no teníamos que privarnos de acompañar las comidas con salsa de tomate.

Este año, estando tan cerca de Jerusalem, la ciudad sagrada, fui a comprar las delicias con las que soñé y además degusté el año pasado y sólo fue un sueño. Sólo había matzá. Muchos estantes permanecían vacíos y no supe bien si era por efecto de la guerra, que hasta ahora la escasez no se ha sentido, o porque la gente compró todo, apenas se terminó Purim y no nos dejaron nada a los que nos confiamos para comprar después.

Fui a otro supermercado y me sentí como fuera de contexto. No sabían que era matzo meal; después de un rato de tratar de explicarle al encargado y gracias a un argentino hebreoparlante que se me apareció como el maná, caído del cielo, pude saber que lo que tenía que haber preguntado era kemaj matzá (harina de matzá) porque el otro vocablo, que he escuchado toda la vida, es en idisch. Pero tampoco me entendieron cuando pregunté por matzá. Ya no sabía donde poner la lengua para pronunciar en forma correcta. Al final el hombre me trajo un par de bolsas de harina, como la más corriente Haz de Oros, una de las marcas clásicas colombianas, y yo buscaba la tradicional cajita de Manischewitz. Aquí ni siquiera conocen la famosa marca importada de Estados Unidos, que ha deleitado los paladares de los gringos y latinos judíos desde que salimos de la esclavitud en Egipto.


Siempre que llego a la caja (kupá) pongo atención (simu lev) para entender los números y saber el monto a pagar. Pero cuando el hombre me dijo tsha ezrei (19) tuve que repetirle esa frase tan útil que nos enseñó la morá (profesora) Yael en el ulpán, ani olá jadashá aní lo meviná. Leat leat (Yo soy una inmigrante nueva. Yo no entiendo despacio, despacio) acompañado de una sonrisa, que puede ser indistintamente en hebreo o en español.

Cuando me dijo tsha, con toda la atención que le puse no entendía ni pío 🐥. Cuando oyó la consabida frase, él sonrió en hebreo y cuando vocalizó mejor pude entender que me quería decir tesha ezrei (19), pues los israelíes no pronuncian la e, sino que tienen la facilidad de juntar varias consonantes. El monto me pareció muy barato, pues en Colombia, comprar matzá es costoso, teniendo en cuenta que son productos importados.

Hicimos un último intento, pues no podía ser que estando en suelo bíblico, no pudiéramos degustar la variedad de alimentos de Pesaj que se consiguen aquí.

Fue así como hicimos el último intento de ir a otro supermercado arriesgándonos a ir un viernes y con la proximidad de Pesaj, que es el día que más gente va, esto quiere decir lleno lleno (malé malé) y a la entrada conseguimos las deliciosas shkeidim marak (especie de croutones para la sopa, especiales para Pesaj) y otras delicias. Con esta última compra, ya quedó garantizado el consumo de Pesaj hasta para el otro año y ya no tendremos que ir a buscar en el supermercado.

JAG PESAJ SAMEAJ

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