Este caso, o algo muy similar, seguramente nos ha sucedido a cada uno de nosotros.
Estamos sentados a la mesa de Shabat con nuestros hijos y nos sentimos muy contentos porque vamos a estrenar un nuevo juego de copas muy finas.
A la mitad de la comida, uno de nuestros hijos está jugando en la mesa y rompe una de esas copas.
Con mucha seguridad, esa mesa de Shabat ya no es la misma de dos minutos antes. Para empezar, gritamos a ese niño, lo regañamos y el ambiente en la mesa de Shabat se convierte en algo no muy agradable.
Imaginemos que, en lugar de hacer todo eso (gritar, regañar, amargarse, etc.), agradeciéramos a Dios por tener hijos (mucha gente no tiene), usar copas nuevas en Shabat (mucha gente no puede comprar copas), vivir en una casa (mucha gente no tiene casa), poder hacer una mesa de Shabat con la familia (mucha gente no tiene esa hermosa oportunidad)…
¡Esa sería otra mesa de Shabat! Así valoraríamos mucho más lo que tenemos.
Cuando agradecemos, nos damos cuenta de lo mucho que tenemos.
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