Los cinéfilos jamás dejarán pasar algunos clásicos, entre los cuales está: Estudios Hammer (1967): ¿Qué sucedió entonces? (Quatermass and the Pit) y, por el otro el título de esta columna, película de la MGM del año 1973: “Cuando el destino nos alcance” y que tiene como protagonista a Charlton Heston, acompañado por los clásicos Edward G. Robinson y Joseph Cotten, entre muchos otros.
Este tipo de filmes, mezclaron el clima político enervado entre los años 1965 a 75, donde hasta un ícono de la derecha macartista como lo fue Heston lleva adelante curiosas producciones apocalípticas, con críticas al estado postmodernista y adoptando posiciones claramente antibelicistas.
En tal sentido, el propio Heston protagoniza las dos primeras entregas de la adaptación de la novela (1963) Pierre Boulle: El Planeta de los Simios (1968 y 1970) como el coronel Taylor.
Estas referencias no son azarosas: en todos los guiones cinematográficos se muestra un continuo histórico-social que reconstruye la Shoah (holocausto) y las dos guerras mundiales con sus millones de muertes, en especial, la segunda con un saldo entre 55 a 72 millones, donde solo en la ex-URSS murieron entre civiles y soldados 25 millones de seres humanos. Es decir, parte de la falacia naturalista que sostiene que todo aquello que fue (sucedió) necesariamente: será (deberá pasar)[1].
Es interesante ver en esta constante ideológica el científico Quatermass investiga un hallazgo arqueológico en la construcción del subterráneas de Londres, que sin mencionarlo se parece a las naves espaciales que utilizaron en los estudios Hammer en las anteriores entregas y la serie que sobre el mismo personaje se iba filmando para ese entonces, la trama es fijar una situación presente que explica el pasado y dar razón del futuro apocalíptico que nos espera. Toda la arquitectura de la trama en cuestión se adentra en una significación metafísica y, a la vez seudocientífica de toda la cultura occidental, la personificación de las deidades monoteístas en figuras que aparecen como una langosta (una de las plagas de Egipto en la tradición de Moisés, la resurrección, la imagen diabólica y la idea de electricidad y el pararrayo como cable a tierra para otra oportunidad.
El filme es absolutamente cristiano y, además determinista.
Por su parte en la película del director Richard Fleischer: “Cuando el destino nos alcance” al igual que El Planeta de los Simios y El Hombre Omega, se trata de vaticinios sobre un futuro ya fijados en las palabras sagradas, a saber: sobre el fin de la humanidad como cabeza de la cadena biológica, una visión acerca de la superpoblación con su subsiguiente crisis terminal económica, la falta de alimentos en un ambiente afectado por el efecto invernadero.
El guion de Cuando el Destino nos Alcance trata de una ciudad superpoblada, Nueva York, donde se decide una edad de caducidad para sus habitantes: 65 años en lugar de la jubilación se practica eutanasia.
En cambio, en el planeta futurista de la extraordinaria novela de Pierre Boulle (1963): El Planeta de los Simios, la cuestión era opuesta, los simios colocados en la posición dominante, mientras que los humanos eran animales inferiores, considerados violentos y poco domesticables, utilizados para carga, investigación, y tareas agrícolas.
La sociedad simia, estaba gobernada por y en post de un consejo de ancianos, donde tanto la sabiduría como el poder pasaba por la experiencia.
Las comparaciones son obvias, en un caso, el ingreso a la tercera edad implicaba una sentencia de muerte, en el otro, la humanidad pierde su supremacía, por una especie animal superior que tiene su organización social en torno a la sabiduría del consejo de ancianos.
En ambas películas, la humanidad se caracteriza por su gen violento y suicida, en una es una sociedad juvenilizada que se sostiene con un ajuste que se centra en eliminar una clase completa connotada por su edad.
En suma, la lucha de clases está dada por la supremacía del vigor; en cambio, como una especie de opuesto contradictorio: una sociedad gerontocrática.
El estado de bienestar quebrado:
La idea utópica del “estado de bienestar” y sus estrategias para aumentarlo y mantenerlo, está en completa crisis con el “estado postmoderno” de los tiempos que corren. En todos los casos las prospectivas de vida próspera se resumen a un diminuto segmento de la población que puede salirse de la dependencia previsional, decadente y llena de seudoeficientismos y corrupción.
La idea de un “estado social” donde los individuos puedan gozar de un sistema de salud estable, la estabilidad laboral garantizada por cuanto menos la opción de mantenimiento de un empleo posible para cada individuo, un sistema de capitalización o de reparto, para que a través del ahorro conformado por los aportes de cada individuo desde su comienzo como parte de la producción y hasta su retiro, entendido como la posibilidad de que otro más joven su lugar siempre en un marco de estabilidad, pueda cobrar un salario proporcional durante el resto de su vida, fue uno de los pilares de la recuperación de los países que estuvieron en el centro bélico de la segunda guerra mundial.
La clave era recuperar la sociedad, dentro de un marco anticíclico, sin un estado fascista y lucha de clases, era establecer un sistema con libertades garantizadas y una previsibilidad, de modo tal que los individuos que interactúan en el mercado se concienticen de que otra guerra implicará la pérdida de ese seguro social.
El sistema era el crecimiento de la economía fabril, con una formación técnica rápida y efectiva de los individuos que dentro de las corporaciones se desarrollen y aporten a los sistemas de seguro.
Las democracias se iban desarrollando en Europa, con un sistema de bipartidismo basado en una economía social: Social Cristianismo (Italia), Social Democracia (Alemania), Socialismo (Francia, Países Bajos y Bálticos, Portugal y posteriormente España).
En Argentina, gobernada por dos partidos el Autonomista Nacional (PAN) y la UCR antipersonalista, ambos de neto corte ultraconservadores, fueron reemplazados por grupos de militares, evidenciando, salvo algunos interregnos un completo desprecio por los derechos sociales mínimos.
Ahora bien, desde 1945 hasta 1952, con un segundo mandato que perduró hasta 1955 imperó un sistema político diferente: ultraconservador, por un lado, pero socialcristiano por el otro, ya no era más negocio el beneficio de unos pocos y restricción de la economía en modo permanente.
En una primera etapa la apertura económica a favor del rango social de los menos favorecidos, la adopción de protocolos del partido Socialista en materia laboral colocó a la idea del estado de bienestar como principal ideario, tuvieron un impulso virtuoso, pero sopesando con otras medidas, como ser una obra pública improductiva, la discutida estatización de los ferrocarriles, la militarización de los sindicatos para sostenerse “sine die” en el poder, pusieron en jaque al Estado Social, en especial después de 1952.
A partir del segundo mandato peronista (1952) en adelante, Argentina entra en un proceso de involución social y política. Las cajas de sindicatos, obras sociales y de jubilaciones fueron saqueadas por la actividad estatal, por un lado, directamente por su intervención e indirectamente por un proceso inflacionario crónico.
El estado social de bienestar, en materia de salud, educación y pensiones garantizadas, quebró en modo definitivo por el pensamiento conservador y la corrupción crónica que su clase dirigente mantuvo y mantiene hasta la fecha.
La idea perenne de todos los gobiernos de efectuar complejos cálculos económicos y matemáticos sobre los fondos de pensión, la educación o la salud, pregonando un ajuste permanente es la única salida que se le ocurre a una dirigencia que carece de representación moral para con sus representados y, en eso, la Argentina se jacta, si hay algo instaurado es la permanente mentira y el incumplimiento de las mínimas obligaciones para con sus ciudadanos.
Educación y Salud:
El protocolo desde 1958 y hasta la fecha fue desarmar el sistema público de educación al traspasar desde la órbita nacional a las diferentes provincias, las más de las veces caracterizadas por la manipulación de la información y la precarización de los contenidos educativos.
En los últimos años y más especialmente desde la sanción de la Ley de Educación Superior, las universidades se convierten en grandes negocios, por un lado, las de gestión privada en cajas subsidiadas en modo directo e indirecto; por el otro las de gestión pública: aumentando la transferencia de alumnos masivamente a aquel sector y, sumado a un paradigma de autonomía que las exime de cualquier control tanto administrativo como académico convirtiéndose en ateneos, unidades básicas partidarias o, inmobiliarias que se basan en la plusvalía de sus docentes que se callan para que sean mantenidos en sus cargos.
La salud pública hizo lo propio, la Nación transfirió sus hospitales a las Provincias y Municipalidad de la Capital Federal, a cambio éstas: ora, la desfinanciaron; ora, la transfirieron a esquemas privados que más de las veces usan al hospital como proveedor de insumos y clientes seguros.
La medicina social en manos de sindicatos llevó al mismo esquema, algunos armaron empresas de medicina privada, otros pagan excesivas capitas por servicios que no existen o, bien, de existir son peores que la prestación pública. El estado mantiene una obra social para pensionados y jubilados, donde los únicos que ganan son sus directivos con sueldos de “CEOS” de empresas multinacionales y un esquema burocrático que es menos de razonable.
La suma de todos los miedos:
Las grandes epidemias históricas, que a veces por zona geográfica, como ser las pestes en Europa o las fiebres en las zonas del sud del planeta, fueron vistas como procesos metafísicos tales como los castigos relatados en el viejo testamento, o enemigos invencibles de tanto poder.
La más de las veces, la propia cultura identificaba a la enfermedad con males bíblicos ejemplares y los utilizaban para demostrar a través de un argumento particular la existencia de un universal: “….Ds nos castigó como un padre….”. esta falsabilidad argumentativa demuestra que el estado de infección generalizada es la evidencia que Ds. nos mira y castiga el pecado, o bien la peste es culpa de los judíos (peste negra europea), la transmiten los demonios a través de las ratas, culpa de los gitanos, culpa de los infieles por haber ocupado la ciudad sagrada de Jerusalén.
La actual enfermedad global, el “coronavirus”, tiene ciertas particularidades a las cuales me excede adentrarme, pero si hay una es de expectativa.
Es la más cabal demostración del quiebre del sistema de salud, si hay algo que impide saber acerca del poder letal de este imperfecto organismo, que es una especie de parásito que requiere de un cuerpo para poder desarrollarse, es que no tiene cura, por un lado y que su tratamiento supera la capacidad sanitaria, la cual estuvo sometida a las normas del mercado, es decir, en un país que fallecen gran cantidad de personas por la “influenza”, no hay capacidad de reacción ante otra enfermedad sustancialmente pulmonar.
Esta enfermedad, tiene algo que es molesto para la cultura del enemigo máximo metafísico, que no puede ser vista como un demonio, una poderosa etnia, un roedor universal, o individuos despreciables, tal y como se los mostraba antiguamente: es un problema de infraestructura.
El quiebre del “estado de bienestar” y del rol del estado, fue jaqueado por un simple organismo, tan equitativo que ataca en un pie de igualdad, no discrimina por raza, sexo, religión y tan eficiente que pulveriza la expectativa de vida en aumento.
Casi, como que su fin haya sido el vaticinio de la crisis terminal del capitalismo y de la disolución del estado como entelequia, pero, no fue la lucha de clases, no fue el monetarismo, fue simplemente algo banal.
Un resfriado, una fortuna moral: “nunca fumé, hice toda la vida deportes, mantuve mi cuerpo como un templo, no comí, dormí lo suficiente……pero……corrí la misma suerte que alguien que hizo todo lo contrario…”, esta queja bíblica del: “por qué a mi” destruye la expectativa.
El estado benefactor quebró y la prueba más cabal es esta pandemia, puesta como enemigo banal que solo nos demuestra que sea cual fuere se utilizó al presupuesto anticíclico más elaborado y reforzado
Conclusión la banalidad del mal:
La desmantelación del estado de bienestar es, en definitiva, la gran pandemia que nos ocupa: la reducción del estado de derechos a las necesidades económicas, con cálculos felicíficos falseados, incompletos, una ideología perenne que es el servicio de una clase dirigente que desconfía de ellos, engaña a sus ciudadanos y miente con sobreactuaciones.
El jaque mate final del capitalismo en todas sus formas en manos de un banal enemigo.
En argentina, una muestra gratis de las políticas ultra-capitalistas del FMI, Banco Mundial, CAF, etc., etc., etc., que prefieren lo bueno a lo correcto, es decir, subordinan una visión economicista torpe, donde el gasto en el estado de bienestar está supeditado a una planilla de cálculo: un ábaco tan inútil como los peores resultados que viene provocando desde la década del 90 en adelante.
Al igual que en la película: “cuando el destino nos alcance”, la razón del estado dirigencial es la eliminación de un rango etario completo, pero molesta que no sea un magnificente adversario, es quien lleva adelante el ajuste de la planilla de cálculo, la reducción de la expectativa de vida.
El descrédito del estado llega ahora desde otro lado, primero fueron los bancos, después la clase dirigente, ahora el estado de bienestar.
Ya nadie podrá decir que fue el estado solidario, el mismo que hasta hace unos días pretendía destruir el sistema jubilatorio que consideraba una pesada carga, cuando no se hacen cargo de quienes fueron los que lo llevaron a su actual estado, el que pregonaba un sistema de salud ejemplar con economía que no justificaba equipamiento y evitaba la investigación de avanzada, que dejó a la educación en manos de los caudillos del interior que a poco le interesa nada más que su propia permanencia en el cargo o de estructuras seudo democráticas que mantiene sine die a los mismos grupos de poder en la universidades y con fondos públicos expulsando alumnos al sistema privado y ejecutando una política de plusvalía.
El destino ya nos alcanzo y, no es como lo deseamos es simplemente el coronavirus.
[1]El continuo ser y deber, esta explicado por la denominada “falacia naturalista”, en tal sentido y a favor de esta posición conf. Richard Rorty (2000) Rorty, R., “EL PRAGMATISMO, UNA VERSIÓN”, Antiautoritarismo en epistemología y ética, Barcelona, Editorial Ariel; y, W. V. Quine (1990-2) LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD, Barcelona, Editorial Crítica.
Felicitaciones al autor por el artículo y al medio periodístico que permite la difusión del presente a la comunidad de lectores en internet. El artículo nos permite profundizar y reflexionar sobre cuestiones que hacen al conocimiento y a la realidad imperante de nuestros tiempos.
muy buen trabajo, la asociación es perfecta y un análisis que debería estar más en conocimiento de los medios de comunicación masivos para hacer pensar qué nos pasa y que nos pasará si no cambiamos el eje.
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