Cuando hablaba de Cárdenas, a don Gilberto Bosques se le llenaban los ojos de lágrimas: Pablo Echeverría Zuno.

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Parece mentira queridos lectores, que primero el gobierno austriaco tan cercano al nazismo en la II Guerra Mundial, le puso a una de sus hermosas calles: Paseo Gilberto Bosques en Viena el 4 de junio de 2003 “en tributo al diplomático mexicano salvador de judíos durante el Holocausto”, esto dicho por importantes funcionarios.

Y en Marsella, Francia, donde fue detenido Bosques por la Policía Secreta del Estado Alemán, el 16 de octubre de 2015 inauguraron la plaza Gilberto Bosques. En el solemne evento las autoridades francesas informaron que salvó a más de 30 mil refugiados, sin embargo aquí en la capital de su país, nomás no encuentro ninguna calle o plaza con su nombre. Verán cómo fue. Ojalá esté yo equivocada.

Salen en el navío Gripsholm hacia Nueva York donde también son recibidos por muchos de los migrantes que ayudó a escapar y de ahí todos se trasladan en tren a la ciudad de México donde el embajador fue recibido en la estación Buenavista a su llegada el 29 de marzo de 1944 por miles de migrantes, españoles en su mayoría pero también libaneses y judíos, entre ellos, la familia de Max Aub Mohrenwitz uno de los grandes narradores y autores teatrales del exilio y la familia de la querida actriz Susana Alexander, el gran cinefotógrafo autor de “Raíces” Walter Reuter, Friedrich Katz el gran historiador, hijo de Lieb Katz, valioso escritor judío y comunista, entre muchísimos más.


Continúo mi búsqueda de datos de quienes lo conocieron o lo entrevistaron en vivo y me encuentro en el sitio: Enlace Judío México con la excelente entrevista que el historiador y periodista español José Luis Morro le hizo a Bosques. Por su parte, el historiador, articulista y académico mexicano José María Muriá escribió: “Bosques desarrolló una de las más notables tareas de solidaridad humana de que tiene noticias la historia de las relaciones internacionales de todos los tiempos”.

Y qué creen, como mi columna la comparto a varias partes, de pronto recibo un mensaje de mi amigo Pablo Echeverría Zuno. Por lo valioso de su información, me hizo cambiar parte de mi artículo para incluirlo: “Lya, tuve el privilegio de conocer a don Gilberto Bosques, Eréndira, una de sus nietas, fue mi compañera en el Colegio Madrid y me invitó varias veces a casa de su abuelo, allí conocí a su esposa y a su hija Laura. Días y pláticas inolvidables allá por 1971.

“Cuando lo conocí él ya estaba retirado. Prácticamente no salía de su casa y le daba mucho gusto que su nieta lo visitara, aunque en ocasiones llevara amigos como yo. Se sentía feliz que hubiéramos estudiado en el Colegio Madrid. Imagínate lo que para él eso significaba –dice Pablo a quien esto escribe–.

“Aunque tenía una gran biblioteca en su casa incluso con archivos de su quehacer diplomático ordenados en cajas, ojalá estén preservados, cuando llegábamos nos pasaba a la sala de su casa y en ocasiones nos platicaba lo vivido en ese período con una gran lucidez en ese período. Pero cuando mencionaba al general Lázaro Cárdenas, se le llenaban los ojos de lágrimas, en ese entonces hacía poco (el 19 de octubre de 1970) que había fallecido el ex presidente de México.

“Nos platicaba con una discreta sonrisa los detalles de su cautiverio y de cómo acondicionaron dos edificios para albergar a los refugiados que ya tenían el salvoconducto para salir pero aún no contaban con la posibilidad de un regreso inmediato por lo que entre ellos se organizaron para tener un taller de carpintería y de siembra de hortalizas para su manutención y su esposa doña María Luisa Manjarrez que además de atender a sus tres hijos: Laura María entonces de 17, María Teresa 16 y Gilberto Froylán de 14, era la que los organizaba”.

Un diplomático mexicano para el que pudo más su deber humanitario al salvar a más de 30 mil personas del horror nazi, que el temor por la constante vigilancia que acabaría con su aprehensión por parte de la Gestapo en la Francia ocupada.

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