Cuantas veces he escuchado el siguiente comentario sobre los abuelos o padres fallecidos. Cuando el o ella querían contar, yo no tenía tiempo ni ganas de escuchar, ahora que quisiera saber, ya no tengo a quien preguntar dicho con un sentimiento de tristeza que nos lleva a lo irremediable.
La historia de nuestros padres y abuelos es parte de nuestra propia historia y si prestamos atención, vemos que ciertas actitudes que se repiten constantemente en las familias tienen su raíz en nuestros ancestros. Nuestra vida personal se forma de historias pasadas, realidades presentes y deseos para el futuro. Nos cuesta trabajo poner atención a estas historias porque son recuerdos llenos de nostalgia y ansiedad que no sabemos manejar.
Aquellos acontecimientos terribles o grandiosos en la vida de los bisabuelos han dejado marcas para las nuevas generaciones. Es integrar la vida privada de nuestra familia con la historia: Relacionar la experiencia de papá o mamá durante la primera guerra mundial le da un sentido más humano a los datos históricos leídos en un libro. El relato del tío Gregorio que estuvo durante la decena trágica en la ciudad de México, o el abuelo que estaba escuchando el radio cuando avisaron del asesinato del general Obregón son experiencias que hacen cotidiana la historia.
En el mundo moderno de las redes sociales, pretendemos ignorar las voces de nuestros padres y abuelos pensando que sus ideas son obsoletas sin embargo nos hablan de una experiencia especial que nos puede ayudar a comprender su forma de ser.
Con frecuencia escucho a los hijos quejarse de sus padres, y puedo asegurar que la gran mayoría de madres y padres, quieren a sus hijos, lo que sucede es que los hijos pretenden obtener aquello que esos padres y madres no les pueden dar y así tiran el agua sucia con todo y niño. No desglosan lo que si han tenido, los esfuerzos que sus progenitores han hecho para sobrevivir y el contexto social donde les ha tocado crecer. No los escuchan por pensar que están fuera de época, que son anticuados. ¿Cuantos de nosotros les han preguntado acerca de aquello que los hizo ser como son? ¿Quiénes son los hijos para juzgar a los padres?
Hay quien me ha dicho: mi madre o mi padre me acariciaba poco pero no se dan cuenta que ellos crecieron en un mundo donde no era “correcto acariciar mucho a los hijos para que no se echaran a perder”. Leonor me contaba que cuando su niña de 10 años se sentaba en sus rodillas, su madre le decía: ¡ojo! No la estás educando como debe de ser.
Luisa me cuenta: mi padre me llevaba a escuchar los conciertos que tocaban en Chapultepec, poder agradecer eso en vez de pensar ¿Por qué no me llevaba a alguna sala de conciertos? Tenemos una gran facilidad para ver el hueco que quedó vacío y no la gran mochila que nos llenaron y con la cual hemos podido hacer nuestra propia vida que seguramente tampoco está como para ponerla en un marco de honor.
En este mundo moderno, a muchos padres no les alcanza el tiempo para compartir con el niño y José, 8 años, nos cuenta que cuando siente miedo, la única persona que lo escucha es su abuela y tiene una gran ternura y capacidad para comprenderlo y darle el refugio que necesita.
Se dice que los pecados de los padres repercuten en los hijos hasta la tercera y cuarta generación yo agrego que también influyen todas aquellas buenas y valientes acciones que tuvieron que hacer para salir adelante. Hemos crecido en una época en que perdimos un poco el contacto con todo lo que hemos heredado por pertenecer a las generaciones en que nos pensábamos totalmente independientes y responsables de nuestro propio destino.
Así como hemos heredado la genética familiar también hemos heredado formas de conducta y pensamientos mucho más de lo que nosotros mismos queremos reconocer. Lo que se fue al subconsciente, lo que parecía olvidado resurge. Cuando nuestros ancestros salieron de sus pequeñas aldeas donde habían vivido durante generaciones pretendieron que habían dejado allí ciertas costumbres que no les gustaban y que ellos mismos consideraron anticuadas y sin embargo, en las historias familiares se repiten con otro reparto de personajes.
En cualquier momento y sin causa aparente, todo lo que se ve estable se puede desajustar, desviarse y empezar a cambiar. La nostalgia nos acompaña a lo largo de toda nuestra vida; hemos dejado y nos han dejado. Duele más el ser dejado que el dejar y nos damos cuenta cuando los jóvenes nos dejan y se van, ya que suben la cuesta cuando sus padres la van bajando. En la cadena de la vida, los padres también dejaron a los suyos para criar a los hijos. Los padres dan y los hijos reciben, hay un momento en que los hijos tienen que devolver a sus padres viejos lo que recibieron.
El recordar y escuchar a los mayores es una expresión fundamental de la pertenencia a una cultura y a una historia particular, nos habla de nuestra relación con las generaciones pasadas y nuestra herencia para las venideras; una sensación de calidez que nos alimenta a lo largo de la vida. ¡Escuchemos esas historias interesantes cuando todavía hay a quien escuchar!
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