De Colorado a Michoacán

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Ahora que Michoacán atraviesa por algo cercano a una guerra civil provocada por la disputa de poder en una región crucial para el narcotráfico mexicano, vale la pena echarle un vistazo a lo que sucede con la mariguana en Estados Unidos.

No deja de ser asombroso (quizá “absurdo” sea un mejor adjetivo) que México siga sufriendo las consecuencias de un conflicto armado cuando, del otro lado de la frontera, el consumo de mariguana ha entrado a una suerte de círculo virtuoso de aceptación. “Es la nueva versión de la ‘igualdad matrimonial’”, me dijo ayer Eric Pfeiffer, periodista de Yahoo especializado en el estudio de la regulación de la mariguana en Estados Unidos. Se refería, claro, a la manera como el matrimonio entre parejas homosexuales ha dejado de ser un tema tabú para volverse algo cada vez más normal. Así lo demuestran las encuestas. En 1996, apenas el 27% de los estadounidenses decían estar a favor del matrimonio gay (de acuerdo con Gallup). Hoy, en la misma encuesta, la cifra es más del doble. En veinte años, la opinión pública ha dado un vuelco cultural asombroso. Tan es así que ya son 17 los estados que reconocen los matrimonios entre personas del mismo sexo.

De acuerdo con Pfeiffer, la legalización de la mariguana para uso recreativo seguirá esta misma tendencia en los próximos años. En este momento, dos estados – Colorado y Washington – han decidido permitir la compraventa y consumo de mariguana recreativa, mientras que 20 estados regulan la comercialización de la cannabis con fines medicinales. ¿Y los sondeos de opinión? De acuerdo con la encuesta más reciente, el 49% de los estadounidenses respaldan la legalización de pequeñas cantidades de mariguana para uso personal. Es un salto inmenso desde los días en que la droga era vista como, literalmente, la puerta de entrada al círculo vicioso de la adicción. Parece un hecho: la mariguana en Estados Unidos ha entrado en lo que podríamos llamar una pendiente de aceptación. Quizá por razones culturales o demográficas, cada vez es mayor el número de gente que en Estados Unidos opta por la regulación antes que por continuar la terrible estrategia punitiva impuesta desde los años sesenta.


¿Y cómo sería una sociedad en la que la mariguana recreativa es legal? Pues completamente normal. O al menos básicamente igual a lo que era antes de la legalización. Ahí está el ejemplo – reciente, pero ejemplo al fin – de lo que ha pasado en Colorado. Hace unos días le pregunté a Art Way, director en Colorado de la Drug Policy Alliance, qué había pasado en Denver tras la entrada en vigor de la ley que permitía, en un acto que parecía casi increíble, acabar con la prohibición de la cannabis para poder venderla, como cualquier producto, en una tienda. Su respuesta fue muy clara: nada. “El cielo no se cayó”, me dijo Way. La gente compró de manera ordenada su mariguana. Eso sí: la demanda por momentos pareció exceder la oferta, pero las primeras semanas de mariguana legal transcurrieron en completa calma. Días más tarde, Art Way escribía en una editorial para CNN: “Colorado está guiando al país hacia una nueva manera de regular la mariguana, concentrando los recursos policiales lejos de los que son consumidores responsables”.

La regulación de la mariguana ha dado pie, además, a fenómenos incluso conmovedores. El miércoles entrevisté a Rachael Semelski, madre de Maggie, una niña de menos de dos años de edad que, desde sus primeras semanas de vida, ha sufrido de convulsiones violentas e impredecibles. La señora Semelski se acaba de mudar a Colorado para poder tratar con toda libertad a Maggie con una dosis controlada y minúscula de “Charlotte’s Web”, una cepa de mariguana diseñada especialmente para aliviar el dolor de niños que sufren de cáncer o de afecciones como la de Maggie. Para ellos, la mariguana legalizada de Colorado no es solo motivo de regocijo recreativo; es un asunto de vida o muerte. “Le han dado una oportunidad de vivir a muchos niños”, me dijo Rachael. Tiene razón.

Testimonios como el suyo y tantos otros que llegan de Colorado suenan – ¡qué cosas, carajo! – a verdadero primer mundo. El resto, la obstinación de negarse de manera absoluta a la regulación de la cannabis, suena ya a otros tiempos, a otra etapa civilizatoria. Un estado virtuoso para poner de ejemplo a otros estados, clara y dolorosamente fallidos.

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