A pocos días de las elecciones catalanas uno se pregunta quiénes son, en realidad, los mejores políticos, aquellos en quienes se puede confiar. Confuso el mapa ideológico, en un mundo que se rige por la economía y los tipos de interés, desprestigiadas casi todas las concepciones de la realidad, inmersos como estamos en un nihilismo que avanza viento en popa guiado por los ordenadores de última promoción, vuelven sin embargo a perfilarse los caracteres, los temperamentos, los tipos humanos, como vio con precisión Diógenes Laercio en sus vidas de los Césares romanos: es el hombre el que interesa al hombre, el hombre total, su biografía y conducta. Lo que, en otras palabras, significa que se vota-¡y en especial el sector femenino!-a las personas antes que a sus ideas. Para prueba basta un botón: desde que fulano de tal ha descendido del caballo intrépido de su partido, la intención de voto a su ideario ha bajado con él. No hay que olvidar que tener o no carisma depende de la gracia, járis. Y que es el carisma y no otra cosa lo que la masa, el pueblo, busca en sus admirados o admiradas líderes. Ni la competencia ni el talante administrativo ni la inteligencia siquiera, de otro modo la política estaría llena de profesores, médicos, científicos, proyectados allí por el clamor popular, y no repleta de actores y maestros de ceremonias como está.
Ahora bien ¿qué es la gracia, el ángel, el duende? ¿Se llega a ella por elección o por selección? Si hablamos de elección entonces privan la biología, la herencia, el don; pero si optamos por la selección entonces la cultura y la educación hacen mucho, y la gracia puede cultivarse, trabajarse. Los políticos andaluces la tienen casi todos, casi como rasgo folklórico; difícilmente en cambio hallaremos gracia en un vasco, y si acaso la tiene su carácter está tamizado por la clara austeridad de Castilla, como en Unamuno. Sin embargo, la gracia política no determina, por sí sola, efectividad en la acción, aunque ahonda la credibilidad y la confianza que cada votante necesita para conferir un sí a su eventual escogido. La experiencia señala que no todo lo que reluce es oro y también que políticos en apariencia grises determinan épocas brillantes, y al revés, que políticos exuberantes acarrean tiempos de disipación y declive económico. Con el tiempo, y mientras más teatral se vuelva el escenario político, comprenderemos que la eficacia no tiene ideologías así como tampoco la tiene la higiene. Esa es la influencia que la tecnología tiene cada día más sobre nuestra conducta social: damos el visto bueno a lo que funciona y nos irritan sobremanera el desperfecto y el derroche energético.
Es ciertamente una pena que, en proporción, haya menos mujeres que hombres en la política, pues tienen más talento para la intriga y mejor sentido de la economía doméstica que nosotros. Mejor nos iría con más presidentas y diputadas, quienes-por pertenecer al sexo débil- se esfuerzan por hacer buena letra, no le hacen ascos a las horas extras y tienen una memoria extraordinaria para las fechas y los números. Además de poseer, desde luego, más gracia que los hombres. Por otra parte, y la Antigüedad clásica lo sabía, las mujeres suelen tener mejor espíritu corporativo que los hombres, de allí las musas, las parcas, las ninfas de las aguas. Esa curiosa tendencia a la pluralidad- siendo, como son, portadoras de nuestra singularidad-, hace de las señoras individuos más prácticos y realistas. El genio de la inmanencia está de su parte.¿Acaso no se debió a Teresa el éxito de la reforma del Carmelo, a Teresa antes que a Juan de Yepes?
Escogeremos, en consecuencia, con nuestra razón tanto como con nuestros sentimientos. Eligiremos hasta que la selección natural determine, a la larga, qué es lo que la comunidad necesita en un momento dado. Elegir depende de nuestra voluntad, seleccionar de la espontaneidad del universo.