De lo que aconteció a Rabi Hillel camino a Tanger y la historia de la muerte de Hércules

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Disfruta la vida. Es más tarde de lo que crees.
Proverbio chino

Estamos hechos y moldeados por lo que amamos.
Goethe

A nuestra amiga francesa Rose-Marie Codina, a quien ahora y siempre deseamos, con el corazón y las manos calientes, la paz y la felicidad.


Rabí Hillel, el Bablí, de la tribu de Benjamín, que se había reconciliado con el Señor (¡Bendito Sea Él!),  soñó con la Tierra Extrema de Poniente – la lejana Sefarad- y como hubiera oído que allí se encontraba la Fuente de la Vida, (La Mekor Haim), deseó ardientemente hallarla.

Contó a su compañero el sabio Shamay, más estricto que él en la observancia de los mandamientos, cuál era el deseo de su corazón: contemplar de cerca la Fuente de la Eterna Vida, porque le habían dicho que ésta se encontraba en el Sur de Sefarad, donde en otro tiempo lejano había un jardín de hermosura y abundancia; allí, en las fértiles vegas de Lacimurga a orillas del Annah, el río inescrutable, donde el envejecido Hércules encontró la muerte al adentrarse en el encinar sagrado cuajado de bellotas de oro al ser devorado por trece mastines de aterradores colmillos, que custodiaban el bosque; y allí se cumpliría el deseo de su corazón: contemplar la Fuente de la Vida.

Con tal fin, formó un cortejo poderoso de sabios y gentes del Sanedrín, que él presidía, y desde la Yeshivá donde impartía su enseñanza, inició la arriesgada expedición montado sobre un toro  embridado por una serpiente.

Llegaron el rabino y sus discípulos al destino lejano. Ávidos de novedades emprendieron la exploración de la gruta al pie del gigantesco cerro Villavétula, según unos, de la vieja, y según otros de la virgen, que desafía los vientos del Poniente en el Occidente de la Tierra. Allí habían sido conducidos por los sabios del lugar al pie de aquella montaña altiva. Y entraron, luciendo en sus brazos las antorchas que pronto revelaron la abundancia del tesoro que de sus paredes arrancaba la luz de los hachones: las piedras preciosas, en cantidad nunca imaginada, brillaban deslumbrantes. Se detuvo la comitiva, atento aquel cortejo más a cargar sus bolsones que a dar con la salida de la cueva a través de vericuetos tortuosos. El afán de riqueza perdió  a los hombres del séquito hebreo; los cegó la luz de las piedras preciosas no dejándoles ver la claridad que acaso se adivinara a lo lejos, en el confín interior de la espelunca tenebrosa. Se tornó la oscuridad de la caverna en sombra de sus mentes, y no encontraron la salida. No así Hillel el Sabio, que seguía la luz interior de su noble deseo y la  tenue luz del exterior del laberinto, sólo visible a quienes la buscan y desean.

Hillel siguió adelante solo. Al salir se encontró en una verde pradera cuyo centro dominaba una fuente de aguas que vertían transparentes sobre la alberca, y que al caer parecían sonar como el rítmico recitar de los salmos. Vio el rabino junto a la boca de la fontana un cántaro de fina arcilla nunca vista lleno de agua. Se Sintió atraído hacia él; sintió un intenso deseo y sed inexplicable por llevarse aquel cántaro a los labios. Hillel lo tomó en sus manos e iba a beber: acaso fuera aquella la fuente de la vida que buscaba. Pero le interrumpió queda una voz:

– Si bebes verás pasar el tiempo por la puerta de tu casa, y con él a aquellos a quienes amas, a quienes habías ido queriendo, y verás cómo se alejan río debajo de la muerte mientras tú quedas anclado en este puerto de la vida irrenunciable, a tu pesar, a la fuerza. No podrás compartir el destino de los hombres. Tus padres, tus hijos, tus nietos, tus mujeres, tus hermanos, tus amigos, aquellos por quienes reíste y lloraste, todo se lo llevará el viento como se lleva la hojarasca. Yo lo sé , gran rey; he visto morir a tantos…! El recuerdo de ellos, de sus días felices y de los míos me pesa más que una cadena pesa sobre el cuerpo de los reos. Y no conozco ya a nadie, gran rey; ni me conocen. Soy una sombra con vida que no puede conmoverse y por la que no se conmueve nadie.¿Para qué quiero yo la eternidad, dime… qué bienes se me siguen de ella? El tiempo no es tiempo para mí, sino solamente años; como tampoco es distancia la que separa las orillas hacia ninguna parte. Ni siquiera D..S podría hacer cosa alguna por mí, pues no llegará nunca a ver Su rostro.

Comprendió Hillel la tragedia del anciano, y no bebió; comprendió aquel día la necesidad de la muerte. Apartó de sí el cántaro, que se hizo añicos al estrellarse contra una roca. Allí, el agua derramada formó una pequeña charca de la que brotó un olivo. Dio Hillel gracias a Adonai, que había puesto en su camino a aquel anciano. Quiso saber su nombre, pero ya se había marchado cansino, como caminan los hijos de la raza del Pacto del Sinaí: la mesnada escogida de los judíos. Le dijeron, cuando dejó Lacimurga y arribó a Tánger, que el anciano era acaso el Padre del Pueblo hebreo, el Patriarca Abraham, destinado a la eternidad, si no en su carne, sí en su pueblo, porque serían sus descendientes tantos como granos de arena contiene la orilla de los mares del mundo.

Más tarde supo Hillel que había hablado con una criatura puesta por  el Eterno al borde de su camino para hacerle comprender que la vida no está hecha para durar, si no para dar al hombre ocasión de que elevándose Le dé gloria.

Acerca de Antonio Escudero Ríos

Nació en 1944 en Quintana de la Serena, Badajoz. Hizo las carreras de Filosofía y Publicidad en Madrid en donde reside desde 1960. Es editor literario e investigador de Judaica. Ha realizado ediciones facsimilares de la Guía de los Perplejos, el Cuzarí y de la obra de Isaac Cardoso. Dirigió las Jornadas Extremeñas de Estudios Judaicos en Hervás, en 1995, con Haim Beinart. Fue Director de las Actas del mencionado Congreso, publicadas en 1996. Colaborador en las revistas judías Raíces, Los Muestros, Maguem y Foro de la vida judía en el mundo, entre otras publicaciones. Creador, junto a otros entusiastas, de la Orden Nueva de Toledo, Fraternidad dedicada a la defensa plural de Israel y el Líbano cristiano, así como combatir el antisemitismo. Ha plantado miles de árboles, y construido, con Don Jaime Botella Pradillo, un jardín dedicado a los Justos de las Naciones en Las Navas del Marqués, en tierras de Castilla.

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