De Mani a Rab Isaac Luria

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Mani fue un pensador religioso, fundador del credo que lleva su nombre. Vivió en Persia desde el año 216 a 277. Su religión es fruto de la combinación de elementos judaicos, heréticos gnósticos del Extremo Oriente, principalmente budistas, y de la metafísica dualista existente en las culturas egipcia (religión de los misterios) y griega (pitagóricos, Platón, neoplatónicos). Su gnosis está basada en el dualismo radical. Por un lado, la materia encarna al mal mientras que el espíritu contiene al bien. Su teosofía supone un inicio donde acontece una separación original. Luego ciertos elementos desprendidos se mezclan con la materia y su filosofía de la existencia supone la búsqueda por la reinstauración de la separación inicial. Los enviados por d-os fueron sistemáticamente vencidos a través de la historia por el mal (materia) y no han podido liberar las almas de los hombres encarceladas en el cuerpo. Los impuros por su lado, renacen constantemente. Esta corriente tuvo una gran difusión, desde el siglo III, en Asia y Africa del Norte. La represión que se abatió sobre estos en el Imperio Romano provocó su fragmentación en una multitud de pequeñas comunidades clandestinas. Luego de un eclipse de varios siglos, ciertas sectas: “maniqueos”- bogomilos, cátaros, reaparecieron en la Europa medieval.

El movimiento Cátaro rechaza la creencia en el infierno y la resurrección de la carne. Sostenía, al igual que el maniqueísmo, la existencia de dos principios radicalmente distintos e independientes: D-os, definido como ser supremo y raíz o principio del bien, y el mal que se representaba bajo figuras o encarnaciones diversas, especialmente la materia. El sistema se resume en la creencia de que d-os es omnipotente en el bien y en la eternidad pero existe en el mundo temporal un principio del mal que vicia todas las manifestaciones originariamente buenas. Por un lado d-os no tiene responsabilidad alguna, directa ni indirecta en el mal. Por el otro, las criaturas, obra de d-os, no tienen libertad propia auténtica. Esta herejía se expandió entre los siglos XI y XIII por Lombardía, Italia Central, Renania, Cataluña, Champagne, Borgoña y sobre todo el sur de Francia, con los “albigenses”. En principio, la lucha contra estos últimos apeló a la predicación y los procesos inquisitoriales, y luego se lanzó una cruzada convocada por Inocencio III en 1208, que degeneró en una verdadera guerra de conquista. En 1235 el Concilio de Carbona confió a la Inquisición la tarea de reducir a los sectarios obstinados. En 1245 fue tomado el último reducto de los rebeldes, la ciudadela de Monségur, y los albigenses que pudieron escapar se refugiaron en Cataluña, Italia y Bohemia. Las campañas contra estos causaron el hundimiento de la hasta entonces brillante sociedad del sur de Francia.

Tiempo después, durante el siglo XV, en medio del Renacimiento, los estudiosos cristianos se consagraron cada vez más al reexamen de los fundamentos documentales de su credo. En la década de 1450, Lorenzo di Valla, secretario del Papa Nicolás V, demostró que la Donación de Constantino y muchos otros textos esenciales eran falsificaciones. Los cambios políticos que sobrevivieron en esta época en el mundo del Mediterráneo, atrajeron la atención de los eruditos europeos sobre un elevado número de libros antiguos, sagrados y profanos, griegos, latinos y hebreos, que no habían sido examinados sistemáticamente durante siglos. Los estudiosos renacentistas italianos como Valla, Marsilio Ficino y Pico Della Mirandola, los trataron como claves del futuro. Al mismo tiempo, la gama entera de la erudición hebrea, preservada intacta en España durante siglos, se convirtió en un caudal accesible a Occidente gracias a Mirandola, que unió la teosofía cabalística judía con la cosmología neoplatónica. Su alumno, el hebraísta Johann Reuchlin, produjo la primera gramática hebreo cristiana en 1506 y trató de impedir que la Inquisición dominica destruyera sistemáticamente los libros judíos que comenzaron a aparecer. Ficino consideraba que Platón, cuyas obras fundamentales podían consultarse ahora en el original griego, pertenecía a una serie de intérpretes de la cuestión de la divinidad, una nómina que comenzaba con Zoroastro, se prolongaba con Hermes Trismegisto y Pitágoras. Los tres sugirieron que existía una religión natural detrás de las diferentes experiencias filosóficas y religiosas de cada uno de los credos.


El judaísmo no permaneció inmune ante tanto revaivalismo religioso. Como escribimos en “El Exilio de D-os”, esta teodicea impactó en la Cabalá de Rab. Isaac Luria, en el Safed del siglo XVI. Para él la luz espiritual de la Shejiná fue arrastrada hacia la oscuridad del mundo demoníaco. El resultado es la mezcla del bien y del mal, que debe ser disuelta por el elemento de luz a su posición anterior.

Adán era un ser espiritual cuyo lugar está en el mundo de la Asiyá. Cuando cayó en el pecado arrastró al mundo en su caída. Por ello el mundo se mezcló con las kelipot, que originalmente se encontraba debajo de éste. Así surgió el mundo material en el que vivimos. Y siempre que caemos en el pecado provocamos la repetición de este proceso de la confusión de lo sagrado con lo impuro. Chispas de la Shejiná se hallan dispersas en todos los mundos y no hay esfera de la existencia, ya sea de naturaleza orgánica o inorgánica, que no esté llena de chispas sagradas, mezcladas con las kelipot pero deben separarse de éstas y elevarse.

Publicado en Identidad Uruguay. Abril de 2014. B”H.

Acerca de David Malowany

Nací en Montevideo en 1967. Egresé de la Universidad de la República en 1992 con el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.Soy docente universitario en la cátedra de derecho comercial en la Universidad Católica y en la Universidad de la República, en las carreras de contador público y administración de empresas.Desde el 2008 soy columnista de Mensuario Identidad.

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