Los riesgos de la velocidad

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El juicio de la historia nos alcanza a todos. Aunque nuestras acciones tengan la poderosa influencia de las circunstancias, al final las decisiones nos marcan, nos retratan, nos definen, para siempre.

Es evidente que la velocidad a la que viaja este cambio de época es vertiginosa y, como todo lo que va con prisa, es posible que se empuje, se abolle, o se rompa cualquier objeto que se interponga en la trayectoria.

Contrario a lo que se piensa, lo que nos demuestra esta frenética carrera por desmontar el sistema político y económico que teníamos hasta hace algunos meses, y sustituirlo por uno nuevo bajo la visión de quien encabeza la transformación, es que el lapso será sólo de seis años.


Tal vez por ello, cada día nos despertamos con nuevas noticias acerca de viejos problemas: falta de transparencia, casos de corrupción institucionalizada, beneficios para un pequeño grupo de cuates, diversos conflictos de interés. A estos se suman los problemas, que de repetirse tanto se vuelven cotidianos, de empujar una forma diferente de operación gubernamental que dé resultados con el menor presupuesto posible.

No es sencillo, definitivamente. Aunque tampoco es nuevo. Cada vez que recibo comentarios sobre la montaña rusa en la que se están convirtiendo las noticias, las redes sociales, los mercados, y hasta las opiniones de las calificadoras, trato de hacer un ejercicio de revisión del pasado para entender los objetivos del gobierno actual.

Esto ayuda a ser objetivos frente a quienes odian o aman la Cuarta Transformación. Es difícil tratar de eliminar el ruido que generan las opiniones, ciertos editoriales, e incluso algunas críticas que usan fragmentos de lo que dijo el presidente a las siete de la mañana para argumentar su preferencia, mas que su posición.

Tampoco es que haya pasado tanto tiempo. Durante sus cinco años al frente de la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, el mandatario actual dejó claro que tenía un propósito e iba a ser complicado que alguien lo desviara del mismo.

Si su tono o su conducta hubieran sido difusas, como lo dictaba la política tradicional, entonces no creo que habría despertado la enorme oposición, legítima y fabricada, que le impidió llegar a la presidencia en 2006 y en 2012. Calificarlo de ser un peligro para la nación fue uno de muchos excesos que modificaron la vida pública de México para siempre.

Esa división, que podemos discutir por horas sobre su origen, hizo que nuestra confianza como país se quebrara completamente. Si en la lucha política se valía de todo, ¿qué nos corresponde a los millones de ciudadanos que no participamos en esa batalla?

Pasaron dos sexenios, uno que trató de legitimarse lanzando una guerra contra el crimen organizado (que es todo, desde el que roba espejos de automóvil hasta el cártel) y sólo pateó un avispero sin atender las causas de la delincuencia; y otro que hizo de las viejas formas de la política (corrupción incluida) su carta de presentación para intentar regresar a los tiempos de control total que alguna vez tuvo el gobierno mexicano.

En este proceso, el deterioro llegó a tal grado, que el ciudadano raso decidió brindarle su voto en cascada a la opción que, con base en lo ocurrido en la Ciudad de México, representaba la posible solución a los problemas que nos aquejaban antes y ahora.

No obstante, la pista de carreras es diferente en tamaño, longitud, curvas y hasta obstáculos. Nadie está esperando, creo, que no se den algunos golpes o rayones en la carrocería; sin embargo, es importante que podamos observar los cambios y las probables soluciones con claridad, además de que la actual administración pueda modular esa velocidad, para no perder el apoyo de la mayoría.

Acerca de Luis Wertman Zaslav

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