En un salón de mármol blanco, suspendido en una dimensión atemporal, un candelabro flotante ilumina una mesa redonda donde se reúnen mentes legendarias de la historia, la ficción, el arte, la política y la música. Convocados por una fuerza misteriosa, debaten un tema eterno: el amor, su esencia, su propósito, su verdad. Los presentes son Albert Einstein, Don Quijote, Sancho Panza, Charles Chaplin, Baruch Spinoza, El Principito, Maquiavelo, Sócrates, Arthur Schopenhauer, Jean-Paul Sartre, Karl Marx, un rabino, un cura, Immanuel Kant, Fito Páez, Leonardo da Vinci, Alejandro Dolina, Diógenes, Alejandro Magno, Salvador Dalí, Javier Milei, y Carlos Gardel. El aire crepita con la intensidad de sus voces, cada uno defendiendo su visión con pasión, ironía o fervor, mientras el debate se extiende como un río desbordado.Sócrates, con su túnica raída, abre el diálogo, su mirada astuta recorriendo la mesa:
—¿Qué es el amor, amigos? ¿Un deseo, una virtud, una quimera? Cada uno dé su verdad, y con mis preguntas, buscaremos la esencia. Pero no basta con palabras: cuenten una experiencia, un instante donde el amor los tocara. ¡Hablen!
Se cruza de brazos, sonriendo, listo para desarmar cualquier argumento.
Albert Einstein, jugueteando con un lápiz, habla con un brillo melancólico:
—El amor es una fuerza que dobla el espacio-tiempo. Amé a Mileva, mi primera esposa. Resolvíamos ecuaciones juntos, y en sus ojos veía el cosmos. Pero el amor, como la entropía, se desordena. Su ausencia dejó un agujero negro en mi pecho, y ninguna fórmula lo explica.
Su confesión es poética, pero limitada; el amor no es sólo un misterio cósmico.
Don Quijote, poniéndose de pie con su armadura chirriante, proclama:
—¡El amor es Dulcinea, mi estrella eterna! La vi una vez, una doncella de toda hermosura imposible, y por ella he desafiado gigantes y soportado mil tormentos. Es la locura noble que da sentido a un caballero!
Sancho Panza, rascándose la barba, lo interrumpe:
—Mi señor, el de La Triste Figura, mi señora Dulcinea era Aldonza, una moza de taberna. Yo amo a mi Teresa, que me da sopa caliente y me remienda los calzones. El amor es lo que te mantiene vivo, no lo que te hace soñar con gigantes. Es un pájaro en mano y no cientos volando.
Don Quijote arde de idealismo, Sancho de pragmatismo, pero ambos ven sólo fragmentos.
Charles Chaplin, con su bombín ladeado, ofrece una sonrisa triste:
—El amor es una pantomima silenciosa. En Luces de la ciudad, di mi corazón a una florista ciega. En la vida, amé a varias, pero siempre terminé solo, caminando bajo la lluvia. Es una comedia trágica, y el público aplaude mientras lloro. El amor es comprender el mundo lenguaje en la vida real, no detrás del telón.
Su poesía conmueve, pero es superficial; el amor no es sólo un guion cinematográfico.
Baruch Spinoza, sereno, ajusta sus lentes:
—El amor es la alegría de conocer al otro como parte del todo divino. Amé a una mujer una vez, pero más aún amé las ideas. En ambas, vi la unidad del cosmos. Es razón y afecto en armonía, un reflejo de lo que se cree como eternidad, que es inexistente como una cosmovisión temporal.
Su calma es admirable, pero su misticismo lo desvía de la precisión.
El Principito, balanceando sus piernas en una silla demasiado grande, habla con suavidad:
—El amor es domesticar. Mi rosa era vanidosa, pero la amé porque era mía. Cuando la dejé en mi planeta, entendí que amar es cuidar, incluso cuando estás lejos. Por eso dibujo un cordero encerrado en una caja cada noche, para protegerla.
Su inocencia es encantadora, pero no abarca la complejidad del amor.
Maquiavelo, con una sonrisa astuta, interviene:
—El amor es poder. Amé a una cortesana en Florencia, pero ella me engañó con un duque. Aprendí que el amor es un campo de batalla: ganas si controlas el corazón del otro. Amen con estrategia, o serán peones. Sin importar lo que deban hacer para mantener el control, mientras logren el fin deseado que, más que amar, es controlar el corazón de otra persona para que este esté a vuestra merced.
Su cinismo es agudo, pero reduce el amor a una partida de ajedrez.
Arthur Schopenhauer, gruñendo, golpea la mesa:
—¡El amor es una trampa de la voluntad! Amé a una cantante de ópera, y fue un tormento. Nos arrastra a reproducirnos, a perpetuar el sufrimiento. La única libertad es negarlo, como yo, viviendo solo con mis perros. El amor es lo que uno cree que existe hasta que ama y se da cuenta que nunca amó, sino que quiso amar. Es decir, quiso algo imposible.
Su amargura es visceral, pero ciega ante las posibilidades del amor.
Jean-Paul Sartre, exhalando un cigarrillo imaginario, suspira:
—El amor es libertad, pero una libertad aterradora. Amé a Simone, y cada día fue una elección, sin promesas ni cadenas. Es existir con el otro, sabiendo que nada garantiza su permanencia. Tal es así que por eso nunca me casé. El amor es hoy, no mañana, no dentro de cinco minutos. Es ahora. Después no existirá a menos que lo vuelvas a crear si ella quiere.
Su existencialismo es profundo, pero demasiado abstracto.
Karl Marx, mesándose la barba, alza un puño:
—El amor es una construcción social, corrompida por el capitalismo. Amé a Jenny en la pobreza y el exilio, pero el amor verdadero sólo será libre cuando las clases sociales desaparezcan. ¡Revolucionemos el amor! Los ideales del amor son lo que cada uno pretenda que sea y no una única respuesta construida en favor de la burguesía, siempre en perjuicio de la prole.
Su fervor es inspirador, pero su utopía ignora el amor en el presente.
El rabino, con su talit sobre los hombros, habla con serenidad:
—El amor es un pacto sagrado, como dice el Cantar de los Cantares: ‘Fuerte como la muerte es el amor’. Amé a mi esposa bajo la mirada de Dios, y en cada Shabat, nuestro amor era una oración. Sin fe, es sólo deseo.
Su visión es espiritual, pero anclada en la tradición, no en la razón. Se le preguntó a cada uno lo que piensa, no lo que dice su fé, sino él mismo.
El cura, con su alzacuellos impecable, asiente:
—El amor es caridad, un reflejo del amor de Cristo. Amé a mi grey como Él amó a la humanidad, sacrificándome. Sin fe, el amor humano es frágil, un castillo de naipes. Es entregarse como un martir por la causa amada.
Su devoción es conmovedora, pero depende de lo divino. Y de nada sirve amar si por amar hay que morir para no continuar amando, mientras ella se olvidará del mártir para ser amada por otro.
Immanuel Kant, con voz firme, sentencia:
—El amor es un deber moral. Nunca me casé, pero sé que amar es tratar al otro como un fin, no como un medio. La pasión es secundaria; la ética debe guiar el corazón.
Su lógica es sólida, pero fría, incapaz de captar la calidez del amor. Máxime, si quien lo dice afirma no haberlo experimentado.
Fito Páez, tamborileando como si tocara un piano, habla con fuego:
—El amor es una canción que te quema el alma. Amé a Cecilia, a Fabiana, y cada herida se volvió un verso. Mariposa Tecknicolor nació de un corazón roto en Rosario. Es un estallido que te salva y te destruye.
Su pasión es contagiosa, pero caótica, pura emoción sin estructura. Afirma que tiene que haber dolor, cosa que no alienta a amar.
Leonardo da Vinci, garabateando un corazón atravesado por flechas en su cuaderno, dice con calma:
—El amor es un diseño divino, como la proporción áurea. Amé a mis aprendices, a mis musas, a la belleza misma. Mi Mona Lisa sonríe porque sabe que el amor es un misterio que sólo el arte roza.
Su elegancia es fascinante, pero el amor trasciende el arte. Leonardo también ilustró rostros tristes, no sólo sonrientes. Sí nos basamos en sus obras, ya que nombró la risa de la mona lisa, él mismo se contradice.
Alejandro Dolina, sorbiendo un mate amargo, suspira:
—El amor es una milonga bajo un farol en Flores. Amé a una mujer que se fue con otro. Tal vez estaba con otro mientras la amé. En mis programas, hablo de amores imposibles, de tangos que duelen. Siempre termina mal, pero lo cantamos igual, porque sin amor no somos nada y con amor creemos ser algo que no somos.
Su melancolía es poética, pero atrapada en la tragedia.
Diógenes, sentado en el suelo con su túnica raída, ríe con desdén:
—¡El amor es una distracción! Vivo en un barril, sin ataduras, y soy más libre que todos. Amé una vez, pero tiré ese peso al río. ¡Dejen de perseguir sombras y busquen la verdad con mi linterna!
Su ascetismo es provocador, pero ignora la riqueza del amor. Cree que la libertad es sentir amor, pero no define al amor.
Alejandro Magno, con su armadura reluciente, habla con autoridad:
—El amor es conquista. Amé a Hefestión, mi compañero, y juntos soñamos con un mundo unido. Fue un fuego que impulsó mis victorias. Sin amor, no hay gloria, sólo cenizas.
Su ambición es imponente, pero confunde amor con poder. Más bien, utiliza al amor como medio para inspiración a fin de lograr algo más allá del amor, como los triunfos en lo que, según él, vale la pena, que es conquistar naciones aniquilando gente, entre ellos, personas que se aman. Es muy paradójico.
Salvador Dalí, con bigote erguido y ojos desorbitados, gesticula teatralmente:
—¡El amor es surrealismo! Amé a Gala, mi diosa, mi musa. Es un delirio, un lienzo donde el tiempo se derrite y los corazones se funden en lo absurdo. ¡El amor es Dalí, el éxtasis del genio!
Su excentricidad es magnética, pero su visión es puro espectáculo. Se ama a sí mismo por lo que se llega a creer que es cuando ama. Distorsiona su ‘Yo’ al creer que ama, convencido que ama a Gala.
Javier Milei, ajustándose la chaqueta, interviene con vehemencia:
—A ver, vamos por partes, o sea… El amor es libertad individual, o sea… Amé, sí, pero el verdadero amor es dejar al otro ser, sin coerción, sin la casta del Estado metiendo las narices en la propiedad privada ¿entendés? O sea, es un contrato voluntario entre almas libres, o sea, digamos… ¡Viva la libertad, carajo!
Su intensidad es disruptiva, pero su liberalismo simplifica el amor.
Carlos Gardel, con su sombrero ladeado y una sonrisa pícara, canta una línea de Volver antes de hablar:
—El amor es un tango, señores. Amé a Isabel, mi musa, y cada noche en el escenario le cantaba Mi noche triste. Es un abrazo en la penumbra, un dolor que se baila. El amor es Buenos Aires, es la vida misma.
Su voz resuena como un eco porteño, pero su romanticismo es nostálgico, no analítico.
Sócrates, con una chispa en los ojos, lanza una nueva pregunta:
—Hermosas palabras, pero digan: ¿es el amor un fin en sí mismo o un medio para algo más? Y más aún, ¿puede el amor existir sin sacrificio? ¡Hablen, y que la verdad se revele!
Spinoza responde primero:
—El amor es un fin, porque nos eleva a la verdad divina. No requiere sacrificio, sino entendimiento; el sacrificio surge de la ignorancia, no del amor.
Maquiavelo ríe:
—Un medio, Sócrates. El amor asegura poder, alianzas, control. Y siempre hay sacrificio: el de la libertad por la lealtad. Quien no lo vea, pierde.
Schopenhauer gruñe:
—Un medio para el sufrimiento. La voluntad lo usa para perpetuar la vida. Sacrificio es su esencia, porque amar es condenarse.
El Principito dice con suavidad:
—Un fin. Mi rosa era suficiente, aunque cuidar sus espinas fue mi sacrificio. Sin él, no habría amor.
Fito Páez, interrumpiendo, exclama:
—¡Es ambas cosas! Un fin cuando te quema, un medio para crear canciones. Y sí, hay sacrificio: cada verso mío lleva un pedazo de mi alma.
Leonardo da Vinci, asintiendo, añade:
—Un fin, porque el amor inspira belleza. Pero también un medio, pues lleva a la creación. El sacrificio es el tiempo que doy a mi arte por amor.
Dolina, con un suspiro, murmura:
—Un fin, porque amamos aunque nos destruya. Pero también un medio, porque da historias. El sacrificio es el corazón que se rompe en cada tango.
Marx golpea la mesa:
—Un medio. El amor debe servir a la revolución, a la liberación humana. Sacrificio es inevitable: Jenny y yo sufrimos por nuestra lucha. Como fin, es burgués.
El rabino replica:
—Un fin. El amor es sagrado, un mandato divino. El sacrificio es su prueba, como el compromiso de mi esposa y yo en cada Shabat.
El cura añade:
—Un fin, porque refleja el amor de Dios. El sacrificio es su núcleo, como Cristo en la cruz. Sin él, no hay amor verdadero.
Kant, ajustándose la peluca, sentencia:
—Un fin. La moral exige tratar al otro como un fin. Sacrificio es secundario; el deber ético no lo requiere, pero la pasión humana lo impone.
Sartre, con una mueca, dice:
—Ni fin ni medio. El amor es una elección libre, un acto de existir. Sacrificio es una trampa si no es elegido; Simone y yo lo evitamos con libertad.
Diógenes, riendo desde el suelo, interviene:
—¡Ni fin ni medio! El amor es una cadena. Sacrificio es para tontos que no saben vivir con un barril y una linterna. ¡Tírenlo todo!
Alejandro Magno replica:
—Un medio. El amor me dio a Hefestión, combustible para mis conquistas. Sacrificio fue dejarlo en la batalla para ganar imperios.
Dalí gesticula:
—¡Un fin! El amor es el cuadro, el éxtasis surrealista. Sacrificio es mi genio, que se quema por Gala. ¡Qué delicia!
Milei alza la voz:
—O sea, un medio, digamos… El amor sirve a la libertad individual. Sacrificio es coerción si no es voluntario, o sea… ¡El amor no debe esclavizar!
Carlos Gardel, cantando una línea de Por una cabeza, añade:
—Un fin. El amor es el tango mismo, un abrazo que no pide nada más. Pero el sacrificio está en cada nota, en cada noche que canté con el corazón roto.
Einstein, sonriendo, dice:
—No sé si es fin o medio, pero el amor altera el espacio-tiempo. Sacrificio fue perder a Mileva por mis teorías, y aún no sé si valió la pena.
Chaplin, con un gesto teatral, interviene:
—Es un fin, porque el amor es el gesto puro del vagabundo. Pero el sacrificio es inevitable: cada risa que di al público costó una lágrima.
Sócrates, no satisfecho, lanza otra pregunta:
—Bien, pero ¿puede el amor ser universal, o es siempre particular, ligado a una persona, un momento? ¡Hablen, y que sus corazones respondan!
El Principito dice:
—Es particular. Mi rosa es única, aunque haya mil rosas. Amarla es lo que me hace yo.
Spinoza replica:
—Es universal. Amamos al otro porque es parte del todo divino. Mi amor por una mujer era amor por el cosmos.
Sartre suspira:
—Particular. El amor es una elección singular, un compromiso con un otro concreto. Lo universal es una abstracción.
Dalí exclama:
—¡Universal! Mi amor por Gala es el amor por el universo surrealista. ¡Todo es Dalí!
Gardel, con una sonrisa, canta:
—Particular. Cada tango es para un amor, una noche, un adiós. Lo universal es el sentimiento, pero el amor es ese abrazo en el arrabal.
Dolina asiente:
—Particular. En Flores, amé a una mujer, no a la humanidad. Las milongas son historias de uno, no de todos.
Fito Páez añade:
—Particular, pero con ecos universales. Mis canciones son para mis musas, pero todos las cantan porque el amor duele igual.
Marx frunce el ceño:
—Universal. El amor debe ser solidaridad de clase, no un capricho individual. Lo particular es burgués.
Milei lo desafía:
—¡Particular! El amor es entre individuos libres, no una masa colectivista. Lo universal es una excusa para el control.
Diógenes ríe:
—Ni uno ni otro. El amor es una mentira que los ata a cosas. Yo amo mi libertad, y eso basta.
Alejandro Magno declara:
—Particular. Hefestión fue mi amor, no un ideal abstracto. Pero su amor me hizo soñar con un mundo unido.
El salón vibra con tensiones. Don Quijote murmura de Dulcinea, Sancho piensa en su puchero, Chaplin dibuja un corazón. El Principito acaricia su bufanda, Fito rasguea una cuerda imaginaria, Leonardo esboza la escena, Dolina sorbe su mate, Gardel tararea Cuesta abajo. Diógenes se burla desde el suelo, Alejandro Magno ajusta su espada, Dalí posa teatralmente, Milei gesticula. Schopenhauer frunce el ceño, Sartre enciende un cigarrillo, Marx garabatea, Kant toma notas, Spinoza medita, el rabino y el cura rezan en silencio. Sócrates, con una sonrisa, no declara un vencedor. El candelabro brilla intensamente, como si el amor, en su contradicción infinita, fuera el combustible de esta danza de ideas. El debate se extiende, un torbellino sin fin, mientras el salón resuena con la pregunta eterna.
Entonces aparece Rob Dagán y les dice a todos: “Sócrates preguntó por la naturaleza del amor, y ustedes respondieron lo que cada uno siente en el amor que ha experimentado y en los resultados que de él han obtenido. Ni siquiera se dieron la libertad de evaluarse si han estado en lo correcto o no. Y, casualmente, todos han fracasado y hablado de dolores y tristezas. ¿Acaso creen que eso es el amor?
El amor es saber recibir, más que saber dar. Dar es un acto muy hermoso y tierno que nace por voluntad propia y se da lo que cada uno quiere y tiene o ha conseguido. En cambio, recibir es un todo. Recibir no se limita a regalos, sino que abarca consejos, reproches, ejemplos sin palabras y enseñanzas en general. Saber recibir es consecuencia de la humildad, pues sin humildad es imposible recibir lo que sea. Entonces, el principio del amor, así como el principio de todas las cosas es la humildad. Y aquí, nadie supo recibir. Cada uno quería dar su opinión sin escuchar ni razonar la ajena. Nadie de ustedes sabe lo que es el amor y casualmente, todos han fracasado. El éxito no está en el tiempo, y menos en la eternidad, sino en llegar a la conclusión de saber qué es el amor y aprender a amar, no a ser amado. En saber que el amor es personal y no depende de alguien más. En comprender que para amar, como dijo El Principito, puede amarse a una flor que no ama. ¿Eso duele? ¡No! Porque el amor no se encuentra en el ser amado, sino en todo aquel que, con humildad, sabe recibir.
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