Hace una semana, en un solo día, ocurrió ese brutal ajusticiamiento ordenado por el Estado. La cifra superó por mucho lo registrado el año pasado, cuando los ejecutados constituyeron la mitad. Incluso, en 2020, la cantidad fue mucho menor, 27, y la explicación a ello radica en que al haber sido el Reino Saudita durante ese año presidente del G20, se vio en la necesidad de mejorar su imagen y aparentar avances democratizadores. En la mayoría de los casos, las mencionadas ejecuciones son precedidas de juicios amañados y al vapor, con uso de tortura para obtener confesiones. Los delitos o crímenes atribuidos versan casi siempre alrededor de participación en actividades terroristas y de desestabilización del reino. Mediante ese amplio concepto, las autoridades están en posibilidad de criminalizar las voces críticas de comunicadores, activistas sociales y políticos, y defensores de los derechos humanos.
Desde hace un buen tiempo, Arabia Saudita es gobernada por el todopoderoso príncipe heredero Mohamad Bin Salman, conocido como MBS, quien ha jugado el papel de joven dirigente político que impresiona a algunos por haber accedido a realizar ciertos cambios como conceder algunos derechos a las mujeres, por ejemplo, conducir automóviles o ingresar en áreas designadas específicamente para ellas en estadios deportivos. No hace mucho, la directora adjunta de Amnistía Internacional para Oriente Medio, Lynn Maalouf, expresó que “el breve respiro en términos de represión coincidente con la presidencia saudí de la Cumbre del G20, indica que las ilusiones de reforma no eran más que una campaña de relaciones públicas”.
¿Qué permite al reino saudita asesinar y violar con tal desparpajo y ferocidad derechos humanos de sus ciudadanos y permitir, además, el maltrato de la nutrida mano de obra extranjera que comúnmente labora en condiciones de cautiverio y esclavitud bajo la tiranía de la burguesía nacional? No cabe duda que la riqueza saudita fincada básicamente en el petróleo, ha constituido un buen neutralizador de las críticas de organismos defensores de derechos humanos, y una buena herramienta para asegurarse relaciones estables con Occidente, siempre preocupado en asegurar su abasto de energéticos. Cabe recordar cómo el primer viaje al exterior que hizo el expresidente Donald Trump, fue justamente a Riad, la capital Saudita, cuando incluso bailó al lado de sus anfitriones, una exótica danza con sables en mano.
El 2 de octubre de 2018 ocurrió lo que le quitaría a MBS parte de su glamour como joven príncipe modernizador. Se trató del terrorífico asesinato en el consulado saudita en Estambul de su compatriota, el periodista Jamal Khashoggi, quien poseía también ciudadanía estadunidense y se había distinguido por su postura crítica ante el régimen de su patria natal. Aunque las autoridades sauditas argumentaron que su muerte ocurrió a raíz de una pelea, fuentes turcas en posesión de grabaciones de audio demostraron que fue torturado y asesinado mediante degollamiento, y que luego su cuerpo fue descuartizado con una motosierra. De igual manera, la cadena televisiva Al Jazeera filtró la transcripción de lo que habrían sido las últimas palabras de Khashoggi en medio de su agonía por asfixia.
El crimen desató una oleada de condenas internacionales, incluyendo una petición de Alemania para que los países de la Unión Europea suspendieran la venta de armas a Arabia Saudita. Todo apuntaba a que la monarquía saudita sufriría consecuencias graves por el asesinato. Sin embargo, con la perspectiva que da el tiempo transcurrido desde entonces, es claro que MBS se salió con la suya a un muy bajo costo. En febrero de 2021 prometió adoptar nuevas reformas legales a fin de “apuntalar los principios de la justicia, imponer la transparencia y proteger los derechos humanos”. Como se aprecia con la ejecución de los 81, se trató de demagogia pura.
¿Es esperable alguna fuerte reacción internacional a las decapitaciones de hace una semana, más allá de las usuales condenas de las organizaciones de defensa de derechos humanos? Todo apunta a que no. La invasión de Rusia a Ucrania y las derivaciones negativas que ella ha tenido en cuanto al mercado internacional de energéticos, le entrega al Reino Saudita la impunidad suficiente como para no tener mucho de qué preocuparse. Su petróleo vuelve a ser un escudo formidable para evitar cualquier sanción que le cause algún daño.
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