En su hermoso libro sobre el color ( Historia de los colores, Paidós 1987 ) ,Manlio Brusatin, historiador italiano, comenta que nuestra vida urbana conoce más de cien grises diferentes, cuyos matices van del metálico brillante en el níquel y al opaco de los pavimentos pasando por las ropas de hombre, que, herederas de los hábitos protestantes del siglo XVIII, son un pálido reflejo del gusto severo por el negro penitente. Desde luego que a simple vista no podríamos contar más de doce o veinte tonos de gris, pero la abundancia de ese color es significativa de la pobreza espiritual de nuestra época. A pesar de que Portal, otro especialista en colores, diga del gris que en la tradición cristiana alude a “la resurrección de los muertos” y que los genetistas sostengan que ése es el primer color que ve el niño mientras su ojo se va abriendo al reino de los matices y contrastes, no deja de ser el tono de la melancolía, de la tristeza y del medio luto.
Del Fausto de Goethe que insinuaba aquello de ´´gris es toda teoría y verde y dorado el Arbol de la Vida”, a los siniestros personajes de Momo, la novela de Michael Ende en la que el tiempo, la burocracia, la seriedad, encarnan a unos fantasmas agresivos que vestidos de ese color persiguen y acechan a todo lo espontáneo y hermoso, el gris ha visto aumentar su campo de acción, ha invadido el mundo de los plásticos y el del aluminio monopolizado casi toda la ropa masculina y vestido la mayor parte del cableado de la electricidad doméstica. En la Biblia, y ante la proximidad del desastre de Sodoma, Abraham confiesa que sólo es´´polvo y ceniza´´, o sea nada frente a la potestad de lo eterno, pero eso no lo obligará-excepto en caso de luto y penitencia-a vestir saco. Con toda seguridad podemos decir que la Antigüedad vestía de un modo más polivalente que nosotros, que empleaba más colores y era más libre, y aunque los beduinos actuales-matriz racial del citado patriarca, tronco del que surgen tanto los actuales hebreos como los árabes-se vistan de negro o café oscuro, siempre llevan detalles de colores fuertes, rojos o azules, para no hablar de la ropa bordada de flores de sus mujeres.
Algunos pueblos y poblados de España se salvan de la monotonía del gris, pero parece como si en las grandes ciudades fuera inevitable y tanto las máquinas como los cables nos forzaran a imitarlos. Esa es la grandeza y tal vez también la miseria del hormigón armado y su interno esqueleto de hierro, que a la vez que sostener nuestros pisos y viviendas nos contagia su pobreza cromática. En el aeropuerto de Barcelona los arquitectos han ensayado un cemento blanco de sorprendente elegancia, tanta que no parece hormigón, lo cual indica que en el futuro podremos tener construcciones parecidas a las actuales pero más ricas y polivalentes en color. Nuestros modelos podrían ser Portugal o el sur de España, cuya disposición de flores y de arreglos urbanos determinan, hasta cierto punto, un carácter un poco más festivo y alegre que el de las gentes del norte. Los colores no son casuales ni arbitrarios, hablan, expresan modos de ser. Puede, entonces, que combinándolos o alegrándoles la cara a nuestros edificios mejoren en agradecimiento las nuestras.
“: Demasiados grises – http://t.co/uaywbRmhxw http://t.co/STSZJdfjev” // Nunca hay suficiente gris, el mejor color.