Derrida y el fantasma identitario

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Jacques Derrida nació en Argelia en 1930. Los judíos vivían en esa región del mundo desde el siglo XIV, dado que allí se radicaron, huyendo de las persecuciones españolas, pero es hasta muy tarde, que en virtud de un decreto de Crémieux del 24 de octubre de 1870, obtienen los derechos civiles para perderlos brevemente en la Segunda Guerra Mundial, bajo el régimen del Mariscal Pétain. En dichas circunstancias, el futuro filósofo fue expulsado de su escuela.

Entrado el siglo XX, los judíos argelinos habían sido absorbidos por las prácticas de la metrópoli francesa. En los años treinta, cuarenta, cincuenta, los comportamientos sociales, religiosos, los mismos rituales judeo-argelinos, se habían sincretizado con las ceremonias cristianas. Las sinagogas imitaban a las iglesias. Los rabinos llevaban sotana negra. La bar mitzvá se llamaba comunión y la circuncisión bautismo. Se hallaban tan insertos en la cultura colonizadora que solo hablaban el idioma francés, al punto que cuando estalló el movimiento independentista, en la década de los sesenta, fueron considerados colonizadores y obligados a dejar el país en el cual vivían desde hacía seis siglos, pero fue un poco antes, en 1949, cuando Derrida, con 19 años, arribaría a la metrópoli donde iniciaría su carrera filosófica.

En el libro, El monolingüismo del otro- 1996-, Derrida se preguntaba, ¿Qué es la identidad, ese concepto cuya transparente identidad consigo misma, siempre se presupone dogmáticamente, en tantos debates sobre monoculturalismo o el multiculturalismo, sobre la nacionalidad, la ciudadanía, la pertenencia en general?


Ser franco-maghrebí, serlo como yo, no es principalmente un añadido o una riqueza de identidades, atributos o nombres. Antes bien delataría, en principio, un trastorno de la identidad. Se tiene que reconocer en esta expresión, toda su gravedad, sin excluir su connotaciones psicopatológicas o sociopatológicas. Para presentarme como franco maghrebí, hice alusión a la ciudadanía. La ciudadanía, como es sabido, no define una participación cultural, lingüística o histórica en general. No engloba todas esas pertenencias. No es un predicado superficial o superestructural que flota en la superficie de la experiencia, sobre todo cuando esta ciudadanía es de uno a otro extremo precaria, reciente, amenazada, más artificial que nunca.

En una entrevista de 1986- No escribo sin luz artificial, Editorial Cuatro, 1999- comentó que era un judío de Argelia. Un judío, si se quiere, des-judaizado. Es muy difícil hablar así, improvisando, porque hay muchas cosas que decir en mi caso. Toda mi historia pasa por un período, alguien que ha nacido en Argelia, que vive en Francia desde hace varios años, que sólo tiene una lengua, el francés, pero que no se siente completamente en su elemento en Francia. Esto probablemente es lo que motiva mis reservas frente a la cultura francesa, a la que, sin embargo, pertenezco porque no tengo otra. Es pues, a la vez, una vinculación, una dependencia muy grande, casi neurótica, con la cultura y con la lengua francesa y, al mismo tiempo, dentro de esta dependencia, una especie de malestar, de no pertenencia. Tengo raíces fuera de la tierra, aunque, sin embargo, son raíces. Esta es mi relación con Argelia y mi diálogo con los árabes que, para mí, y a pesar de mi ignorancia de su lengua, son algo muy importante.

En 1997 comentaba, al finalizar una conferencia, que es muy difícil identificarse con uno mismo, identificarse con lo otro por lo tanto. En cierta manera soy muy francés, como ya he explicado en un pequeño libro. Fui educado en Argelia en un medio completamente francófono, un medio de judíos totalmente integrados, de modo que el francés es mi único idioma y me cuesta mucho salir de él. Un idioma al que amo y con el que me peleo. Pero, al mismo tiempo, naturalmente por mis orígenes y por el hecho de haber vivido en Argelia- un verdadero país y también una colonia que estaba considerada un departamento francés- sentía que no era un francés como los otros. Considerando además, que llegué a Francia con diecinueve años, tengo raíces profundas en Argelia. Todo eso me produjo muchos problemas de identidad y los he intentado explicar en múltiples ocasiones…Me sentía solidario por los argelinos que luchaban por su independencia, pero a la vez pertenecía sociológicamente a los franceses de Argelia. En conjunto todo era una situación dolorosa, difícil de vivir. He atravesado dos guerras. Cuando era niño, entre los 10 y los 14 años, estalló la Segunda Guerra Mundial, durante la cual existió en Argelia persecuciones a los judíos, y fui expulsado de la escuela por serlo.

No es seguro que queramos ser libres. Usted– le dice al periodista- ha vinculado la libertad a la esperanza, como si lo que deseáramos por encima de todo fuera ser libres. No es nada seguro. Yo, por ejemplo, no estoy seguro de querer ser libre, es decir, desapegado. También tengo ganas de estar ligado, de ser requerido, y no sólo libre. Evidentemente, el vínculo, el verdadero vínculo, se toma libremente.

En 1999, Safaa Fathy estrenó la película “D’ailleurs, Derrida” –“Por otra parte, Derrida”- En ella el pensador manifestó que escribía para buscar una identidad y se sentía interesado por lo que la volvía imposible, la pérdida de la misma. El fantasma identitario, surge de la inexistencia del yo. Si el yo existiese, no lo buscaríamos.

En una entrevista radial de 1991, confesó que hacía mucho que el enigma de la circuncisión le atormentaba, como un acontecimiento inicial que marca la entrada en una comunidad, que marca la alianza, el nombre recibido, la pertenencia, pero también como un suceso que la memoria precisamente no puede guardar de forma convencional, un suceso real, fantasmático, reconstruído. Y es otra vez en el film antes aludido, que redondea el concepto expresando que la circunsición es una inscripción que deja una marca en el cuerpo, que trabaja en el inconsciente, huella que va más allá de la presencia y la conciencia y de alguna manera nos remite a algo. La escritura como escritura del cuerpo. Un acontecimiento donde el sujeto recibe la Ley, antes de hablar, de elegir su pertenencia, es marcado por la comunidad, y sean cuales sean, los movimientos de denegación, emancipación, liberación, que pueda realizar eventualmente, en relación con la comunidad, esa marca permanece.

Acerca de David Malowany

Nací en Montevideo en 1967. Egresé de la Universidad de la República en 1992 con el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.Soy docente universitario en la cátedra de derecho comercial en la Universidad Católica y en la Universidad de la República, en las carreras de contador público y administración de empresas.Desde el 2008 soy columnista de Mensuario Identidad.

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