Después de la matanza

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En el horrífico asunto de Casino Royal de Monterrey, N.L., opiniones van y vienen. La indignación, las invectivas, el arrojo de culpas, las referencias de corrupción a todos los niveles, la “explicación” de los antecedentes, los ataques a las autoridades -visibles u ocultas -, etc.

Que si los concesionarios de los casinos son herederos o cómplices de políticos encumbrados; que si se negaron a pagar “derecho de piso”; que si las medidas elementales de seguridad e higiene del lugar fueron sistemáticamente violadas o no cumplidas. En fin, todos como si fueran argumentos en una charla de café, pero hay algo que casi nadie ha mencionado: la barbarie.


Veo aterrorizado que si matar es de suyo la violencia suprema, en este asunto del casino, como en los múltiples asesinatos colectivos que se han sucedido en mi México uno tras otro como una procesión delirante y fantasmal, hay algo que rebasa el entendimiento aún más: El absoluto desprecio por la vida humana.

En mi desesperación me pregunto si esos asesinos – todos – nacieron de vientre materno, si acaso existen métodos o tecnologías para eliminar del individuo su última conciencia o si su accionar es resultado de una especie de robotización individual o colectiva.

A lo largo de mi vida, desafortunadamente he sido testigo cercano y lejano de muertes violentas, historias de masacres y actos horrendos.

Por desgracia, el Pueblo de Israel ha sido víctima constante por más de dos mil años. Aún siendo hoy día el Estado judío fuerte para favorecer su defensa, incluso por encima de su bienestar económico, ha sufrido la muerte de sus ciudadanos inermes e inocentes.

Las razones que aducen sus enemigos podrían explicarse, aunque de ninguna manera ser aceptadas ni mucho menos justificadas.

Inevitablemente, como una herencia sempiterna, vivo con el Holocausto rodeando mi vida y mi pensamiento. Nuestra enorme, increíble, inigualable Tragedia, a diferencia de cualquier otro acontecimiento de sangre, no tiene explicación, aceptación ni justificación. Nunca en la historia existió nada tan horrífico, tan desgarrador e injusto. La Bestia, que lo era y así la llamamos, no tenía límites.

Hace unos días escribí un artículo refiriéndome a Somalia y la masacre de sus pobres civiles. Juro que lo hice llorando de dolor por ellos.

La Historia, como maldición, está plagada de tragedias sufridas por seres humanos inocentes. Mao Tsetung con su “revolución cultural”, José Stalin y

sus cómplices de la “revolución proletaria” y otros lamentables asesinos colectivos, causantes de la muerte de millones por esas tragedias, quedan ahí como referentes.

Veo un mundo, una sociedad insensata e insensible. Tantos crímenes, tantas muertes, ya sean cercanas o lejanas, que son ya parte de la rutina diaria.

Los medios de comunicación son cómplices absolutos de esa indiferencia. Magnifican lo conveniente, minimizan lo “lejano”, explotan la sensiblería, publican lo escandaloso, se llenan de sesudos editoriales y a poco, desvían la atención popular hacia lo frívolo, a la búsqueda y acusación de aparentes culpables que días después desaparecen de la vista del público.

¿Qué le deja al escribidor? Sólo la amargura y la pena en la conciencia. La pena por el sufrimiento ajeno, por la pérdida de seres humanos que pudieron haber logrado algo más en su vida, y en muchos casos, como en el Holocausto, la absoluta convicción de que los sacrificados pudieron haber contribuido al beneficio de la Humanidad como los sobrevivientes lo hicieron.

En la frustración, en la desesperanza, queda la pregunta, la duda: la vida humana ¿no tiene valor? El máximo don de D-os ¿no debe reconocerse?; al asesino: ¿no habrá escrúpulo alguno que lo detenga?

Sí, ya sé que la ley está para castigar a quienes la infringen. También sé que existen los Mandamientos pero ¿están escritos ambos para ser violados?

Pareciera ser que la ley de la utilidad monetaria se impone a la Creación, sí. Pero se siente el despojo de sentimientos, la inutilidad de la mente, la bestialidad de los sentidos. “El hombre como lobo del Hombre”, dijo su autor.

Me rebelo a aceptarlo. Sabemos de nuestras deficiencias, nuestra incuria, de las máculas de nuestra condición como seres humanos; pero si conocemos el amor, si hay algo bueno y noble, por recóndito que sea, que quede en nuestros sentimientos, es nuestro deber utilizarlo como principal argumento, como nuestra mejor y primera defensa. Acusar, culpar y juzgar es básicamente importante, legal, justo, pero más lo es sentir el agravio, la obliteración de la vida.

Podemos burlarnos de la Muerte como lo hizo Posadas, el insigne grabador mexicano, o podemos retarla al estilo del folclórico compositor Jiménez.

Pero ¿permanecer insensibles por una pérdida humana en un acto de indescriptible indiferencia?Podrán llenarse planas,pantallas, editoriales, etc., relatando, describiendo, denunciando hechos delictivos, pero ¿no será más importante enfatizar la estimación por la vida?

Acerca de Salomón Lewy

Nacido el 30 de Enero 30, 1939, se considera oriundo de Orizaba, Veracruz, donde residía su familia y fue llevado a los tres días de nacido.Su Creación Literaria abarca grandes reconocimientos como: Primer Lugar en los Certámenes XVIII y XIX del C.D.I., Mención Honorífica en el Certamen XX del CDI.Dentro de sus publicaciones podemos encontrar: MI AMIGO ISAAC, EL CORAZÓN NO ES UN PASAJERO (Editorial Libros para Todos, EDAMEX).Idiomas:Español, Inglés, Alemán, Hebreo, Yiddish.Especialidades:Temas Judaicos, Israel, Política Mexicana, Relaciones Internacionales, Costumbrista Mexicano.

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