Continúan los enfrentamientos entre el nuevo gobierno egipcio y las corrientes simpatizantes de los Hermanos Musulmanes que reclaman la restitución de Mohamed Mursi a la Presidencia. La última información sobre el tema habla de decenas de muertos y del arresto formal de Mursi por un lapso de 15 días, mientras los tribunales investigan diversas acusaciones presentadas en su contra. El ejército se mantiene firme en su respaldo a la nueva estructura gubernamental erigida tras las manifestaciones multitudinarias que dieron pie al derrocamiento del anterior gobierno justo al cumplirse un año de su gestión.
Más allá de la polémica acerca de si lo ocurrido en Egipto fue o no un golpe de Estado —lo cual por supuesto tiene implicaciones en cuanto a la legitimidad del nuevo liderazgo— es interesante constatar cómo de la misma manera en que la población egipcia se encuentra fracturada en dos grandes bandos contrapuestos, dentro del mundo árabe y musulmán se han polarizado también los posturas al respecto. Mientras que las monarquías de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Kuwait, temerosas de la influencia subversiva de los Hermanos Musulmanes, defienden firmemente las acciones del ejército egipcio y la instalación del nuevo gobierno, apoyando a éste concretamente con el envío de 12 mil millones de dólares para reforzarlo, otros actores regionales siguen manifestando su solidaridad con el depuesto Mursi, condenando por ende, como golpe de Estado inaceptable, su derrocamiento.
Entre estos últimos se encuentran los gobiernos de Qatar, Turquía, Túnez e Irán, lo mismo que el movimiento Hamas y el Hezbolá libanés, todos ellos cercanos a los Hermanos Musulmanes ya sea ideológica o programáticamente, o a partir de poseer intereses geoestratégicos compartidos. Veamos cada uno de estos casos: el rico y pujante Qatar ya lleva tiempo apostando por el Hamas y los Hermanos Musulmanes en su intento por enarbolar una política independiente de la del resto de los países vecinos del Golfo; el gobierno turco de Erdogan, por su parte, al mismo tiempo que tiene coincidencias notables con el modelo de islamismo practicado por los Hermanos Musulmanes, ve con preocupación que el ejemplo de lo ocurrido en Egipto pueda inspirar y dotar de nuevos ímpetus a las masas turcas descontentas del Parque Gezi y a la propia estructura militar nacional, impregnada del secularismo heredado de Ataturk y cuyo malestar ante la forma de gobierno de Erdogan ha sido evidente. En cuanto a Túnez, su liderazgo encabezado por el partido Enhada, de matriz islamista como la de los Hermanos Musulmanes, se pronuncia convencida y firmemente en favor de Mursi, ya que necesita poner sus barbas a remojar ante las recientes movilizaciones populares que intentan emular las protestas egipcias que condujeron al cambio de régimen.
También Irán, el Hamas y el Hezbolá pueden agruparse en un bloque que simpatiza mucho más con la figura de Mursi y su desaparecido gobierno, que con el actual, encabezado por Manzour, Beblaui y el general Al Sisi. De hecho el nuevo gobierno del País del Nilo tiene el perfil de ser más parecido al de Mubárak en cuanto a su orientación de cara a estos tres actores con los cuales las relaciones siempre estuvieron marcadas por una hostilidad apenas disimulada, confrontaciones esporádicas y una irremontable desconfianza. En ese sentido la caída de los Hermanos Musulmanes en desgracia ha sido una mala noticia para ellos en tanto los operativos tácticos del eje Teherán-Hezbolá-Hamas, yade por sí afectado por los graves acontecimientos de Siria, vislumbran crecientes dificultades a futuro si el actual gobierno en El Cairo logra mantenerse vigente y estabilizarse.
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