Cada día al despertar, nos esmeramos por cumplir una a una las tareas que debemos realizar, ya sea salir a trabajar, estudiar, cuidar de la familia o llámese cualquier actividad que implique de nuestro esfuerzo mental o físico. Y donde el movimiento es imprescindible como ese quehacer constante de un motor que nunca se apaga y nos mantiene en marcha cada mañana pero se nos olvida que cualquier acto de esfuerzo intelectual o corporal, implica también, una buena dosis de descanso que en realidad muchas veces se queda relegado para un después…
Siendo el estrés uno de nuestros principales enemigos, el cual no nos deja relajarnos ni disfrutar de los acontecimientos diarios, ya que lo que vemos o percibimos día con día, puede ser un regalo para nuestros sentidos si sabemos apreciarlo y por tanto si nos tomamos unos minutos para detenernos y buscar la calma en nuestro interior, permitiéndonos entrar en armonía con nuestros propios cuerpos en el transcurrir de una vida que pareciera haber sido vivida muchas veces.
Por ello, los niños son nuestros mejores maestros siendo un un recordatorio constante de que luego de todo el corre, corre, diario y la agitación en la que se ven inmersos, siempre hay un momento para descansar, para relajarnos y disfrutar de no hacer nada…
Como nos dice esta famosa frase: Dolce Far Niente, “La dulzura de no hacer nada;” la cual debemos aplicar sin sentirnos culpables, ya que en realidad jugar a no hacer nada es todo un Arte y así lo expresó el filósofo griego Aristóteles al manifestar que la felicidad reside en el ocio del espíritu, o como me lo enseñaron Raquel y Jacobo esta mañana al exclamar: mirá Ima, ¿porqué no jugamos a no hacer nada? pero te quedás quieta, quietita y en realidad no te movés, porque si te movés pierdes…
(Para el Diario Judío.com de México)
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