Don Gilberto Bosques. Diplomacia digna y humanitaria

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Las generaciones actuales y las venideras, debemos tomar lecciones de vidas ejemplares, como la del Cónsul Gilberto Bosques.

La humanidad arribó al siglo XXI, cargando con una herencia trágica de conflictos bélicos, que tuvieron lugar en el siglo anterior; así como con la carga de conciencia en el sentido de que los avances tecnológicos y un mayor conocimiento del mundo, no fueron suficientes para desterrar los odios raciales, políticos, ideológicos, intereses económicos y pretensiones hegemónicas, que condujeron a las devastadoras guerras mundiales y a otros conflictos bilaterales y regionales, durante la centuria a que hemos hecho referencia.


Por otra parte, la vida actual con la vorágine tecnológica, nos empuja a estar en constante actualización de los conocimientos y en la búsqueda de mayor capacitación y adiestramiento, para lograr nuevos métodos y sistemas de trabajo, que redunden en mayor productividad y eficiencia.

Por lo que respecta a la profesión del diplomático, en algunos países en ciertas etapas de la administración de los recursos humanos del Servicio Exterior, se ha dado preponderancia a la preparación escolar, a los grados obtenidos y a los diplomas mostrados; los cuales tienen un innegable valor académico.

Asimismo, podemos observar que, en términos generales, los programas de estudio de las instituciones superiores, están diseñados para dotar al individuo, de mayores capacidades y de una instrucción de alto nivel; lo cual contribuye al desarrollo de las cualidades requeridas, para aspirar a ser un buen agente diplomático o consular.

Ahora bien, el hecho de contar con los conocimientos, con las herramientas necesarias para llevar a cabo determinada función, no es una garantía “per sé” para la obtención de resultados de excelencia. Sobre todo, en una profesión humanista y de servicio público.

Por ello, uno de los propósitos del presente análisis, es el de presentar el desempeño ejemplar de un funcionario del Servicio Exterior Mexicano, a la vez que poniendo de relieve, algunas de sus múltiples virtudes[1]; las cuales dicho sea de paso, permiten en un momento determinado, adoptar las decisiones adecuadas, para el debido cumplimiento de la misión que se le encomiende.

Ahora bien, no es el propósito del presente trabajo llevar a cabo una confrontación semántica, ni filosófica, entre los conceptos antes mencionados, como: “instrucción y educación”, o entre “capacidades y virtudes”; así como tampoco si el agente diplomático o consular actual, debe de dominar más el “arte de la negociación”, o la “ciencia de las relaciones entre los Estados”.

En ese sentido, debemos de reiterar que la vida moderna y los avances científicos y tecnológicos, exigen o reclaman de una constante preparación y capacitación en todas las áreas del conocimiento; sin olvidar o dejar de lado aspectos tan esenciales como conducirse con la verdad, con lealtad,

con honradez, rectitud, probidad e integridad. Y otras virtudes más, como prudencia, paciencia, modestia y dignidad; las que complementarían la personalidad del funcionario que quisiéramos ver al frente de las responsabilidades representativas de cada país.

Un ejemplo claro de lo anterior, lo constituye la manera de conducirse del Cónsul Gilberto Bosques, en tiempos en que la autoridad constituida es depuesta, como ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se produce la invasión alemana sobre territorio francés y se instala un nuevo gobierno en Vichy, a cuyo frente se nombra al Mariscal Petain:

-“El derecho internacional clásico no funcionaba, ni siquiera el derecho diplomático, para las gestiones normales. Todo estaba alterado. Entonces, había que recurrir a principios aceptados de manera universal. Quizás actitudes de excepción, pero que habían sido admitidas históricamente en esa nación, para crear por ejemplo, en la práctica, un estatuto de asilo en los dos albergues.

Ante tales circunstancias, una posición firme por parte de Francia había que emplear ciertos recursos persuasivos con sus funcionarios e ir por partes, hasta obtener el resultado esperado. Con estas negociaciones se lograron acuerdos importantes.”[2]

Algunos de nuestros lectores, podrían preguntarse si es posible encontrar a un individuo que reúna todas las cualidades, capacidades y virtudes antes mencionadas, o si solamente, se trata de un ideal por alcanzar.

SEMBLANZA.- Don Gilberto Bosques antes de su incursión en la rama consular[3] y diplomática, pasó por muchas otras actividades. A principios del Siglo XX (1909) -etapa inicial de la Revolución Mexicana-, cuando apenas llegaba a la edad de 17 años, luchó al lado de hombres valientes. Para ello, tuvo que interrumpir sus estudios para maestro de educación primaria, que por entonces cursaba en el Instituto Normalista de Puebla y como lo diría él mismo:

“Mi participación comenzó con los actos de conspiración de Aquiles Serdán y con la gente que tomó parte activa en el movimiento antirreeleccionista que encabezó Francisco I. Madero. Serví en los periodos de 1910 y 1913” [4].

Posteriormente, militó en el Ejército Constitucionalista y participó en la defensa del Puerto de Veracruz, contra la invasión del ejército de los Estados Unidos.

A la edad de 25 años, fue electo Diputado Constituyente por el Estado de Puebla, con la misión de colaborar en la redacción de una Carta Constitucional para dicha entidad. Al concluir sus estudios magisteriales, en 1916 participó en el Congreso Pedagógico Nacional, celebrado en el Estado de Tlaxcala, durante el cual se planteó una reforma educativa.

Al finalizar la lucha revolucionaria, alternó las actividades políticas con la enseñanza y con el periodismo. En ese ámbito, fue electo como Diputado Federal y posteriormente editorialista del periódico “El Nacional”, en cuyas funciones escribía sobre temas educativos, financieros y relaciones internacionales; en dicho diario, alcanzaría el puesto de Director. También elaboraba editoriales para la radio, por encargo de la Secretaría de Industria y Comercio.

Al respecto, don Gilberto escribió:

“Hacía un editorial diario sobre asuntos económicos para la Secretaría. Me pasaban copia de los informes que mandaban regularmente los cónsules a la Secretaría de Relaciones Exteriores… Entonces, considero que mi ingreso al Servicio Exterior no fue una improvisación, porque yo estaba informado de tratados, derecho internacional público y privado y derecho diplomático”[5].

Antes de adentrarnos en la época de la militancia del señor Bosques en el Servicio Exterior Mexicano, cabe destacar la importante participación que tuvo en la etapa denominada “Institucionalización de la Revolución” y en la consolidación de los planes educativos, que deberían de considerar el paso del México rural, al urbano-industrial; así como también recoger los anhelos de todos aquellos que lucharon para construir un nuevo país.

Situados en los inicios de la década de los años 30, del siglo XX, es dable anotar que, la sociedad mexicana discutía sobre la dirección que debería tomar la educación, sobre todo, en su etapa básica. Algunos sectores exigían que fuera el Estado el único encargado de diseñar y aplicar los programas de educación primaria; otros consideraban que debería de haber libertad para que también participaran la iglesia católica y los particulares.

El problema del laicismo en la educación y las disposiciones gubernamentales en el sentido de reservarse para sí la responsabilidad y la potestad de la enseñanza primaria, secundaria y magisterial, mostraba secuelas del penoso enfrentamiento que tuvo lugar entre 1926 y 1929, durante la llamada “Rebelión Cristera”.

No obstante dicha situación, estando al frente de la Secretaría de Educación dos hombres prominentes de México: Narciso Bassols, como Secretario y, Jesús Silva Herzog, como Subsecretario, se propuso un proyecto de reforma al Artículo Tercero Constitucional, para que se estableciera en México la Educación Socialista[6].

En dicho proyecto trabajó arduamente don Gilberto Bosques, diputado y representante del Partido Nacional de la Revolución (PNR), formando parte de la Comisión de Educación y junto con otro joven diputado de nombre

Luis Enrique Erro, sostenían que era necesario darle una nueva orientación a la escuela, recuperando así la esencia del sentido social y cultural de la Revolución[7] .

Dicha reforma se complementaba con la posible implantación de un tipo de educación a la que se le denominaba “racionalista”, considerada como aquella que trata de implantar en el educando un concepto racional y exacto del universo y de la vida social.[8]

Como un paso mas en su carrera, en una nueva faceta, puede verse el llamado que le hiciera el entonces Presidente de México, don Lázaro Cárdenas (1934-1940), para que se incorporara al Servicio Exterior. De ese modo, a finales de agosto de 1938, don Gilberto platica con el Presidente.

Sobre dicho encuentro, nuestro personaje comenta que de manera informal se le preguntó el por qué y para qué ir a Europa, a lo que el maestro Bosques replicaría que era para estudiar el estado de preguerra que por entonces se sentía en tierras europeas y en materia educativa, le llamaba la atención el “sistema de aculturación” empleado por Francia en sus colonias:

-Bueno te irías a Francia –le dijo el Presidente Cárdenas-, ¿pero en calidad de qué?

-Como Cónsul General –responde G. Bosques-;

-¿Por qué no como Ministro?[9]

-No, -contesté- como Ministro se tienen muchas obligaciones sociales. No tendría tiempo para observaciones y estudios. No quiero un rango en el Servicio Exterior, sino una oportunidad para mis propósitos sin desatender los servicios oficiales del cargo[10].

El nombramiento presidencial tuvo lugar poco tiempo después y antes de partir a París, el nuevo Cónsul General fue recibido en audiencia por el Presidente Cárdenas, para recibir instrucciones:

-“Para que me planteara algunas cosas que él había traído a cuento, como la adopción de ciertas medidas de protección a los israelitas y contemplar la posibilidad de traer un número importante de ellos a México.

El Presidente Cárdenas me dijo: Ve todo eso, a reserva de que se den los acuerdos necesarios sobre el asunto, a fin de documentarlos. Por otra parte, la situación de los refugiados españoles ya es muy delicada. Necesitas cierta amplitud de acción, tendrás todo el apoyo de la Presidencia”[11].

Posteriormente, don Gilberto comenta:

-“No hubo necesidad de emplear esas facultades por lo pronto, pero más tarde, cuando llegó aquel volumen de 600 mil españoles a refugiarse a Francia, se tuvo que ver como aplicarlas. También llegaron polacos desplazados, alemanes, italianos y yugoslavos”[12].

Sobre el mismo aspecto, el Cónsul General nos legó en sus memorias la narración de las peripecias que tuvo que pasar, para poder cumplir con su elevada misión; primero informando con veracidad y precisión los acontecimientos que se iban sucediendo en Europa. Después, el necesario seguimiento de los acontecimientos en España, donde los Republicanos enfrentaban a los franquistas en una lucha desigual; lo que provocaba cada vez un mayor número de españoles que buscaban refugio:

-“A medida que se hacía mas tensa la situación en España –por la derrota de los Republicanos-, los refugiados aumentaron y formamos las listas de los que admitiría México, de acuerdo con las disposiciones de Bassols, en completo acuerdo conmigo”[13]

Los problemas suscitados por la insaciable política hitleriana, de reclamar su “espacio vital”, con el desencadenamiento de una serie de acciones agresivas en contra de la entonces República de Checoslovaquia, Austria y Polonia, fueron construyendo el clima bélico que se acentuaría en septiembre de 1939, con la bárbara invasión perpetrada contra Polonia y con ello, el estallido de la conflagración mundial.

Durante la guerra se pudo apreciar que, Hitler más que buscar objetivos estrictamente militares, perseguía la venganza en contra de la nación judía y de la población polaca, por haberse atrevido a comportarse como buenos anfitriones.

Dicha situación agravó las necesidades de protección, refugio y asilo en todas sus modalidades y México aportó todo su esfuerzo para salvar el mayor número posible de vidas.

El Consulado General en París tenía jurisdicción hasta Líbano, todo el Norte de África y Suiza; las oficinas se ubicaban en el mismo edificio de la Legación de México, la que estaba encabezada por un amigo de Don Gilberto: el ex Secretario de Educación Pública, Narciso Bassols.

Al producirse la invasión alemana en Francia, la representación mexicana tuvo que trasladarse, dado que el gobierno francés se había establecido temporalmente en la ciudad de Tours.

Inicialmente, el Cónsul Bosques y su familia se trasladaron a Bayonne, pero el ejército germano continuaba su avance; por lo cual fueron a parar a Marsella:

-“Tenía por escrito amplias facultades para instalar el Consulado en el lugar que creyera conveniente. Me trasladé con todo el personal a Marsella, para desarrollar el trabajo más importante que habría de venir”[14].

Al respecto, Marta Durán de Huerta, en un artículo publicado en el suplemento dominical “MASIOSARE” del diario mexicano “La jornada”, dice lo siguiente:

“Tuvieron que trasladarse a Marsella desde donde ayudaron a todo el que lo solicitara a escapar a México. El personal del Consulado no solo repartió visas y salvoconductos a diestra y siniestra, sino que hizo trabajo de detective buscando personas en las cárceles y, a veces, muy a la mexicana, con sobornos lograron liberar a quienes los alemanes consideraban de ‘alta peligrosidad’, es decir, sindicalistas, pensadores, militantes de partidos políticos de oposición, partisanos italianos o yugoslavos y un largo etcétera. Los diplomáticos mexicanos rescataron a miles de personas de campos de refugiados o de concentración; a manera de ‘polleros humanitarios’, organizaron el cruce de fronteras y la llegada de los asilados a puertos franceses y portugueses, donde se embarcaron rumbo a México, Estados Unidos o el Caribe…”[15]

En esta misma etapa, don Gilberto Bosques nos cuenta acerca de los problemas que tuvo que enfrentar para lograr el cumplimiento de su misión. Por ejemplo: en lo relativo al acomodo de los refugiados en Marsella, dice que arregló con la Prefectura la renta del castillo de Reynarde, donde acomodaron entre 800 y 850 personas y el de Montgrand, lugar en el que fueron alojados alrededor de 500 seres, entre mujeres y niños. Ambos castillos se convirtieron en verdaderos recintos de asilo:

-“Había universitarios, magistrados, literatos, hombres importantes y también trabajadores del campo y del taller. Todos llegaron ahí para protegerse, a buscar abrigo, con el ánimo caído. Para levantarles el espíritu se organizó una orquesta, se montó un teatro, se organizaron juegos deportivos y esos hombres recobraron el buen ánimo”. Los niños y mujeres en Montgrand tenían buena alimentación, en lo posible, con dieta especial, bastante buena, que incluso los franceses no disfrutaban; campos de recreación para los niños, un cuerpo médico de pediatras muy capacitados y su escuela”[16]

En la obra varias veces citada, Don Gilberto nos cuenta sobre las labores desarrolladas por el consulado y todo el personal adscrito al mismo y sobre la manera como tuvieron que organizarse, para proporcionar servicios de salud a los refugiados; e inclusive, con no pocas dificultades enviaban medicinas a algunos campos de concentración y a ciertos enfermos que se encontraban en otros departamentos de Francia.

Asimismo, se procedió a instalar una oficina jurídica, para asesorar a ciudadanos españoles que el gobierno franquista reclamaba como extraditables y, una oficina de colocaciones, para evitar que los españoles fueran llevados a desempeñar trabajos forzados.

Para embarcar a los refugiados que eran autorizados para viajar a México, un representante del consulado se tenía que trasladar con ellos, ya fuera a Marsella, en la misma Francia; Casa Blanca, en Marruecos, o bien a Portugal.

Otra de las peripecias en la misión de salvar vidas es la que nos cuenta nuestro abnegado personaje:

-“Se costeó el rescate de los niños, algunos de los cuales huérfanos la mayoría fueron recogidos en los alrededores de los campos, de donde escapaban en condiciones lamentables. En el invierno se recogieron niños que tenían los pies congelados. En los campos algunos de ellos presentaban un estado de pre-anemia.

Se creó en los Pirineos una casa de recuperación para los niños de esos campos. Los cuáqueros dieron todo el personal médico, enfermeras y empleados administrativos. México puso los gastos de sostenimiento…”[17]

Estimado lector, narrar todo lo vivido por nuestro personaje y sus colaboradores durante varios meses previos al estallido de la guerra y muchos mas durante la misma, nos ocuparía un espacio mucho mayor que el reservado para un artículo, o un ensayo con pretensiones de destacar la obra de un representante mexicano, que antepuso la seguridad y la comodidad de su familia y de él mismo, al cumplimiento de una loable labor humanitaria.

Como es fácil imaginarse, con Francia invadida por las fuerzas alemanas y con el gobierno colaboracionista de Vichy, encabezado por el Mariscal Henri Petain[18] y su Primer Ministro Pierre Laval, la misión de la representación mexicana no era bien vista y por lo tanto, difícil de cumplir.

No obstante, se encontró el apoyo de algunos franceses patriotas, que desde la Prefectura de Marsella “espiaban” y pasaban alguna información al Cónsul Bosques, sobre posibles visitas de inspección a los locales donde México mantenía a los refugiados.

También se recibía ayuda de otros sectores, para la obtención de los alimentos diarios y las medicinas, para atender en la medida de lo posible, a los necesitados de los albergues bajo su responsabilidad directa, que como ya antes se dijo eran: Reynarde y Montgrand; así como de algunos campos de concentración, a los cuales se llevaba ayuda.

Uno de los capítulos más sensibles sobre la actuación de la representación mexicana en Marsella, es el que se refiere a la labor de protección y rescate de los judíos que se habían refugiado en Francia. El mismo Gilberto Bosques lo cuenta a su manera:

-“De Polonia, Austria, Bélgica, Rumania, etcétera, emigraron familias buscando abrigo en Francia. Pero Francia fue ocupada en parte; la otra que se le llamó zona no ocupada.

En las dos, la población judía sumaba un grupo bastante numeroso e importante. Todos fueron objeto de una persecución enconada de parte de las autoridades alemanas de la zona ocupada. En París la persecución se realizó de acuerdo con lo establecido por las autoridades alemanas en leyes y disposiciones especiales.

Para establecer un mecanismo de persecución contra los judíos de la zona ocupada, se formuló en París un estatuto que se llamó de las cuestiones judías. El primer y desgarrador espectáculo se produjo en París fue cuando hubo algunos atentados contra los alemanes, con bombas que estallaron en el Barrio Latino.

Las autoridades alemanas determinaron poner a la ciudad de París una multa de mil millones de francos franceses. Esta multa debían pagarla los judíos. Además se enviaron a Alemania 93 judíos en calidad de rehenes.

Mas tarde se expidió ya por el gobierno de Vichy otro estatuto, calcado del de los alemanes, por el cual se creaba un comisariado, al frente del cual se puso a un conocido abogado antisemita.

-De la zona ocupada –continúa el Cónsul Bosques- fueron deportados 5000 judíos a Alemania; y en la zona no ocupada, bajo el gobierno de Vichy, se hizo una razia de 4000 judíos que fueron entregados a las autoridades alemanas. Pero en París, con motivo de otros atentados, se capturó a todos los judíos que tenían la obligación de llevar visibles, en el brazo o el pecho, una cruz amarilla, que les identificaba su nacionalidad. A esa población judía la dividieron en campos de concentración para varones, para mujeres y para niños”[19]

La actitud asumida por el Gobierno encabezado por Petain mereció las mayores manifestaciones de repudio y el Cónsul Gilberto Bosques recogiendo la opinión generalizada, se atrevió a proponer al gobierno mexicano – ya por entonces presidido por el General Manuel Ávila Camacho- el rompimiento de relaciones con Francia; dado que: “entre las causas profundas de la guerra, estaba la persecución judía y el exterminio de su raza”.

Poco después, el gobierno mexicano comunicó al Encargado de Negocios de Francia en México, el rompimiento de relaciones diplomáticas con el gobierno de Petain; mientras que se giraban instrucciones para que nuestra Legación enviara una nota comunicando dicha decisión:

-“Yo no sabía lo que había dicho la Secretaría (al Encargado de Negocios en México). En el discurso del presidente Ávila Camacho, captado por radio por mis colaboradores, fundé la nota de ruptura que presenté al gobierno francés. No estaba Laval (el Primer Ministro) y no se encontraba tampoco el viceministro de Relaciones, Rochat. Estaba un señor Lagarde, que había estado en México. Le entregué la nota de ruptura, acompañada de una explicación verbal del texto de la nota, como es de rigor. Lagarde lloró, porque tenía un gran cariño por México”[20].

Como consecuencia de la ruptura de relaciones y ante la inminencia de la irrupción de agentes de la GESTAPO, se procedió a quemar los archivos de la representación mexicana. Cuando los agentes alemanes llegaron todavía encontraron una caja fuerte cerrada, que bajo fuertes amenazas obligaron al Cónsul a abrirla; se demostró que lo único que había en ella, era el dinero destinado para los gastos de la misión. El oficial a cargo de la operación recibió instrucciones de tomar dichos recursos, ante lo cual don Gilberto Bosques exigió que se le firmara un recibo, en el que asentaría la protesta de parte de nuestro país por dicho atropello.

Seguidamente, se debería de proceder a todos los arreglos necesarios para que todo el personal de la misión saliera de Francia con rumbo a México. Mientras tanto, se negoció con Suecia para que se hiciera cargo de los asuntos mexicanos.

El supuesto viaje de regreso a México fue realmente penoso, por razones de la guerra, al Cónsul Bosques, a su familia y a otros funcionarios del consulado mexicano, los trajeron de un lugar a otro, hasta que la temible GESTAPO los tomó “bajo sus cuidados”, para terminar llevándolos en calidad de prisioneros a un hotel de Bad Godesberg, cercano a la ciudad de Berlín.

Para ese entonces, la Alemania hitleriana tenía suficientes motivos: Los representantes mexicanos se habían dedicado a documentar, proteger y trasladar a México (y a otros países), a prisioneros de distintas nacionalidades, principalmente españoles que huían de la persecución franquista y judíos; se atrevieron a romper relaciones con el gobierno de Vichy y finalmente, el mismo gobierno mexicano se declaró en “Estado de Guerra” contra la Alemania nazi y los otros dos integrantes del “Eje”.

El motivo formal del rompimiento, se basó en que submarinos de dichas potencias hundieron dos buques petroleros mexicanos: “Faja de Oro” y, “Potrero de Llano”. Acto seguido, México decretó la detención de algunos súbditos de aquellos países y sus propiedades fueron puestas en custodia.

La reacción del gobierno de Hitler, fue tomar como prisioneros a los ciudadanos mexicanos que se encontraban en territorios bajo su dominio. Al respecto, el mismo Cónsul nos describe la llegada a su nuevo destino:

-“Antes de que nosotros llegáramos a Bad Godesberg, el Conde Von Rosen, de la Legación de Suecia, se encargó de apartar buenas habitaciones para los cuarenta y tres mexicanos[21] que teníamos que ocuparlas. Las reservadas a la familia Bosques eran amplias, con terrazas y baños. Solamente a mi hijo Gilberto le asignaron un cuarto, muy cerca colindando con el departamento que tenía Hitler reservado en el hotel para descansar en algunas ocasiones. Nosotros estábamos en la misma planta, pero en otra ala”[22]

En el hotel-prisión se establecieron reglas estrictas aplicables a todos los “huéspedes”, entre los que se encontraban Jefes de Misión de otros países, sobre este aspecto, destaca el hecho que los oficiales a cargo de la custodia, no les reconocían status diplomático, pero dentro de todo, los trataban con ciertas consideraciones. Don Gilberto solicitó hablar con el oficial a cargo, para decirle lo siguiente:

-“Le manifesté que todo el personal se sometería al reglamento que acababan de leernos, porque México estaba en guerra con Alemania y por ello éramos prisioneros de guerra. Que podía estar seguro que no pediríamos ninguna excepción, pero que tampoco aceptaríamos ningún trato vejatorio, como acostumbraban ellos con los prisioneros…”[23]

La condición de prisioneros de la familia Bosques y del resto de los funcionarios del consulado y demás empleados mexicanos, duró poco más de un año; hasta que se logró un acuerdo entre México y Alemania, para el intercambio de prisioneros: Los germanos de Veracruz, a cambio de los mexicanos que se encontraban en Bad Godesberg.

Al respecto, Don Gilberto narra esa parte de la aventura final en tierras bajo el dominio nazi:

-“Al fin se nos comunicó que íbamos a salir y se nos condujo a Biarritz. De ahí seguimos en trenes que atravesaron hacia Lisboa. Allí estaba un barco con alemanes para el canje. A nosotros nos canjearon por un número de alemanes detenidos en México, en Cofre de Perote (Veracruz) y en otras partes”[24].

Surcando las aguas del Atlántico, el barco que también repatriaba decenas de heridos norteamericanos, se dirigió a Nueva York, en los Estados Unidos, donde fueron muy bien recibidos, como verdaderos héroes. Se les alojó en el famoso hotel Waldorf Astoria y se patentizaron emotivos actos de aprecio a México, por la ayuda prestada a nacionales de distintos países, que se habían quedado a radicar en la Unión Americana.

Desde la Urbe de Hierro, nuestros personajes continuarían por tierra su viaje a México y esta última etapa del periplo de Don Gilberto por Francia y Alemania, nos la cuenta él mismo:

-“Los ferrocarriles norteamericanos me ofrecieron un carro para el personal, libre de gastos, hasta México. A la llegada a México encontramos una recepción popular que realmente fue muy calurosa, que no esperábamos, pero que tomó ciertas proporciones, toda la prensa se ocupó de eso. Estuvieron esperándonos muchos españoles y de otras nacionalidades que habían participado en la guerra”[25].

Como se dice al principio del presente trabajo, uno de los principales propósitos de difundir hechos como los que tuvo que enfrentar el soldado, el maestro, el diputado, el cónsul y finalmente, el embajador Gilberto

Bosques -quien con toda seguridad se apoyó en las virtudes personales, que lo llevaron a poder adoptar la posición correcta en cada situación, permaneciendo leal a los ideales que pregonaba con el ejemplo-, sobre todo, tratándose de un país que como México, atravesaba por una crisis económica e internacional de grandes proporciones, derivada de las acciones nacionalistas del Presidente Lázaro Cárdenas, quien el 18 de marzo de 1938, había decretado la nacionalización de la industria petrolera.

Compartir recursos cuando se poseen en abundancia, representa cierto mérito y nos habla de la existencia de sentimientos como la bondad, sentido de la cooperación y de sensibilidad humanitaria. Pero cuando tales recursos son pocos, o escasean y aún así se comparten, dichas acciones cobran dimensiones y valores incalculables en todos los sentidos.

Hablando de “el hombre y sus circunstancias”, podemos asegurar que a Don Gilberto Bosques, le tocó vivir ciertas etapas con un sello muy particular: La Revolución Mexicana, la Segunda Guerra Mundial y la Revolución Cubana, por citar solo algunos acontecimientos relevantes.

Posiblemente por ese clima reinante en el mundo, no tuvo la oportunidad de estudiar una maestría, o un doctorado; así como tampoco pudo asistir

–como seguramente hubiera querido- a cursos de actualización, a diplomados ofrecidos por las máximas instituciones educativas de la época (lo cual no significa que no haya seguido estudiando o divulgando el conocimiento cada que pudo ofrecer una charla, o una conferencia); pero todo ello, no le impidió desempeñar su trabajo con eficiencia, honradez, lealtad, entrega y con buen tino.

Su entrega a la labor de protección en su calidad de Cónsul, ya ha quedado de manifiesto en párrafos anteriores y lo que queda de su actuación diplomática sería motivo de otros artículos.


Don Gilberto Bosques, una de sus hijas y una funcionaria del Servicio Exterior Mexicano.

Por lo pronto, si los estimados lectores quisieran revisar lo hecho por Don Gilberto en sus siguientes adscripciones, yo los invito a leer el libro de la Diplomacia Oral citada en múltiples ocasiones, o recurrir a los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, donde encontrarán documentos de gran valor histórico, con un contenido profundamente humanista.

Para los efectos del presente ensayo, de la última etapa de su vida profesional, mencionaré que, después de haber regresado a México y tras un breve descanso, fue nombrado titular de la representación mexicana en Portugal, donde se ocuparía de rescatar a muchos españoles perseguidos por el régimen de Francisco Franco, de España. Luego pasaría a Suecia y Finlandia, para después, ser destinado a Cuba.

En este último país le tocó vivir la transición entre el gobierno de Fulgencio Batista y el triunfo de la Revolución Cubana, que llevó al gobierno a Osvaldo Dorticós como Presidente de la República y a Fidel Castro Ruz, en funciones de Primer Ministro.

Aún en esa etapa, el Gobierno de México, por conducto del Embajador Bosques, luchó para mantener la tradición eminentemente humanitaria del asilo diplomático, llevándola hasta sus últimas consecuencias y sin importar que se tratara de un nuevo gobierno, emanado de una revolución, con el que se identificaban muchos mexicanos[26].

El Embajador Bosques también fue actor y testigo de una de las páginas más brillantes de la historia de la diplomacia mexicana, cuando varios países del Continente Americano, propusieron la expulsión de Cuba de la OEA. Como se sabe, México fue el único país que votó en contra de dicha medida, en forma razonada.

Terminaremos con otro pasaje que ha quedado en la historia de las relaciones internacionales: En el marco de la confrontación de la llamada “Guerra Fría”, entre países de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y los Estados Unidos de América, con los países aliados, se llegó a la llamada “Crisis de los Cohetes”, de cuyo asunto fue informado el gobierno en forma oportuna y objetiva.

Aparte de que a un personaje como Don Gilberto Bosques, ya se le han rendido muchos reconocimientos, como los que representan los testimonios de gentes como el intelectual Max Aub y las cartas de judíos agradecidos, como Alfred Kantorowicz, Herman Weitz, Bruno Schwebel y Mario Montagna[27], que conmueven hasta las lágrimas, uno de los mayores homenajes que le podríamos rendir a este mexicano excepcional, sería el tratar de seguir su ejemplo.

Además de lo anterior, cabe mencionar que, algunos escritores han llegado a llamar a Don Gilberto, como el “Schindler Mexicano” y, las autoridades municipales de Viena, Austria, han querido honrarlo poniendo su nombre a una calle cerca del río Danubio, a la que se le bautizó como “Promenade Gilberto Bosques”. Finalmente, en México algunas escuelas también llevan su nombre. (ver foto-croquis de la plaza).

Los tiempos difíciles y los elementos que producen las tensiones y las diferencias, no han desaparecido en las relaciones internacionales y aún cuando las modalidades son diferentes, será necesario en todo tiempo, apelar a todas las capacidades o aptitudes, así como a las virtudes, para mantener en el ánimo de los gobiernos y de la sociedad en general, el deseo de llevar a la práctica una cooperación genuina y mutuamente provechosa; con la mira elevada de lograr una convivencia pacífica, basada en un espíritu de amistad, que se sustente al mismo tiempo, en un desarrollo compartido.

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