¿Dónde está el Ben-Gurion Palestino?

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Sesenta y cuatro años después de la partición de Palestina en dos estados independientes – uno judío y otro árabe – la Asamblea General se dispone de nuevo a votar sobre el mismo tema. Aunque en esta ocasión los líderes palestinos parecen estar predicando compromiso, un examen pormenorizado revela que ésto es un cambio táctico de actitud en lugar de uno estratégico, derivado de las diferentes circunstancias de las dos votaciones, y dirigido a ocultar su persistente falta de voluntad (o tal vez su incapacidad) de vivir con una solución de dos estados.

En 1947, antes de la primera votación de la Asamblea General de la ONU, los líderes palestinos rechazaron cualquier forma de autodeterminación judía en Palestina. Hajj Amin Husseini, su líder más destacado desde comienzos de la década de los años 1920 y hasta finales de los años 1940, sostenía que “no hay ningún lugar en Palestina para dos razas”. Todas las zonas conquistadas por los árabes durante la guerra de 1948 fueron limpiadas de judíos.

En estos días los palestinos no pueden pedirle a la ONU que desmantele uno de sus más antiguos estados miembros permanentes y expulse a sus ciudadanos.


Sin embargo, al buscar el reconocimiento internacional de su condición de estado y presionar para una completa retirada israelí, sin un acuerdo de paz, o, de hecho, ningún toma y daca, siguen con el rechazo de sus predecesores a una solución negociada y sentando las bases diplomáticas para la renovación del asalto al estado judío.

El santificado Pacto Nacional de la OLP, prevé la salida permanente de la mayoría de los judíos de Israel. La estrategia escalonada del presidente de la OLP, Yasser Arafat, de junio de 1974, que nunca fue repudiada, estipula que cualquier territorio ganado a través de la diplomacia no sería más que un trampolín para la “liberación completa de Palestina”. En la mesa de negociaciones, durante los años de Oslo, la demanda más firme de la OLP fue la subversión de la composición demográfica de Israel, forzándolo a aceptar el llamado “derecho de retorno” y permitir que los refugiados de la guerra de 1948, y sus descendientes, regresen al territorio que ahora forma parte del estado de Israel. Actualmente, los judíos constituyen alrededor del 80 por ciento de los siete millones de la fuerte población de Israel, para 2020, casi uno de cada cuatro israelíes será árabe, debido a la mucho más alta tasa de natalidad de este sector. Si millones de palestinos se reasentaran dentro de Israel, pronto dejaría de ser un estado de mayoría judía, y todo el mundo lo sabe.

Presentar el “derecho de retorno” como una demanda no negociable no es negociar en lo absoluto, especialmente cuando los propios líderes palestinos se niegan a aceptar minorías extrañas como parte de un acuerdo de paz: En junio, el Presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmoud Abbas, le dijo a la Liga Árabe que el futuro estado palestino debería estar libre de israelíes (es decir judíos, ya que prácticamente ningún otro israelí vive en la Margen Occidental). Reiteró esta visión de una Palestina Judenrein el mes pasado, diciéndole a una visitante delegación de miembros del Congreso que “estoy buscando un estado palestino en la Margen Occidental y la Franja de Gaza, con Jerusalem como su capital, vacía de asentamientos”.

Como Husseini, Arafat estaba mucho más interesado en la destrucción de la causa nacional judía que en conducir a su propio pueblo a la condición de estado. Ya en 1978, le dijo a su íntimo amigo y colaborador, el dictador rumano Nicolae Ceausescu, que los palestinos carecían de tradiciones, unidad y disciplina, para tener un estado exitoso. Tenía razón. Fue la falta de solidaridad comunitaria de los palestinos – la disposición a subordinar los intereses personales al bien colectivo – lo que explica su colapso y dispersión durante la guerra de 1948. La posterior separación física de las distintas partes de la diáspora palestina y las divisiones de larga data entre los habitantes de la Margen Occidental y de Gaza, impidieron la cristalización de una identidad nacional cohesionada.

Lamentablemente, Arafat no tenía ninguna intención de corregir esta situación. Habiéndosele dado el control de la población palestina en la Margen Occidental y Gaza, como parte del proceso de Oslo, hizo de su sombrío pronóstico una profecía auto cumplida, estableciendo un régimen opresivo y corrupto, en la peor tradición de las dictaduras árabes, al mismo tiempo que lanzó la confrontación más destructiva entre israelíes y palestinos desde la guerra de 1948.

En el proceso, destruyó la frágil sociedad civil y la relativamente productiva economía que se habían desarrollado en el ínterin.

Hace dos años, en una audaz salida de este camino destructivo, el Primer Ministro de la AP, Salam Fayyad, se embarcó en el primer esfuerzo de construcción de un estado en la historia palestina, uno que ha obtenido algunos éxitos. Sin embargo, aunque recientemente declaró como misión cumplida a su iniciativa, en medio de la intensificación diplomática para la votación de la ONU, lo sabe mejor que nadie. La presidencia de Abbas y, por extensión, el propio Primer Ministro Fayyad, siguen siendo inconstitucionales. No sólo porque Abbas desafió la aplastante victoria de Hamas en las elecciones parlamentarias de enero de 2006, estableciendo un gobierno alternativo dirigido por Fayyad, sino también porque su propia presidencia expiró en enero de 2009.

Fayyad apenas desafió al sistema corrupto y disfuncional establecido por Arafat.

Los dos grupos que dominan la vida palestina, la OLP y Hamas, se mantienen como grupos armados (y activos practicantes del terrorismo) en lugar de partidos políticos – una receta segura para un estado fallido. (Los Acuerdos de Oslo encomendaron a la Autoridad Palestina desmantelar todos los grupos armados en la Margen Occidental y Gaza, pero Arafat nunca se molestó en cumplirlo). Aun si Abbas realmente se comprometiera con la reforma, después de la consecución de la condición de estado, su tenue autoridad seguiría siendo desafiada por Hamas que, no sólo ha transformado la Franja de Gaza en un micro-estado islamista, sino que también ejerce considerable poder e influencia en la Margen Occidental.

Sea lo que sea lo que se logre con la votación de la ONU, no será un paso hacia una condición de estado palestino.

Contrariamente a la creencia popular, Israel no fue establecido por una resolución de la Asamblea General de la ONU, sino a través de la firme determinación del liderazgo sionista, o mejor dicho, de David Ben-Gurion, próximo a convertirse en el primer Primer Ministro de Israel, frente al creciente escepticismo internacional sobre la partición (en marzo de 1948, el gobierno de EE.UU., efectivamente, se retractó de la idea) y hubo dudas sobre la capacidad del nuevo estado para defenderse, tanto de la violencia palestina como de un intento pan-árabe de abortarlo al nacer.

Al hacerlo, Ben-Gurion podía confiar en una comunidad nacional extraordinariamente resistente y vibrante, armada con un inquebrantable sentido del propósito y una amplia red de instituciones políticas, económicas y sociales, construidas durante décadas de desarrollo nacional pre-estatal.

En este sentido, dieciocho años después de haber recibido la oportunidad de establecer su propio estado, libre de la ocupación de Israel y, a pesar de los miles de millones de dólares en ayuda internacional vertidos en este esfuerzo, los palestinos apenas han logrado salir de la puerta. Sólo puede esperarse que la comunidad internacional, por fin, presione a los líderes palestinos para que asuman sus obligaciones y opten por una verdadera construcción de una sociedad civil que garantice a sus electores una existencia digna y pacífica, en lugar de buscar atajos ilusorios e intensificar el conflicto con Israel.

Efraim Karsh es profesor de investigación de Estudios de Medio Oriente y el Mediterráneo en el King’s College de Londres, director del Middle East Forum (Filadelfia) y autor, más recientemente, de Palestina Traicionada.

Fuente: Jerusalem Post
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld

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