Educación y desencanto

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Dice Francois Dubet que la Iglesia católica inventó a la escuela porque el fundamento de su existencia era la dominación universal de las almas. Para Durkheim, la historia de la escuela es la de la larga laicización de ese proyecto.

Luego de la Revolución Francesa, en Francia, surgió la escuela republicana que apuntó a quitar a la Iglesia su ascendiente sobre las mentes. Tenía como misión instruir a los sujetos de un país democrático, moderno y universal, producto de un sincretismo ideológico, mezcla del espíritu del iluminismo y el positivismo, en el marco de una nación que pretendía ser homogénea. Suponía igualdad de oportunidades en términos de promoción de los alumnos más aplicados y virtuosos con miras a proveer cuadros jerárquicos para el ejército, la función pública y la propia escuela.

Como herencia de su pasado religioso, la escuela no era sólo un lugar de aprendizaje, también era un espacio moral. No era tan solo el espacio donde el maestro enseñaba, él era también un ser moral. Por ello las iglesias, los hospitales y los tribunales eran templos o santuarios. Poseían una arquitectura cuyo objetivo era impresionar a la multitud. Durante mucho tiempo los docentes han sido los sacerdotes de la república y la escuela su templo.


Mientras que la escuela primaria fue la gran obra de la República, obra destinada a los niños del pueblo, el liceo fue el mundo de la gran cultura y de la élite, pero en términos generales, los hijos de los pobres, los emigrantes o los desempleados no iban a él.

Cuando el país contaba con algunos cientos de profesores de secundaria, estos últimos eran antes que nada eruditos, hombres de cultura y de ciencia reclutados mediante tortuosos concursos. El nivel de los profesores habría debido ser la garantía del nivel de los alumnos. Específicamente la mayor parte de los profesores habían elegido ese oficio a causa de su pasión por la disciplina enseñada. Su vivencia era la de ser filósofos, matemáticos, físicos o gente de letras, antes que percibirse como pedagogos.

Pero en los últimos treinta años del siglo XX, los colegios escolarizaron a la totalidad de una clase etaria. El índice de liceístas en Francia, pasó del 15% al 70% de dicha franja etaria. Los profesores a su vez se multiplicaron. Se inició una enseñanza de masas. Cuando el 70 % obtiene el título de Bachiller, el diploma pierde su valor de diferenciación cultural, pero sin diploma se vuelve imposible entrar en la vida activa.

Pero con la irrupción de las masas, los educandos llevaron consigo su cultura y sus problemas. Los problemas de la adolescencia, del desempleo de sus padres, de los barrios sensibles, de la inmigración no pudieron quedarse afuera del aula.

Pero además de crecer el número de estudiantes, el mundo a donde estos fueron traídos cambió sustancialmente. Pasamos, según Ilya Prigogine, del mundo de las certidumbres al mundo de las probabilidades y los estudiantes deben estar preparados para vivir en un futuro, en un mundo donde no es seguro que haya trabajo para todos.

Ferrán Mascarell, fundado en el informe Delors sobre la educación del siglo XXI indica que vivimos instalados en una paradoja difícil de explicar y que permite afirmar algo que nuestros antepasados no se habrían atrevido nunca a imaginar: la sociedad ha interiorizado el progreso material y económico en términos de desencanto y desilusión. Buena parte de los ciudadanos viven con preocupación y sin fórmulas sólidas. Vivimos una época en la que predominan los valores débiles o si se desea, dominada por una vivencia subjetiva de crisis de valores.

Giles Lipovetsky afirma que el discurso del maestro ha sido desacralizado, banalizado y la enseñanza se ha convertido en una máquina neutralizada por la apatía. El joven a su vez expresa una tendencia que refleja el predominio del individualismo hedonista y el narcisismo.

Frente a tanto multiculturalismo, ambivalencia, heterogeneidad, dice Francois Dubet, los profesores abandonaron el delantal gris del clérigo de la República y de la Nación y actualmente se consideran especialistas en infancia, psicología, pedagogía y didáctica pero como contrapartida, esos alumnos no están dispuestos a reconocer la autoridad del profesor como natural y obvia. Esperan ser convencidos de la utilidad de sus estudios. Pero sin embargo, es inimaginable un instante en el que los colegios y los liceos hubiesen podido soportar tantos impactos sin un derrumbe en el nivel.

Bibliografía:

  • Dubet, Francois . El declive de la Institución. Editorial Gedisa, 2006
  • Marrero Adriana y otros, Educación y Modernidad, Banda Oriental, 2007.
  • Mascarell Ferrán, La cultura en la era de la Incertidumbre, Rocaeditorial, 2005.

Publicado en la Edición Impresa de Identidad-Uruguay.

Acerca de David Malowany

Nací en Montevideo en 1967. Egresé de la Universidad de la República en 1992 con el título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.Soy docente universitario en la cátedra de derecho comercial en la Universidad Católica y en la Universidad de la República, en las carreras de contador público y administración de empresas.Desde el 2008 soy columnista de Mensuario Identidad.

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